Relatos de Santa Cruz. siglos XVIII y XIX.(VII). Escala técnica en el puerto de Santa Cruz de Tenerife
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 10 de diciembre de 2023).
RELATOS DE SANTA CRUZ, SIGLOS XVIII Y XIX
Escala técnica en el puerto de Santa Cruz de Tenerife
Diario de a bordo de Nicolás Baudín (*)
La expedición organizada por la Academia de Ciencias de París, sufragada por Napoleón Bonaparte, con el fin de estudiar la mineralogía, zoología y botánica del continente Australiano, salimos del puerto de Le Havre, el 18 de octubre de 1800, a bordo de la corbeta Le Géographe de 30 cañones, y Le Naturaliste, en los que 251 personas viajaban bajo mis órdenes; de ellos, 24 eran científicos (Bory de Saint Vincent, Louis de Freycenet, Jacques Milbert, Mauger, François Péron,…), 5 dibujantes y 5 jardineros.
Le Gèographe y Le Naturaliste
Después de fondear en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 2 de noviembre, el capitán del puerto y los oficiales de sanidad vinieron a bordo. A las once, uno de mis oficiales bajo a saludar de mi parte al gobernador y al cónsul francés. A su regreso me comunicó la actitud favorable del comandante para nuestros propósitos, rogándome que le fuera a visitar. Lo fui a ver después de comer, acompañado de una parte de mi estado mayor y de los naturalistas de las dos naves. Su excelencia nos recibió con extrema cordialidad y su buena disposición me hizo pensar que nuestra estancia en Tenerife sería muy agradable para todos. Le comuniqué el motivo de esta escala y él se ofreció a atender nuestras necesidades.
De las siete embarcaciones que se encontraban en la bahía, había tres españolas, una americana, una sueca y dos inglesas que habían sido apresadas por el corsario La Mosca. Como una de estas naves inglesas iba a ser enviada por el cónsul francés a Gibraltar, a llevar un centenar de prisioneros ingleses, aprovechamos esta circunstancia para deshacernos de varios marineros enfermos, pero al día siguiente de haber partido, la mayoría de las personas que habían embarcado regresaron en una chalupa de la nave. Por sus declaraciones supimos que la misma noche de su marcha, cuando estaban acercándose a Canaria, los prisioneros ingleses se sublevaron, se apoderaron de la embarcación y, sin que hubiera muertos ni heridos, permitieron regresar a todos aquellos que no quisieran seguirles.
Mi preocupación estaba en las cartas que habíamos enviado en el barco, pues no sabíamos si llegarían a su destino, aunque el comisario francés, al que se las habíamos entregado, continuó el viaje con los ingleses.
Como don José Carta tuvo la amabilidad de prestarnos su observatorio, o mejor dicho su casa entera, hice desembarcar parte de nuestros instrumentos astronómicos con el fin de observar el funcionamiento de nuestros relojes, mientras que los naturalistas, dibujantes y demás especialistas de la expedición se ocuparon de la parte de las investigaciones y trabajos que le correspondía a cada uno.
El marqués de Nava, fundador del Jardín Botánico, situado en los alrededores de la Villa de La Orotava, mandó recoger las plantas y semillas que le habíamos traído de París, como muestra de agradecimiento por la amabilidad con la que nos había atendido en nuestra escala del 26 a 30 de octubre de 1796, cuando nos dirigíamos a la isla de Trinidad para recoger la colección de plantas exóticas que hoy constituye una de las principales joyas del Museo de Historia Natural de París.
Lamento que el poco tiempo que permanecí en Santa Cruz y mis ocupaciones diarias no me permitieran ir a La Orotava para saludarlo, ya que estoy especialmente agradecido por las provisiones que nos hizo llegar en el momento de zarpar.
El cónsul francés me comunicó que había tenido muchas dificultades para conseguirnos las 100 pipas de vino que le había pedido que nos comprara, pues el poco vino que quedaba de buena calidad en la Isla tenía un precio desorbitado y los comerciantes ni siquiera tenían la intención de venderlo, ya que preferían reservarlo para mezclarlo con el de la última cosecha.
Esta noticia fue para mí muy desagradable, no sólo porque nuestro trabajo a bordo había resultado inútil, ya que habíamos organizado nuestra bodega para colocar los toneles que tenía previsto embarcar. Tenía que tomar una decisión y como no quería perder un tiempo valioso esperando a que los comerciantes redujesen sus pretensiones me limité a pedir veinte pipas (9.600 litros) que me costaron doce mil francos y, con un suplemento de cerveza inglesa, procedente de un botín, y lo que me trajo una chalupa desde Canaria, consideré que tenía suficientes provisiones para llegar hasta la Isla Mauricio.
La víspera de la marcha, reembarcamos todos los instrumentos que teníamos en la casa de don José Carta. Muchos de nosotros sentimos separarnos de él y su familia, por su agradable compañía y el modo tan amable con el que nos atendieron.
A las dos de la tarde del 13 de noviembre, fui a casa del cónsul para terminar nuestras gestiones y hacer la comida de despedida y, provistos de agua, vino, y todo lo necesario para la travesía, zarpamos de Tenerife con buen viento de nordeste poniendo rumbo a nuestro nuevo destino.
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(*) Nicolás-Thomas Baudin (Francia. 1754 – Isla Mauricio, 1803)
Estuvo por primera vez en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 30 de septiembre de 1796, para reparar las averías que una fuerte tormenta le había producido a La Belle Angélique, cuando navegaban entre Madeira y Azores, rompiéndole los mástiles y el timón.
Durante los cuatro meses que tardaron en arreglar el barco, en el que colaboraron los 108 marineros de la tripulación, los científicos de la expedición alquilaron una casa en Santa Cruz, dedicando su tiempo a publicar la primera relación científica de historia natural de las Islas Canarias; redactar el catálogo de plantas del Jardín de Aclimatación de La Orotava; enumerar los 50 dragos existentes en Tegueste, y estudiar las características del bosque de Agua García.
La expedición continuaría el viaje hacia las Antillas, donde Baudin rescataría una colección de historia natural que había depositado el año anterior en la isla de Trinidad y, de paso, recoger muestras de plantas en la desembocadura del rio Orinoco, en Venezuela.
A su regreso a Francia, el 28 de mayo de 1798, el Museo de Historia Natural de París tuvo que construir un nuevo edificio para albergar las 200 cajas que habían traído. Baudin recibiría el grado de capitán de navío de la marina francesa.
En esta segunda expedición, las disputas, deserciones y la mortalidad darían lugar a que Baudin y más de la mitad de la tripulación perecieran en el transcurso del viaje; sin embargo, Le Naturaliste regresaría a Francia con miles de especímenes de plantas desconocidas, animales vivos, 2.500 minerales, 1.500 dibujos, etc.
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