La palmera del kilómetro 27 de la autopista del norte de Tenerife
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 22 de mayo de 1988)
Allá arriba, entre La Matanza y Santa Úrsula, junto al kilómetro 27, bajo ese Teide que aún en mayo conserva hilachas de nieve en su pezón, está esta palmera distinguida y solitaria. Soberbia en su soledad y bastión inexpugnable ante los continuos embates de una autopista asfaltada, asaetada con vibraciones e intoxicada con el monóxido de carbono, signo de nuestro peculiar progreso.
Siempre hemos admirado su erguidez, su mirada como desafiante. Hay cierta elegancia, cierto sello de distinción en su porte, en su forma de otear sus aledaños. ¡La de vivencias que ha sufrido, que ha tenido que padecer desde su privilegiada atalaya!
Es como un plumero que, de vez en cuando, parece quitarle al espacio esas volutas de humo que intentan enturbiar la atmosfera. Es un frontón de ruidos, débil pared para detener los decibelios ambientales. Vigía de las velocidades de los Fórmula 12 disfrazados en otras carrocerías; vigía de los frenazos de escalofrío y de los mortales adelantamientos. Muchas veces sus tímpanos han estado a punto de estallar en el inconfundible estruendo de las colisiones frontales, ahora modernizadas con unos pilotos suicidas hermanados con vehículos todo terreno, que les sirven “de apoyo”…
Es peligroso, extremadamente peligroso, pararse a contemplar la esbeltez de esta hermosa y solitaria palmera. Si uno va detrás del volante es muy poco recomendable desviar la mirada para contemplar aquel personaje vegetal y enhiesto. Si detenemos el vehículo en el arcén, la velocidad ambiental, esa vorágine del acelerador, nos impedirá tranquilidad, esa paz y sosiego necesario para otorgarnos un rato de contemplación ecológica, ahora y siempre rota y sentenciada, de mañana, de tarde y de noche, por esos sangrientos fines de semana; por esos locos caballos de hierro; por esos inconscientes “domingueros” que convierten la Semana Santa y otros “puentes” en campo de cruces e incrementan procedimientos judiciales, donde la alcoholemia constituye un nuevo vocablo delictivo.
Allá arriba, entre La Matanza y Santa Úrsula, junto al kilómetro 27, bajo ese Teide que impone, está esa palmera solitaria y elegante, mudo testigo de tantas insensateces con el membrete de la velocidad.
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