La Plaza del Príncipe. Frondosidad, jardines y templete

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 15 de octubre de 1973)
 
 
 
“LA MEJOR IDEA SERIA LA DE DEVOLVERLE SU FORMA Y ESTILO ORIGINAL, RESUCITAR SU AIRE LIMPIANDOLO DE TODO DISPARATE…”
 
 
          Es lo más sencillo. Lo más acertado y tajante que hemos leído tras anunciarse un concurso de ideas para “cambiar” nuestra plaza del Príncipe.
 
          Y estas líneas las escribió nuestro director, hastiado ya de tantas cancaburradas cometidas con ella en los últimos años.
 
          No puedo disimular mi nostalgia cada vez que aflora el nombre de la plaza del Príncipe; porque allí quemé tres preciosos lustros de mi juventud tras trinchera comercial, que compartía codo con codo con mi padre, que aún sigue en pie de guerra, aunque un poco en la retaguardia.
 
          Y desde aquella trinchera pude observar muchas cosas. Pude comprobar la razón que le asistió al marqués de Lozoya que afirmó de la misma que “era la plaza más romántica de España” al extasiarse con la inigualable frondosidad de aquellos laureles de Indias que apenas dejaban traspasar rayos solares, descomunal y verde parasol que luego se convertiría en escalofriantes muñones al sufrir una poda de antología, que muchos dijeron tuvo su fundamento en “enfermedad” contraída por el radical corte de una corriente de agua natural subterránea al iniciarse las obras de “Galerías Preciados”, en la calle del Pilar.
 
          Desde aquella trinchera observé el cuidado, desvelo y atención por unos jardines, que luego, en las Fiestas de Invierno, cuando la plaza del Príncipe era núcleo y eje de las mismas, quedaban convertidos en informes montones de tierra, que la gente miraba con tanta indiferencia como repudio.
 
          ¡Oh, el templete de la música! ¡Pero si es uno de los detalles que más carácter le han otorgado a la plaza! Algunos le han llamado adefesio. Y yo no puedo olvidarme que hacia tal “adefesio”, los turistas dirigían sus cámaras y tomavistas para plasmarlo en fotografías y películas. Y era lo que siempre más poderosamente llamaba la atención; quizás por su extraña forma; quizás por aquellas enredaderas que cubrían materialmente sus columnas; quizás por aquel tejadillo adornado de hojas secas que le daban aire añejo y otoñal. No sé. Pero, repito, dicho templete con la adición de aquellas dos esculturas representativas de dos estaciones era ángulo obligado para todos aquellos turistas peninsulares y extranjeros amantes del recuerdo fotográfico.
 
          ¡Cómo olvidarnos de aquellos conciertos dominicales bajo la batuta del maestro Iceta, cuando la gente se agolpaba alrededor de aquel anillo de pavimento para aplaudir su “España cañí” o en fechas señaladas, el “Himno de los Exploradores” sin que como ocurre ahora, se tuviese que soportar el ruido de algún que otro furtivo transistor manual! Gozar la misa en el Pilar y luego ir al concierto de la plaza del Príncipe era como un rito tradicional para muchas familias tinerfeñas de hace tres lustros, que iban a escuchar música, coger fresco y tomar el aperitivo.
 
          Sí; a coger fresco bajo aquellas frondas que, en época invernal se convertía en bosque casi encantado, donde los jardines parecían estar ubicados en invernaderos y el templete se nos antojaba como algo lejano y oriental…
 
           Frondosidad, jardines y templete. Esa es la trilogía que hay que recuperar.
 
Y como terminaba el director, finalizamos nosotros: “LA MEJOR IDEA SERIA LA DE DEVOLVERLE SU FORMA Y ESTILO ORIGINAL, RESUCITAR SU AIRE LIMPIANDOLO DE TODO DISPARATE…”
 
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