Las Rías, La Toja y el burro

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 4 de octubre de 1987).
 
 
Vivencias gallegas
 
           La guía de turno nos pone en guardia:
 
           “Estaremos en la isla una hora. Por ética tengo que decirles una cosa: ahora, al bajar de autopullman, les ofrecerán collares por 400 pesetas; al regresar, estos mismos collares se los dejarán en 100 pesetas…”.
 
          Nos acosan, nos persiguen, nos asedian. Sus poderes de persuasión lindan con la obsesión. Te muestran, casi te restregan por el rostro, toda clase de collares, zarcillos y llaveros confeccionados a base de conchas. Son primordialmente vendedoras de voces cantarinas a las que cuando pierdas de vista, respiras como hondo y profundo. Hay consenso en nuestro grupo: pocas veces se sufre esta clase de asaltos que resultan molestos y dejan como estela y secuela un mal sabor turístico, que deberían tener muy en cuenta los pontevedreses; de forma muy especial los afectos a La Toja.
 
          La Toja, pequeña y paradisíaca isla, está actualmente unida a tierra firme por un gran puente. Es un eslabón de esa cadena paisajística que se engloba dentro de las Rías Bajas, con nombres tan evocadores como Iria Flavia, Padrón, Puentecesuras, Catoira, Carril, Villagarcía de Arosa, Villajuán, Cambados, El Grove, La Lanzada, Portonovo, Sangenjo, Combarro… Nombres con sabor romántico, de tradición jacobea, cruzados por transparentes ríos; rosario de pazos, iglesias, conventos y palacios; paraíso del vino y, sobre todo, cuna de ese marisco sabrosísimos y único; inolvidables pueblitos de pescadores con puerto y playa de aguas multicolores y arenas blancas, amarillas, crema. Hórreos, cruceiros y bateas, ¿dónde se puede ofrecer más?
 
           La isla de la Toja es famosa por su magnífico balneario, que ahora, al igual que los bosques gallegos, casi ha sido pasto de las llamas. Este balneario ahora ennegrecido aparece rodeado por un bellísimo e idílico paisaje, que se hace aún más atractivo con la caricia cercana del sol. Cuenta también con un casino, que fue inaugurado a comienzos de la presente centuria. Estuvo cerrado durante largos años y en 1978 fue de nuevo abierto al público, funcionando desde entonces las ruletas francesas y americanas y otras mesas de juego. Aseguran que es el más importante de Galicia.
 
          Se cuentan que el boom de la isla lo originó un burro; un simple burro lleno de llagas y heridas. Sus dueños, que no podían verle sufrir, decidieron dejarlo, en las postrimerías de la década de los 20, en aquella desierta isla… A los pocos meses, y cuando decidieron regresar a ésta, con objeto de dar sepultura a los restos del animal, se encontraron a éste completamente curado. El lodo, las aguas ferruginosas y medicinales que allí brotaban, habían logrado aquel sorpresivo restablecimiento que luego se extendería a los animales racionales.
 
          Dicen los folletos publicitarios que la Naturaleza ha querido darle una suprema gracia a Galicia creando en la bella Ría de Arosa, en la provincia de Pontevedra, la isla de La Toja, autentico paraíso poblado de viejos pinos, “salvajes arpas de la montaña”, como los denominó el poeta gallego Pondal, añadiendo que esta maravillosa isla hizo surgir manantiales únicos en su género que hacen de la Estación Termal de La Toja, “un autentico templo sagrado de la salud”, como la calificó don Santiago Ramón y Cajal.
 
          Entre el campo de golf, considerado en el concierto europeo; tiro al pichón, piscina olímpica, Sala de Congresos y Exposiciones y diferentes tiendas, surge un hotel de cinco estrellas que presenta la particularidad de poseer instalaciones hidroterápicas de la mencionada estación termal, con distintos tipos de baños, ducha submarina, hidro-mass-air (de burbujas) y chorro. Y aún, en la originaria estación termal, en el balneario, se mantienen hoy consultas y pacientes que se someten a pulverizaciones, inhalaciones y “chorro”, trilogía que intenta combatir enfermedades de la piel, la obesidad y el reumatismo. En dicha instalación, y como piezas de museo, todavía se conservan, aunque un poco oxidados y descuidados, aquellos enormes baños de principio de siglo de color hueso donde nuestros lumbálgicos abuelos pudieron aprender a nadar…
 
          Pero ¡ay! Nos tememos que todo este emporio de bolsillo rodeado de clorofilada ecología se convertirá dentro de pocos años en una aséptica isla de cemento, cristal y solariums, ya que los intencionados y devastadores incendios que asolan todos los años a Galicia y la progresiva tala que se viene produciendo en la isla serían las sentencias para lo que hoy constituye todo un goce visual.
 
           El progreso pide tala, terrenos y expansión urbanística. Hoy la isla es propiedad privada de la firma de cosméticos que lleva el nombre de ésta. Una importante empresa de capital danés ha querido comprar este pedazo de tierra rodeado de agua por todas partes, donde ya se aprecian los claros, las calvas de la mencionada tala, que ojalá, por ejemplo, nunca deje a la intemperie, sin pinos ni plantas circundantes, a esa preciosa y curiosa iglesia cuya fachada está adornada y cubierta con miles de conchas incrustadas.
 
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