Bodas de plata con la contabilidad y los guarismos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 6 de febrero de 1985).
 
 
          Surgirá de nuevo la evocación, ese espejo en el que se reflejarán imágenes, episodios, paisajes lejanos, hechos de nuestra juventud y adolescencia. Gracias al verdadero milagro de la evocación, no hay anciano que lo sea de modo absoluto, porque añorando se rejuvenece. Ni tampoco soledad que no se acompañe con el ruido de la fuente de los recuerdos.
 
          También volverá a brotar entre nosotros ese pesar que causa el recuerdo de algo lejano, perdido, nunca encontrado, que se responde por nostalgia. Nostalgia que, necesariamente, se acentuará entre los que ahora vamos a celebrar nuestras bodas de plata con la profesión.
 
          Es una frase obsoleta –no absoluta, amable corrector-, manida, pero auténticamente inevitable en estas ocasiones. La frase ya la conocen todos ustedes. Es ésa; Y parece que fue ayer…
 
          Nuestra recordada Escuela de Comercio cubrió pretéritos horarios para atender asientos y contrapartidas. Siempre tuvimos por bandera, como lema el siguiente frontis: las cuentas, claras.
 
          Y empezamos a luchar, de forma teórica, con aquel inagotable panel de cheques, de créditos e insolvencias. Empezamos a luchar en esa delicada y peligrosa trinchera de los déficits, de las amortizaciones, de los saldos y de las cuentas bloqueadas, todo ello dentro de un campo de infinitos conceptos aunque para algunos sean ramas asépticas por la pregonada frialdad de los guarismos.
 
          Pero el tiempo nos ha demostrado que nuestras ramas ni son asépticas ni nuestros guarismos presentan frialdad. Y muchos menos ahora, cuando allá, en Suecia, el Rey Carlos Gustavo, acaba de darle la enhorabuena a nuestra familiar Contabilidad, porque un jurado de prosapia y élite concedió el Premio Nobel de Economía al británico Richard Stone por “su aportación fundamental para desarrollar los sistemas de Contabilidad nacional y, a través de esos sistemas, sentar las bases para una radical mejora de los análisis económicos y empíricos”
 
          La actividad económica de nuestro país, queridos compañeros, ha puesto de relieve en múltiples momentos la necesaria utilización del servicio de los titulares mercantiles, y eso lo ratificó en su día un Real Decreto, en cuyo preámbulo se aprobaba nuestro Estatuto Profesional, donde la auditoría, ahora tan de moda, ya era un concepto que se expandía por todo su articulado.
 
          Con la mano en el corazón hay que decir, en primer término, que nunca nos podremos quejar de nuestra suerte. Nuestras actividades apenas conocieron aquel martirio del desempleo y paro y sabemos que seguiremos solucionando nuestros problemas y los problemas de los demás, todo ello sin complejos, sin lamentaciones y sin lastres históricos, máxime ahora que nuestro colectivo dejará de envejecer tras la irrupción de esa savia joven, vital, con esos diplomados, que influyen y seguirán brotando desde la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales. Al colectivo apuntado, que no es otro que el Colegio Oficial de Titulares Mercantiles, muchos pertenecen más por añoranza que por necesidad, y esta circunstancia, y otras lejanías, han conducido a muchos de nuestros compañeros a una pasividad manifiesta que con la actual y nueva sede social estamos intentando, día a día, que esta situación no sea para éstos irreversible o difícil solución.
 
          Cuando nos reunimos, entre otras cosas, para celebrar una efemérides que sólo pasará una vez en nuestra existencia. En estas bodas de plata nos vamos a reunir para recordar, para vernos las caras, para hacer un canto a una amistad permanente a través del tiempo, aunque todos hubiésemos deseado que tal vinculo fuese más sólido y menos esporádico.
 
          Lloverán, a torrentes, las anécdotas de las que fuimos protagonistas en aquella hermosa mansión neoclásica –obra del arquitecto Manuel de Cámara y Cruz, que pronto tendrá una calle en Santa Cruz- que disfrutó la Escuela de Comercio por la generosidad del marqués de Villasegura, más conocido como Imeldo Serís. Y en sus tribunas y cátedras recordaremos la anticipada democracia de don Arístides, con sus inconfundibles fonemas; la gélida e impenetrable mirada de don Luis; la delicada sabiduría de don Andrés que con doña Juana, su inseparable esposa, formó un tándem institucional. Don Lucio con sus humanísticas interrogantes, y don Quiterio con sus jeroglíficos numéricos, sin olvidarnos del imperturbable don José Rodríguez, del bondadoso don Chano y de la inquietud de don Norberto, siempre asaetando a su reloj con una mirada, tic que contrastaba con las parsimonias orientales de los señores Herrera y Hodgson, con la apacible presencia de don Rafael y la mansedumbre y austeridad de gestos de don Ramón, que tenía igualmente su contrapunto en el director, don José María, locuaz y náutico, por nombrar los perfiles más asiduos y, por tanto, más familiares.
 
          También recordaremos aquel inmejorable y único patio de estudio, de meditación, de recreo y de tertulias que teníamos todos en la aledaña Plaza de los Patos, que aunque nunca tuvo éstos, sí que gozamos de la frescura de sus esporádicos surtidores y de su bucólica tranquilidad acomodados en aquellos bancos de bruñidos ladrillos con sabor a La Giralda andaluza. Y allí, muy cerquita, Paco con su carrito, de donde no sólo salían chufas, tamarindos, algarrobas y bocadillos sino el afecto y la generosidad. Y cerca de Paco, el bonachón Domingo, que tras su mostrador miraba resignado y benévolo a aquella terraza cuyas sillas eran invadidas por una clientela estéril en la consumición y fértil en la charla y en la discusión estudiantil. 
 
          Ahora, por un milagro del túnel del tiempo, todos volveremos a los años escolares con la presencia en el pórtico de la Escuela de aquel bedel erguido y tildado que respondía por Manrique o de aquella gentil mensajera que atendía por Carmita, que contagió su carisma a Leo, la secretaria, servicial sonriente y fiel. Cada uno contará la estadía como le fue en este barco anclado y pedagógico. Pero en todos, en todos y cada uno, estará presente ese continuado tributo a la amistad de la que intentamos hablar en este recordatorio de parpadeo y de pavesa. 
 
          Mi promoción, la de 60, también tiene que darle gracias a Dios por nuestra total vigencia y permanencia en filas. Éramos y somos pocos. Pero todos estamos aquí. Donde hemos tenido que poner crespones negros ha sido en nuestras orlas, en la parte más alta de éstas, en la parcela del claustro de profesores, donde hoy hay muchos en el Allá y pocos, muy pocos, con nosotros. Si lograron ser afortunados en la estimación y admiración ajena ahora deben sobrar sus respectivas elegías.
 
         Por todo ello y como epilogo a estas semblanzas, que pueden resultar triviales, sólo nos resta brindar la espiritual compensación del aplauso a quienes antaño nos ofrecieron el verbo, la sabiduría y la amistad desde sus respectivas cátedras, tribunas y parcelas.
 
 
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