Peripecia histórica de un templo parroquial santacrucero

 
Impartida por Sebastián Matías Delgado Campos en el Templo Parroquial de María Auxiliadora, Santa Cruz de Tenerife, el 25 de mayo de 2023.
 
 
 
          Al otro lado de la calle Galcerán, junto al barranco de Santos esquina a Noria Alta (Ramón y Cajal), en un solar de 3.000 m2 cedido por el ayuntamiento, se comenzó a construir en 1907 el Asilo Victoria destinado a niños huérfanos, abandonados o de escasos posibles. Costó 70.000,- pts., su autor fue el arquitecto municipal Antonio Pintor y pudo inaugurarse en 1911, gracias a la gestión de un grupo filantrópico de personas bajo la presidencia de una ciudadana animosa y ejemplar como fue Áurea Díaz Flores, esposa del alcalde Pedro Schwartz, cuyo es el nombre que se dio a la plaza inmediata que primitivamente se llamó 24 de febrero y a la que el común de los ciudadanos acostumbra a llamar la plaza militar.
 
          La institución desarrolló ejemplarmente sus fines durante más de 30 años, con el apoyo económico de los estamentos oficiales (ayuntamiento y cabildo), formando a los acogidos, entre los que no faltaron criaturas procedentes de la Casa-Cuna, para su proyección sobre todo como profesionales de distintos oficios.
 
          No fue exactamente hasta 1944 cuando los salesianos se hacen cargo de este centro por el que el Asilo Victoria se transforma en las Escuelas Profesionales Salesianas y con ellos llega el culto a María Auxiliadora, pues ya en 1946 tiene lugar el primer triduo en su honor, en la Capilla del centro.
 
          Al año siguiente, doña Isabel Zerolo, viuda de Costa, dona la primera imagen  de la patrona que fue realizada en los talleres de la Escuela Salesiana de Sarriá, la que como quiera que no llegó antes del 24 de mayo, su bendición y fiesta se trasladaron al 2 de junio.
 
          Un año más tarde, en 1948, tiene lugar en Santa Cruz la primera procesión de María Auxiliadora, pero se trataba de la imagen existente en el Hogar Escuela, en el Toscal, regentado también por hermanas salesianas.
 
          La imagen de Duggi no procesionará por las calles del barrio hasta 1951. Ya para entonces era práctica común entre los vecinos de la zona asistir a misa en la capilla de los salesianos, así que cuando el obispo Franco Cascón, en 1963, reorganiza la distribución parroquial y crea nuevas parroquias, al hacerlo en el barrio de Duggi, la coloca bajo la advocación de María Auxiliadora reconociendo de esta manera un hecho experimental ya consagrado por la realidad. Sin embargo, la nueva parroquia se crea dependiente de la de la Concepción y sin templo asignado.
 
          Quizá fue en los años 60, cuando las fiestas alcanzaron su mayor esplendor pues, además de la tradicional procesión desde el colegio salesiano en la que a la de la patrona acompañaban las imágenes de San Juan Bosco y Santo Domingo Savio además de la entrañable banda juvenil de música del colegio integrada en su totalidad por alumnos, había ventorrillos , verbenas y hasta fuegos de artificio y la calle Ramón y Cajal, la más central, la más ancha, la única arbolada y a cuya vera se hallan las dos plazas existentes en el barrio, se convertía en estas ocasiones en nervio medular de las celebraciones.
 
           Sin embargo, en 1969, la procesión dejó de salir por razones no suficientemente claras. Se alegó problemas de tráfico, pero quizá haya que buscar la explicación en razones de coste o de insuficiente apoyo.
 
          Diez años más tarde los salesianos abandonan el edificio del antiguo Asilo Victoria y se trasladan a La Cuesta de Arguijón y de esta manera, el barrio que no tenía templo parroquial, se queda sin la capilla del colegio salesiano y sin la imagen de su titular, produciéndose así una situación de absoluta orfandad en lo religioso, que sus habitantes deben paliar asistiendo a los cultos en templos más alejados y por supuesto también sin la fiesta que en aquellos últimos años se celebraba en el patio del colegio.
 
          Había de transcurrir luego más de una docena de años para que el nuevo obispo Felipe Fernández García pusiera empeño en que llegaran a materializarse físicamente varias parroquias creadas por su antecesor, cuya existencia era más teórica que práctica, puesto que no disponían de templo y entre ellas naturalmente estaba la de María Auxiliadora, cuyos límites precisos eran: la Rambla de Pulido, al norte, el Barranco de Santos, al sur, la calle Galcerán, a levante y la Rambla de las Asuncionistas, a poniente.
 
          Fue en ocasión de una conversación rutinaria de quien les dirige la palabra con el ecónomo de la Diócesis, don Domingo Morales (por entonces yo había intervenido en obras de rehabilitación de varios templos), cuando éste me trasmitió que se estaba buscando algún solar en este barrio para hacer realidad su templo parroquial y me preguntó si yo sabía de alguno. 
 
          Le contesté que el barrio estaba colmatado y que no parecía haber solar alguno disponible o, al menos yo no lo conocía, pero que, sin embargo existía una edificación que, adecuándola, quizá podía albergar el templo buscado y además se hallaba situada en una posición casi central, pero que era de propiedad privada y desconocía su disponibilidad. Fuimos a verla y quedamos ciertamente impactados por sus dimensiones, su definición formal y sus posibilidades.
 
          Se trataba de una edificación interior de la manzana comprendida entre las calles Álvarez de Lugo, Porlier, Benavides y Serrano, proyectada por el maestro de obras Federico Solé, que fue construida en 1901 para don Aureliano Yanes Volcán, destinada a almacén, que lo fue sucesivamente de su viuda doña Juana Quegles  y más tarde de la Junta de Abastos, de planta rectangular con dos entradas gemelas y opuestas en su mitad por las calles Porlier y Serrano (conservaba las básculas para pesar los camiones) y cuya mitad, la del extremo de levante, estaba ocupada, mientras la otra mitad, con el piso de tierra, sólo servía para albergar algún material de desecho (había alguna cabina del telesférico en desuso), pero permanecía prácticamente desocupada.
 
          El  propietario resultó ser el Banco de Santander (que mantenía la parte ocupada como archivo y depósito de documentación)  y el Sr. Obispo, ni corto ni perezoso se dirigió al Sr. Botín, no sé en qué términos ni con qué argumentos, pero sí que la gestión tuvo un feliz desenlace pues culminó en 1992, con la cesión gratuita del local en que nos hallamos y así el prelado pudo nombrar a su primer párroco don Jorge Manuel Fernández Castillo, por cierto recientemente fallecido, para gestionar la materialización, en aquel local, del templo del que tan necesitado estaba aquel barrio.
 
          Fue entonces cuando recibí el honroso encargo de proyectar y dirigir las obras necesarias para rehabilitar aquel contenedor para su uso colectivo y dotarlo de las instalaciones que posibilitaran el desarrollo del culto propio de un templo parroquial aprovechando su valor espacial en el que juega un papel esencial el techo.
 
          Este elemento estructural está conformado por espectaculares cerchas de madera cuya definición nada tiene que ver con las habituales en los templos de nuestra arquitectura tradicional, puesto que salvan una luz de 12,40 m., contrarrestando su empuje horizontal sobre los muros, mediante la alternancia de cerchas atirantadas con barras metálicas y las otras apeadas mediante tornapuntas o jabalcones a zonas inferiores de los muros. En el centro, se realzan para permitir sendas bandas horizontales que posibilitan la ventilación e iluminación cenital.
 
          El techo se cubría mediante teja plana colocada directamente sobre rastreles de madera lo que posibilitaba la entrada de polvo y provocaba un calentamiento excesivo del aire. Se solventaron ambos problemas disponiendo sobre las cerchas un tablero continuo tipo panel sándwich, que incluye un aislante térmico de alta densidad, como superficie soporte del tejado. 
 
          El 12 de abril de 1995, una vez concluidas las obras de reparación y acondicionamiento del techo y cubierta y la preparación del piso con formación de la tribuna que habría de alojar el presbiterio y las instalaciones afines, se colocó solemnemente la primera piedra bajo el lugar en que se ubicaría el altar y el 24 de junio siguiente, cual un nuevo Guadiana, salió de nuevo tras 27 años de interrupción, la procesión de Mª Auxiliadora con la imagen cedida temporalmente por los padres salesianos de La Cuesta.
 
          Las obras se llevaron a cabo sin desmayo de forma que el 24 de diciembre del año siguiente se estrenaron con la Misa del Gallo el nuevo presbiterio con las dependencias anejas (sacristía, aseo, oficio, escalera de acceso a una planta intermedia a la altura de la imagen que presidirá el templo y dos salas auxiliares).
 
          Debo hacer notar que en la conformación del espacio se tuvieron presentes dos cuestiones: la primera fue la de que cualquier solución debería posibilitar la lectura del contenedor en su definición original; la otra la de que era necesario concentrar la atención del espacio litúrgico, que se dispersaba en exceso en una dimensión tan amplia como resulta ser los 12,40 m. Y así, para dar respuesta a ello, se construyeron las dos paredes curvas de bloques de hormigón vibrado que permanecen en su lenguaje real, para posibilitar su lectura como elementos añadidos y respetan en su integridad la definición del techo.
 
          Al año siguiente, el 30 de septiembre ya se pudo celebrar la primera misa del nuevo presbítero Emiliano Rodríguez García, quien bendijo la imagen del Crucificado, obra magnífica del escultor Manuel Bethencourt Santana (Premio Canarias de las Bellas Artes años más tarde). A mí me gustó llamarlo Cristo de la Paz, aludiendo a su expresión y tomando el nombre de la plaza que constituye uno de los vértices del barrio y esta advocación resultó afortunada pues así se le conoce.
 
          Continuaron las obras con la construcción del coro alto y las dependencias parroquiales que ocupan a ese nivel el brazo de entrada al templo por la calle Serrano, cuya fachada se remozó, se colocó una nueva puerta esta vez de madera y se remató con una cruz de hierro.
 
           Al tiempo que se materializaba nuestra parroquia se acababa de terminar el edificio contiguo por esta calle en el cual había aún viviendas disponibles para su venta y se pensó que una de ellas podía albergar la casa parroquial, concretamente la que se halla pared por medio de las dependencias parroquiales, pero ya se había vendido. Sin embargo se hicieron gestiones con el adquirente a través del promotor para su canje por otra con la fortuna de que resultaron positivas. Entonces se consiguió comunicar directamente vivienda y despacho.
 
          Debo también dejar constancia de un viaje a Murcia en el que acompañé a don Jorge a visitar el taller del escultor Francisco Liza al que se había encomendado la realización de la imagen titular. Allí pudimos contemplarla ya prácticamente tallada en su totalidad y a falta solo de algunos detalles de su basa y del estofado y posterior policromado.
 
Preciosa
 
María Auxiliadora y el Cristo de la Paz en su templo (Fotografía de Gladys de Armas)
 
         
          Por fin, el 23 de octubre de 1998, el obispo Felipe Fernández bendijo la nueva imagen titular que quedó entronizada ya sobre el altar mayor. Poco tiempo después nos enteramos de que el escultor Liza había fallecido, de manera que ésta parece haber sido su obra postrera.
 
          Debo señalar que la puesta al culto del nuevo templo se llevó a cabo con elementos muy humildes habida cuenta de la escasez de recursos. Así tanto la base del altar como la del ambón se configuraron con bloques de hormigón vibrado aparejados a hueso, y sobre ellos, una humildísima puerta contrachapada hizo de mesa  y un sencillo ingenio de diseño propio hizo de atril. 
 
          Quiero dejar constancia de que en todo este proceso conté con la preciosa colaboración de mi aparejador, don Juan Antonio Labory Molowny que nos dejó para pasar a la otra vertiente el 30 de septiembre de 2006 y que era, además significado feligrés de la nueva parroquia. Recordarlo ahora me parece de justicia y lo hago extensivo a su extraordinaria mujer, Mercedes, que  protagonizó una impagable y ejemplar labor parroquial.  
 
          Más tarde y ya fuera de mi actuación, aparecerían el nuevo sagrario, la mesa de altar definitiva y hasta un Vía Crucis, quizá en exceso espectacular y dramático donado por su autor, que más adelante realizó también los cuadros de los cuatro evangelistas colocados  a ambos lados del sagrario y finalmente se realizó el confesonario.
 
          Debo decir que la donación del Banco de Santander incluía el ofrecimiento de hacerlo igualmente con el resto del edificio a cambio de que el obispado le diera una nave o depósito de similar envergadura en que depositar su archivo.
 
          De haberse consumado este ofrecimiento, el templo tendría hoy acceso también por la calle Porlier y en el resto del espacio se ubicarían la capilla del Santísimo y diversas dependencias y locales para uso y reuniones parroquiales (hoy se albergan en los bajos del edificio contiguo por Serrano), pero nunca se llevó a efecto y ello es causa de tener un solo acceso y presentar un fondo quebrado para dar entrada por la otra calle a los depósitos de la entidad bancaria. Se perdió una oportunidad quizá irrepetible. 
 
          En 1998 me vi honrado con el encargo de hacer el pregón de las fiestas, cosa que hube de hacer el día 20 de mayo, al mismo tiempo que los aficionados al fútbol seguían la retransmisión de la final de la copa de Europa de ese año, que por cierto ganó el Real Madrid. 
 
           En  aquella ocasión decía que el templo es la expresión concreta y material de la asamblea que lo utiliza y que construir un templo conlleva las mismas dificultades (bien que en otra dimensión) que construir una colectividad…. Así mientras el templo se consolidaba, parejo a él, debía hacerlo una parroquia integrada por gentes animosas que se entregaran ilusionadas al noble empeño de que Duggi tuviera de nuevo un corazón con latido.
 
          Y vaya si ha sido así, porque quizá cabe decir que nuestra parroquia de María Auxiliadora se ha convertido en referente para las demás, un ejemplo de actividad, de comunidad y de solidaridad en nuestra ciudad capital, lo que da pleno sentido a la palabra iglesia en su doble dimensión de contenedor y contenido y haber contribuido modestamente a ello me llena de satisfacción porque al fin y al cabo lo único que hacemos los arquitectos es crear y ordenar el espacio para satisfacer las necesidades  humanas de habitación.
 
          Mi más enjundiosa felicitación por tan espléndida realidad y mi más sincera gratitud a esta colectividad por dar sentido pleno a tan modesto trabajo.
 
 
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