El Museo de Cera madrileño
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en La Tarde el 15 de abril de 1977).
La tertulia
“Estamos en un café madrileño de principios de siglo, el resplandor de las lámparas de gas y el humo de los cigarrillos ponen una nebulosa patina en el ambiente recargado e intelectual del salón. La concurrencia es numerosa. Son caras muy conocidas. En una insólita reunión en la que se han dado cita los hombres más ilustres que dieron nombre a una generación. En el bullicio del café se ha hecho un repentino silencio. Ni siquiera Pemán que, cuartilla en mano, va a p…nunciar unas palabras, habla. Tampoco José Isbert, que atiende en su papel de camarero al maestro Azorín, se atreve a romper la quietud irreal de ese momento. Los asistentes posan para la historia, juntos por primera y última vez, y quedan así, en diversas actitudes, sorprendidos en un instante de sus pensamientos. El Gallo acaba de entrar y va a despojarse de su sombrero. Juan Ramón ofrece a Platero, su borriquillo, un ramillete de margaritas silvestres. Mientras Unamuno disfraza su meditación haciendo una pajarita, Baroja escribe el prologo de una novela sin título. Ortega, Valle-Inclán y Menéndez Pidal leen. El Conde de Romanones y Antonio Machado han interrumpido su conversación que, distante, escuchaba Pérez Galdós. Jacinto Benavente se ha disfrazado de Crispín, su personaje de Los intereses creados, que alguna vez gustó de interpretar. Ha dado, así un simbólico carácter a la reunión. Se ha detenido el tiempo. Podría oírse una sinfonía de arte, cultura y libertad si lo permitieses el silencio inquebrantado…”
Un Museo familiar y concurrido
Desde luego nos ha resultado mucho más familiar que el Gravin parisino y el Toussaud londinense, este Museo de Cera madrileño donde su Tertulia —cuyos trazos hemos transcrito para ustedes- es realmente tan impresionante y lograda como cercana al recuerdo ya que un museo de este tipo es, quizás, un instante robado al tiempo de la fantasía y de la historia. Es —como bien recalca su lujoso y recién editado catalogo- como si los acontecimientos o la imaginación se hubiesen detenido tan sólo una fracción de segundos para inmovilizar a sus protagonistas en un determinado momento real o soñado de sus vidas o, añadiríamos nosotros, trágico, porque la espeluznante escena de la mortal cogida de Granero es visión que prende y cala muy hondo dentro del gremio, numeroso gremio de turistas y visitantes.
Toda una muestra de civismo
En sus casi cinco años de historia este Museo se ufana y elogia la actitud ejemplar de todos los visitantes que traspasaron sus puertas luego de recalar en la amplia y luminosa Plaza de Colón y bajar al encuentro inesperado de parterres, fuentes y tranquilidad, trilogía que hace de umbral al mencionado recinto donde no se ha registrado en este lustro un solo acto de vandalismo, ni el más mínimo incidente. Toda una muestra de civismo, más elocuente aún por el hecho de que por tal Museo han desfilado personas de todas las edades y estratos sociales y porque, a diferencia de las barreras de separación entre el público y las escenas, existentes en otros museos, en el madrileño no las hay, lo que satisface la curiosidad casi mórbida del que pretende conformarse en acariciar el finísimo cutis de Elizabeth Taylor o el que puede decidirse por el ajado rostro de Greta Garbo sin desdeñar el retorcer narices u orejas al alucinado y drogadicto Charles Manson o al repugnante Landrú.
¿Sabías que un español ha ganado un Oscar de Hollywood?
Sí; un museo muy familiar, donde quedan inmortalizados, una vez más, nuestros pintores; con un Picasso que parece estar allí mismo, de pie, erguido, con su escrutadora y contemplativa mirada de hulla; con un Julio Romero y su guapísima piconera; esa de los “billetes”, nuestros reyes, conquistadores, navegantes y hombres de letras donde tenemos que descubrirnos ante Cervantes que escribe en una austera habitación, a través de cuya ventana se vislumbra el paisaje árido e interminable de la Mancha, hollado por un universal esquizotímico y por un prosaico pícnico.
También nuestros hombres de ciencia. Y para nosotros un curioso descubrimiento: Juan de la Cierva y Hoces maneja el Dynalens, antivibratorio que permite filmar desde vehículos en movimiento y que le valió un Oscar a la Academia de Ciencia y Artes de Hollywood.
Los toros: Desde el doctor Fleming hasta Manolete
¿Cómo podría faltar retazos de nuestra Fiesta Nacional en un museo español? El catálogo nos lo va a explicar con todo lujo de detalles: “Este ruedo que ahora pisa el visitante es un ruedo único, en el que, unidos en el tiempo, se encuentran grandes figuras del toreo que ofrecen su arte y su valor ante la atenta mirada de espectadores inolvidables que vuelven a vivir el horror de la muerte de Manolo Granero, corneado por el toro –¡cuánto sarcasmo en su nombre! - Poca Pena, Joselito y Belmonte acuden presurosos a un quite que nunca tuvo lugar y no impidió la muerte de su compañero, con quien ya están reunidos. Domingo Ortega y Sebastián Palomo Linares esperan. Recuerda el primero nostálgico, su vida plena de riesgos y triunfos. Palomo se abstrae en la meditación sobre su venturoso futuro, asediado siempre por el peligro. Trae las barreras, Imperio Argentina y Vicente Blasco Ibáñez parecen idear una corrida distinta a la que presencian. Yul Brynner conserva aquí también su expresión impenetrable, Elizabeth Taylor y Richard Burton se han vuelto a encontrar, una vez más, para asistir a este espectáculo de luces y muerte. Sir Alexander Fleming es feliz aquí. Sabe que su ciencia ha salvado la vida de muchos toreros y sonríe, infundiendo ánimos y confianza a futuras generaciones de matadores. Orson Wells recrea en su mente la película que hasta ahora no se ha atrevido a hacer sobre la fiesta española. A la derecha hay un quirófano. Manolete, el ya legendario torero cordobés ha muerto…
Momentos de infinita tristeza
…Jiménez Guinea hace con sus manos crispadas la camilla en la que yace el cuerpo inanimado del torero. Su mirada, su gesto, todo trasluce en él un sentimiento de desesperación y de impotencia. Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín y Ernest Hemingway asisten, como petrificado, a este momento de infinita tristeza. Todos ellos armaron la fiesta y todos, excepto uno, Luis Miguel Dominguín, murieron ya. Su cita de ahora es un último homenaje que Hemingway hubiera gustado de glosar.
Al fondo, Paco Camino, el torero artista y desconcertante, se apoya en el burladero mientras, a su espalda, el toro Islero, verdugo de Manolete, saca su cabeza de terribles astas en un intento por salir de su toril en busca de una víctima”.
“O Rey” Pelé con Zarra y Gainza
En otro apartado, el deporte, con ese opio del futbol, que preside un trío excepcional: Gainza, Zarra y Pelé, con capa de armiño y sin corona; en otro rincón, el saludo del rapidísimo Ángel Nieto, el paseo triunfante de Bahamontes, sin olvidarnos del irrepetible Urtain, aquí con perfil de Cyrano de Bergerac; Manolo Santana, con la boca cerrada; Uzcudun, con mirada nostálgica y Zamora, visera y rodilleras de antología. El último incorporado, José Durán, ex campeón mundial de los superwelters, cuya presencia confunde al más profano porque dista muchísimo del modelo…
El crimen del expreso de Andalucía
Formidable la escenografía de aquel delito que en 1924 conmovió al pueblo español: el crimen del Expreso de Andalucía. Junto a la entrada de una cueva, El Lute; más allá, nuestros bandoleros españoles aislados de otros delincuentes famosos; en otro departamento, la relajante y dentífrica sonrisa de Jimmy Carter, la desnudez de Gandhi, el desafiante apéndice nasal de Golda Meir junto a unas piernas de fábula: Marlene Dietrich, que adornan conflictos mundiales y pléyade de políticos, dejando atrás el circo con el arriesgadísimo ejercicio de Pinito de Oro y la roja y blanca carcajada del listo Tonetti, así como el multitudinario café-cantante, el mundo infantil y la más palpitante actualidad, donde Heidi se confunde con Félix Rodríguez de la Fuente y Mortadelo y Filemón con Kung-Fu.
La “respiración” de Anthony Queen y el piropo de José María Pemán
De repente, y al regreso, en nuestra anárquica visita a este museo, nos encontramos en un típico salón del lejano Oeste con los inevitables Gary Cooper, Wallace Berry y James Dean, inmersos en una extraordinaria ambientación, cuyo lunar es la presencia del meloso Clark Gable, con atuendo de Lo que el viento se llevó…
Una de las notas que causan más hilaridad en este cuidadísimo recinto, –donde hasta ahora nos brinda una sección de prestidigitación y horror- es contemplar al chicano Anthony Quinn que, tumbado en un banco del saloon, no sólo parece estar mirándonos fijamente, sino que contemplamos con no disimulado estupor como se abomba su pecho con la cadenciosa respiración del reposo…
En síntesis: estamos de acuerdo con don José María Pemán, que a raíz de visitar dicho Museo escribió en el Libro de Honor lo que sigue:
Cuando se le rompían las narices a una estatua griega se la reponían EN CERA.
De ahí viene la palabra SIN CERA para nombrar la verdad todavía.
¡Pero este Museo nos dice que la CERA es más verdad todavía!
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