Madrid (3)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 26 de marzo de 1977).
 
 
Las arrecogías y Equus. (Dos obras teatrales para la meditación y el recuerdo). 
 
 
          En el Teatro de la Comedia se nos recibe con guitarras, bailes y cantos andaluces; con “pintadas” bajo los palcos, escritas por un ramillete de granadinas que nos hacen recordar las palabras de Meyerhold: “Si no hay una alegría trágica interior no existe una comunicación entre el actor y el público”.
 
          La obra de Martín Recuerda necesita un espacio tipográfico especial: Las arrecogias del beaterio de Santa María Egipciaca. Pero pasará a la historia como Las arrecogias, primeras victimas que dieron su sangre por aferrarse a una conciencia liberal durante el reinado de Fernando VII, al que dicen se le ocultaron las injusticias ocurridas a unos seres anónimos que pagaron con la condena y la muerte sus intentos de libertad.
 
          En la exposición, en el nudo, en el desenlace, la alegría se une a la tragedia y lo lírico a lo dramático. Lo que a través de casi tres horas –que pasaron volando- ocurre en aquel escenario de extraordinaria ubicación cautiva a un público que en ocasiones hasta siente el deseo de gritar “¡justicia y libertad para esas mujeres!”.
 
          Mariana de Pineda, la heroína de Granada, se debate entre oleadas de misticismo y de sexualidad, de bravuconería y lenguaje desgarrado. Insuperable Conchita Velasco en ese papel, caracterizando a la señorita “recogida” en aquel convento monjil con ribetes de Inquisición, donde el látigo sustituía al rosario y el repudio al consejo.
 
          La música de Enrique Morente nos hace bailar y llorar; nos hace oír los sones de las amenazas y denuncias, sin claves ni símbolos, de envidiable sello insobornable. Se observa la mano maestra e invisible de un Adolfo Marsillach que nos deleita y acongoja con un desfile con aire de fiesta española, entre músicas, silencios, esperanzas pasiones y terrores.
 
          Sale uno aplomado del Teatro de la Comedia. Y mientras comprendemos los siete años de “silencios administrativos” que ha padecido la obra del pacifico y casi indefenso Martín Recuerda, recordamos a todos y cada uno de los intérpretes y técnicos que llevan a cabo estas “arrecogias”, donde Conchita Velasco, sin castañuelas ni Las arrecogías y Equus
 
          Manolo Escobar nos demuestra su formidable fibra interpretativa, ya vislumbraba en su Tormento cinematográfico. 
 
***
 
          Y otro “mazazo psicológico” con Equus, de Peter Shaffer, en el Teatro Reina Victoria, donde la rusticidad del público se hizo notar a base de bostezos, ruidos, interrupciones con postre de pipas de girasol. ¿Por qué estaba allí aquel estrato social? Fernando Delgado, que interpretaba al doctor Martin Dysart, nos los aclararía al final de la función, aún sudoroso y jadeante por la reciente vehemencia de su actuación:
 
          —Vienen por el desnudo que han visto en las fotos exteriores de Manuel Ángel Egea y Pilar Barrera.
 
          Les puedo asegurar que tal desnudo es de lo más serio, dramático y despellejante que puede verse sobre un escenario. Es episodio para acentuar aún más la debacle que estamos soportando, donde un joven perturbado siente irrefrenable pasión carnal por un caballo –que desarrolla José Goyanes, con sensacional expresión mímica- produciéndole tanta náusea como impotencia cualquier otra expresión sexual, reflejándonos un alegato contundente contra la represión que predica la moral burguesa; viene a ser el proceso de una generación marginada, simbolizada por el joven Alan Strang, que interpreta Manuel Ángel Egea, la auténtica vedette de Equus, de increíble versatilidad y sin un solo fallo ni balbuceo, que precisamente ayuda en la dirección a Manuel Collado.
 
          —Es un muchacho de grandes posibilidades —nos añadiría Fernando Delgado.
 
          Al final bostezos, ruidos e interrupciones se habían convertido silencio de nicho. Y no había surgido el sueño entre aquel respetable. La obra les había abierto de par en par los ojos, más por lo que oyeron que por lo que vieron. Por lo menos es lo que observó este simple espectador.
 
 
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