A bordo del Benchijigua, "la guagua de Taco"

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 15 de diciembre de 1976).
 
 
          En el ferry Benchijigua no vale aquel pasaje bíblico de que “los últimos serán los primeros” si tenemos en cuenta que tanto en Los Cristianos como en San Sebastián los primeros motores que entren por las descomunales fauces metálicas serán los que inicien –en cualquier puerto de los citados- la caravana de vehículos, ya que en el sur tinerfeño se entra por popa mientras que en la isla del almogrote por la parte delantera.
 
          No se pierda usted el espectáculo matinal de observar cómo en su propia tierra parece todo un extraño pues los autopullmans inundan el coquetón muelle y vierte toda una variopinta masa de Babel. Y procure ir a la hora en punto, con esfínteres obedientes y sin colitis al citado malecón ya que solo hay un W.C. y éste a pesar de su ventilación, se convierte en letrina verdadera en contraste con la funcionalidad de las oficinas colindantes.
 
          Por menos de 600 pesetas, ida y vuelta a La Gomera; hora y media en cada travesía, con la suerte de que si le toma calma sufre mucho menos que en nuestra Autopista, que ahora parece más sosegada por aquello de las limitaciones en el acelerador y subidas del carburante.
 
          En las cubiertas del que los jocosos han bautizado como la guagua de Taco que más parece autobús cosmopolita; en las cubiertas de este barco “que no huele a barco”; en las luminosas y amplias cubiertas de esta nave que lloriqueando aún su nacimiento ya se ufana con vitrinas y trofeos; en estas cubiertas, decíamos, el numerosísimo gremio turístico no consume los bocadillos del nativo sino algo que les resulta más barato: el sol, aunque a media travesía y con la clásica brisilla tengan que refugiarse en sus stocks de suéteres y prendas de abrigo bajo la atenta mirada del pezón teidetano, que algunas veces esboza sonrisilla sardónica al contemplar, por aquello de los inevitables vaivenes, cómo los pasajeros más andariegos e inquietos convierten sus pasos en cadencias de beodos y sus movimientos en pura trayectoria de meandro, aunque puede que todo ello sea producto del bar anexo que, como en botica, tiene de todo.
 
          Para aquellos héroes de las travesías de hace algunos años, a base del martirio de las horas, mareos, vómitos y muchísima resignación, las de ahora parecen como un sueño en cualquier época del año, con unas airosas cuadernas que nos hacen mirar con cierta indiferencia los salvavidas, las balsas inflables, los flotadores, los pulsadores de alarma y las salidas de emergencia mientras una tripulación tan laboriosa como encariñada con el neófito tanto se esmera con podar las plantas de adorno como dejar relucientes los manguillos de los extintores y todo lo que representa metal, al que someten a una constante batalla de sidol y bayeta, todo ello sobre un suelo inmaculadamente enmoquetado, sin una partícula vergonzante, sin las huellas del abandono y subdesarrollo. 
 
          Sí; la limpieza del Benchijigua es algo que llama poderosamente la atención; como también llama la atención aquellas carreras de los turistas para ocupar los sitios más privilegiados de las soleadas cubiertas; turistas que luego veremos deambular por las tortuosas calles de San Sebastián, extasiándose ante aquel cuidadísimo jardín que esconde al sorpresivo Parador, comiendo en el modernísimo restaurante ubicado en Agulo o alumbrándose con cerillas en el interior de la Torre del Conde para enterarse de que están “en la primera edificación militar con arquitectura medieval castellana en el Archipiélago Canario”…
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -