Emmanuelle

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 16 de agosto de 1975).
 
 
          Sólo es cuestión de pasar unas hojas, por ejemplo, las del France Soir, que, por cierto, siempre se publica con día adelantado. Sección: Cinema. Para el reprimido espectador español, todo un aluvión de pornografía, sexo y erotismo, entre otras cosas. Títulos como Exhibition, Sexorcisme, La feria de los sexos, Reves Porno, Emmanuelle, etc., etc. A media plana, los perfiles de Burt Lancaster y Gary Cooper anunciando de nuevo Veracruz, donde el nombre de Sarita Montiel tiene más tipografía que cuando se estrenó el recordado film de Robert Aldrich. Y también, con alarde de columnas Clint Eastwood, que en París, con La sanction, lleva trazas de batir récords en taquillas. Pero muy difícilmente podrá desbancar a Exhibition, que se está proyectado simultáneamente en 19 salas (ha leído bien: 19 salas) de esta Ciudad Luz, comenzando las sesiones –en algunas de ellas- a las doce del día y terminando a la una de la madrugada. Los carteles –en los que no aparece fotografía alguna sino textos- aseguran que es el primer Hard-core francés, añadiendo que “el film está basado en la representación en la pantalla de los actos sexuales no imitados. Prohibida la entrada a menores de 18 años. Advertencia de la “Comisión de Control”: La película es de una extrema provocación en la expresión y en las imágenes para aconsejarla a un público delicado” …
 
          Exhibition es, en pocas palabras, esa pornografía intima trasplantada ahora a una pantalla comercial, donde una prostituta, Claudine Beccarie, se limita a confesarnos, punto por punto, los más nimios detalles de ese oficio tan viejo como el propio mundo. A pesar de sus largos parlamentos llega a cautivar el rostro de la Beccarie por su riqueza de expresión, gestos y modulaciones en una conversación totalmente improvisada, ya que se limita a contestar con exhaustivo interrogatorio en off, pasando de la explicación oral a la práctica, repetimos, sin cortapisas de ningún género, en escenas de sensualidad brutal, con toda clase de voluptuosidades, sin excluir ninguna abyección , donde los hondos suspiros ahogados, y los entrecortados ayes de abatimiento son la frenética “música de fondo” en escenas del más repugnante burdel, con prodigas incrustaciones de tribadismo, sexualidad en grupo, amor lesbio y cunnilingus, insoportables para determinados espectadores que, profiriendo las más enérgicas repulsas, abandonan la sala llevando tras de sí a sus parejas, a punto casi de vomitar.
 
          Otro mundo envilecido, de depravación y corrupción nos refleja en Emmanuelle, que presentan pomposamente como “la obra de arte de la literatura erótica” donde lo porno ahoga lo sutil: donde Sylvia Kristel –holandesa, 21 años, que tras esta película es una de las estrellas más cotizadas del momento-, de extraordinaria fotogenia y con fragilidad de porcelana china se ve asaetada –por un grupo de amigas en busca desesperada de otras sensaciones- con palabras indecorosas; alusiones a placeres solitarios; requiebros indecentes para enardecer, con torpeza, los sentidos de los estragados y de los incultos, todo ello ubicado en Thailandia, en escenarios falsos, de lujuriante vegetación, donde la molicie de paso a los más acentuados desenfrenos, cuando antes, en avión transoceánico, se nos ofrece una doble violación que el director de la cinta Just Jaeckin intentó parangonar con la famosísima escena de Marlon Brando y Maria Schneider, incorporándose a mitad de la película un singular personaje, Mario, que aconseja, entre otras cosas: “Hay que proscribir la pareja; buscar otras experiencias; no darle todo el amor a un solo hombre”…, transportándonos al mundo thai; con su escalofriante subdesarrollo, sus fumadores de opio; sus luchadores de manos y pies que ahora, tras el triunfo en uno de sus combates reciben como premio la posesión carnal de una Emmanuelle suave como un guijarro, con faz de muñeca pero ya enfangada ante tantos abrazos, suspiros y jadeos, que en la escena final del film intenta comprender que aquel Mario, símbolo de la experiencia y del machismo, se debate entre la impotencia u homosexualidad, teniendo como contrapunto la música –pegadiza y adecuada- de Pierre Bachelet.
 
          Al salir de esas proyecciones a nuestra mente varias preguntas: ¿Para qué sirve este cúmulo de pornografía y sexo? ¿Se habrá deslizado ante tanta bazofia algún hálito de erotismo? ¿Qué clase de experiencias nos ha aportado este interminable desfile de espasmos y requiebros? ¿Habrá algo realmente positivo en estas brutales exposiciones? Estimo que sí. Y lo estimo e intuyo porque aún resuenan en mis oídos las recientes palabras del profesor Amezúa, sexólogo: “En mis cursos de educación sexual paso diapositivas pornográficas y otras eróticas. El grupo las juzga y es curioso porque viendo pornografía la gente queda con mal gusto. Lo pornográfico es lo feo y lo erótico es lo artístico, sensible y delicado. Así orientaría yo la pornografía. En París se ha montado una técnica nueva de pornoterapia. Esto es un detalle para saber que la pornografía no solo sirve para lo malo. La pornoterapia es una terapia llevada a cabo mediante la explotación de motivaciones inconscientes a nivel subliminal. De un modo inconsciente hay una serie de cualidades que están sin cultivar y sin explotar”.
 
 
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