Niza, capital del turismo de la Costa Azul

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 30 de julio de 1975).
 
 
Al equipo H.F., marca Sunair modelo ASB-125, portable, que nos condujo por senderos inesperados.
 
 
          Tras el cosquilleante cacheo y detector de metales en Barajas, la decoración rosada, como romántico rincón de una discoteca in, del avión que nos llevaría a  Niza, la capital del turismo de la Costa Azul.
 
          ¡Qué forma tienen los nizardos de presentar sus principales mercancías; sol, hoteles, playas, avenidas…! Desde las alturas ya cautiva aquel bellísimo litoral francés. Desde la ventanilla de aquel túnel con decoración romántica observamos el coqueto, amplio y luminoso Aeropuerto, ganado recientemente al mar, uno de los orgullos de Niza, que le ha orlado con artísticos y perfumados jardines interiores y exteriores, donde toda clase de flores adorna dependencias y anexos. Dicen que después del Aeropuerto de Orly, éste es el más importante de Francia.
 
          Flores, muchas flores hay en Niza. Tantas que de vez en cuando tienen forzosamente que “destruirlas” en bullangueras batallas; en festivales de Carnaval; en vistosos números folclóricos; como complemento de impresionantes fuegos artificiales en sus famosísimas “Noches de Verano”. Visitar el mercado de flores de esta ciudad es como estar presenciando nuestras famosas alfombras de flores del Corpus. Estas flores no las suele comprar el turista –“que sólo quiere sol y hoteles”-, como nos dijo una de aquellas vendedoras, protagonista diaria de aquel espectáculo maravilloso. 
 
           En efecto: hoteles y playas. ¡Pero qué hoteles y playas, amables lectores! Al penetrar por la mundialmente famosa Avenida de los Ingleses, uno observa distinción y prestancia, pero por encima de todo, tradición y rango. No existen las habituales y verticales “colmenas” turísticas. Por aquella hermosísima Avenida de ocho vías y dos direcciones; con seto central, paseo y playa a lo largo de siete aprovechadísimos kilómetros, es muy difícil descubrir hoteles que sobrepasen los seis pisos. Y hoy en día Niza, nacida del turismo, disponen de más de 300 hoteles en todas sus categorías, desde el Negresco, donde aseguran aún se duerme en camas de colgaduras que días después veríamos en el Palacio de Versalles, hasta el X, que siempre dispondrá de limpios servicios y cómodas habitaciones en esta ciudad de apenas 300.000 habitantes, que desde principios del siglo XIX la presencia de grandes personalidades en todas las ramas le ha conferido una brillante aureola incluso como centro de arte, que sus museos, bibliotecas, su Universidad, y facultades de Derecho, Letras, de Ciencias y el Colegio de Medicina, le aseguran un destino cultural muy importante.
 
           Un paseo nocturno por la citada Avenida de los Ingleses es espectáculo que nadie desea perderse. Bajo aquellas originales sombrillas de margarita; sobre aquella calzada cuajada de flores y palmeras; contemplando atiborradas terrazas de flamantes bares, restaurantes y cafeterías; oyendo toda clase de ritmos de los más lujosos casinos, salas de fiestas y night clubs; sorteando a cada instante a africanos que ofrecen baratijas, cueros y ébano: a pintores con las más estrafalarias vestimentas; a ciegos suplicando limosna; a enfermos mostrando heridas purulentas… sentados en aquella playa de guijarros claros y pulidos uno observa los inevitables y nutridos grupos de hippies que al oír las doce campanadas de una torre cercana, como siguiendo un extraño rito, se lanzan a las aguas mediterráneas con gritos de jolgorio o frío, saliendo a los pocos minutos para congregarse alrededor de una improvisada hoguera que enrojece sus clásicas demacraciones y ojeras. Estos hippies son los más asiduos clientes de las numerosísimas pizzerías establecidas en Niza. Pero ellos no son partidarios de la sabrosa pizza, sino de las exquisitas patatas fritas francesas que, con mostaza y vino, suelen ser el plato para salir airoso de un almuerzo o de una cena. 
 
          Los nizardos –tan pendientes del sol como los árabes de petróleo- son seres agradecidos al cálido y luminoso astro. Y en la moderna Plaza Massena, rodeada por sobrios inmuebles con arcos genoveses, le han alzado una artística FUENTE AL SOL, que el escultor Janiot representó en hercúlea y apolínea escultura. 
 
          Abandonamos Niza con la convicción de que atrás hemos dejado algo lleno de tradición y prestigio. Ha sido para nosotros una interesante caja de sorpresas, de donde han salido catapultados el buen gusto, la finura y la elegancia. Una caja de sorpresas que no nos abandonó hasta el último instante, ya que pocos minutos antes de subir al avión que nos transportaría a París vimos un extraño artefacto con un rótulo donde se leía lo siguiente: “Sensacional. Por un franco esta máquina cepilla, encera y abrillanta los zapatos negros o de color en 90 segundos sin riesgo de ensuciar los calcetines o los bajos del pantalón” 
 
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