Vale la pena

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 29 de julio de 1975).
 
Los Rodeos, cerrado al tráfico
La neblina, el malhumor y una Residencia con decorados de James Bond…
 
 
          Tras recalar del lozano Aeropuerto de Orly, allá, en Barajas, infierno en las pistas de balizaje y purgatorio climatológico en sus transparentes departamentos, observamos que en nuestro mismo vuelo, el 409 –que luego en Gando se haría de pesadilla- viajarían un buen puñado de jóvenes peninsulares, que ahora eran efusivamente despedidos por algunos compañeros que ya conocían la isla y por otros que miraban con cierto desconsuelo las hojas con cubierta de bermellón de los futuros viajeros.
 
          —¡Verás cómo te gusta el Teide; el Valle de La Orotava; el Puerto de la Cruz y un jardín que le llaman El Botánico…!, le recomendaban a un joven con perfil de Cyrano y de la escala jeans.
 
          Nuestros oídos siguen atentos. 
 
          —¿Sabes? No vas a encontrar muchas playas; pero hay un sitio delicioso llamado Los Cristianos al que se llega por una formidable Autopista. Allí lo pasarás fenómeno.
 
          Surgió ¡como no! El problema crematístico:
 
          —Nosotros fuimos en nuestra luna de miel. Y solo el viaje nos costó 22.000 pesetas desde Madrid. Si redujeran esta tarifa tengo la impresión de que iría mucha más gente…
 
          A nuestros tímpanos, las siguientes palabras: “La compañía Ibería anuncia la salida de su vuelo 409 con destino a Tenerife; rogamos a los pasajeros tengan la amabilidad de pasar por la puerta número 12…”
 
          Ya casi en la galería de acceso a pista, una última sugerencia:
 
          —No se te ocurra ir a Icod de los Vinos; por allí las carreteras están llenas de baches; nosotros fuimos un anoche y Leonor pasó mucho miedo con tanto hoyo y tan escasa luz!
 
          Habrá comprobado que no se mencionó nuestra garantía: el sol; ni Santa Cruz; ni los complementos del transistor, computadora de bolsillo y tomavista…
 
          En el” Douglas”, un surtido refrigerio, servido por unas azafatas más pendientes de servir alcohol y tabaco que proclives a brindarnos el periódico más reciente. Eran las cinco y media de la tarde. Cuando faltaban diez minutos para tomar tierra en Los Rodeos, la delicada voz de la aeromoza nos pone de malhumor: “Lamentamos comunicarles que el Aeropuerto de Tenerife se encuentra cerrado al tráfico, por lo que nos vemos obligados a aterrizar en Gando. Les rogamos que en dicho Aeropuerto se pongan en contacto con nuestro servicio de Información, que les tendrá al corriente de cualquier detalle. Gracias”. La gran masa de extranjeros que nos acompañaban se preguntaba el por qué está cerrado. Para los isleños y peninsulares no ha hecho falta explicación alguna…
 
          Son la diez de la noche. Gando está más desierto que Gobi. Ante aquella quietud, otra voz: “El Aeropuerto de Los Rodeos será cerrado por tiempo indefinido. Por favor, los pasajeros del vuelo 409 pónganse en contacto con nuestro “Autobús-Información”, que les conducirá a nuestra Residencia…”
 
          Los ciento y pico pasajeros están que trinan. “¡Dichosa neblina!”, exclaman los que parecen mantener en secreto tal pecado de ubicación. “¿Por qué está cerrado?”, sigue ingenuamente preguntándose aquel parisino de cejas negras y pelo blanco.
 
          Por aquel colectivo malhumor, aquel trinar, desaparece cuando el “Autobús-Información” nos deposita en las inmediaciones de la Avenida Marítima, a los pies de la Residencia Iberia, con aspecto de coloso sin llamas; muy funcional; con predominio del azul y blanco; espacioso; montando con exquisito gusto; orlado con cuatro estrellas, con ascensores para James Bond, con pulsadores de célula y música ambiental; suelo impecablemente enmoquetado, que hace de formidable antesala a unas habitaciones extraordinariamente bien distribuidas, con televisión japonesa al fondo y una ducha que parece desmentir esa angustiosa carestía de agua. Un aplauso al servicio, que se desvivió con aquella imprevista oleada de ceños fruncidos y rostros de mala uva; otro aplauso a los camareros, a los diligentes camareros que con puntualidad de físicos nucleares servirían una exquisita cena y por la mañana –tras ser despertados por angelicales golpecitos en la puerta de la habitación- reconfortante desayuno a unos rostros ahora risueños y sonrientes que ya habían olvidado –ante tan formidables escenarios y decorados- la exposición, nudo y desenlace de una comedia hartamente conocida.
 
          A la diez y cuarto de la mañana tomábamos tierra en Los Rodeos diáfano, cristalino, con un sol brillante; sin la más leve mota de nubes. El parisino de cejas negras y pelo blanco seguía preguntando: “¿Por qué ayer estaba cerrado este Aeropuerto?”.
 
          El sábado, en estas mismas columnas de LA TARDE, en primicia informativa, leíamos: “Si se cumplen todas las previsiones HABRÁ AEROPUERTO DEL SUR EN 1977…”.
 
          Muchos habrán dicho: Cuando sin agobio de horario venga de Madrid a Tenerife y aquí haya neblina, ¡¡formidable!!
 
 
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