Los pajaritos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 24 de enero de 1974).
 
 
 
           ¡Qué fresco soplo de humanidad y ternura! Televisión Española –tantas veces puesta en la picota pública, lógica coyuntura si tenemos en cuenta su capacidad de convocatoria- nos demuestra, de vez en cuando, que allí, en Prado del Rey, hay algo que palpita, que denota sensibilidad y acrisolado espíritu artístico. 
 
          ¿Vieron ustedes la noche del martes el film Los Pajaritos? Nosotros, proclives a extendernos en otras manifestaciones, no podemos silenciar, bajo ningún concepto, el hálito de delicadeza y cariño que se desprendió la otra noche ante nuestras pantallas. Y es de agradecer ante tal cumulo de violencia, estridencia y disparos, que sobresaltan sueños infantiles y ponen frenéticos diástoles y sístoles en anatomías que no están precisamente en “la tercera generación”.
 
          Los Pajaritos trajo eso, tranquilidad y sosiego. Trajo una emocionante y hermosa aventura bordada por dos actores encajadísimos, Julia Caba Alba y José Orjas, y escrita y dirigida por Antonio Mercero, que ya nos había entusiasmado con su inolvidable La cabina, que obtuvo los premios que ahora le tienen que corresponder a Los Pajaritos, un sutil canto a los estragos de la contaminación; un poema que nos habla de eso que parece desfasado en esta época, del cariño hacia esas avecillas que ponen, entre otras cosas, inconfundibles notas musicales en nuestro enrarecido ambiente, tan lleno de hostilidades como sonidos provocativos.
 
          Mucha imaginación vertió Antonio Mercero en aquella escena donde ambos protagonistas, bajo originalísimos encuadres, van a desprenderse de sus recuerdos más entrañables; la secuencia de la oficina, con su masificación, ruidos y computadoras, perfecta, firmada por aquel trino que enmudeció entorno. Las peripecias de pájaro y jaula, sencillamente formidable; y si nos apuran un poco vimos en ellas algo de Charlot.
 
          El final, un suspiro; un suspiro de alivio, mezclado de dulzura y romanticismo, alzado por aquella fantástica grúa en busca de la utopía.
 
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