Contra la Leyenda Negra antiespañola (II). De la esclavista Isabel I de Inglaterra a las actuales élites igualmente esclavistas

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la revista Afán en su número de febrero de 2023).
 
 
 
          Cuando España evangelizaba el Nuevo Mundo —así como Filipinas más tarde—, y levantaba iglesias, hospitales y escuelas en torno a las fortificaciones defensivas, de las que los indígenas se beneficiaban; y se fundaban y edificaban ciudades modernas y universidades en las que estudiaban indígenas y mestizos, en las tierras conquistadas por británicos y holandeses (principales divulgadores de la leyenda negra antiespañola) se perpetraba un genocidio sistemático, la aniquilación de los pobladores originarios de aquellos lugares. Cuando en la América española se cultivaba la tierra y fomentaba la ganadería, de cuya producción se alimentaban sus habitantes —que alcanzaban una calidad de vida superior al promedio de las poblaciones europeas—, los británicos, holandeses y franceses, especialmente, explotaban a sangre y fuego los recursos naturales de los lugares conquistados, exclusivamente en beneficio propio. Para ello se necesitaba una enorme cantidad de mano de obra, que proporcionó África. 
 
          El tráfico de esclavos negros africanos se consideró un potencial negocio  muy lucrativo, al que se apuntaron los británicos con entusiasmo superlativo. Fue durante el reinado de Isabel I de Inglaterra (1558-1603) cuando se creó la más importante red de tráfico de esclavos que operó de África a las Indias Occidentales, y un pirata, revestido de corsario a las órdenes de Su Majestad, destacó sobre todos los traficantes de seres humanos: John Hawkins (1532–1595).
 
 
Isabel I de Inglaterra y John Hawkins, socios en el tráfico de esclavos africanos
 
          John Hawkins, su primo Francis Drake (a los que, por cierto, vencimos los españoles en varios importantes enfrentamientos, entre ellos en El Real de Las Palmas en 1595 y en Veracruz en 1568), además de Martin Frobisher y Walter Raleigh constituían el grupo de corsarios al que encargó la reina atacar, saquear y hacer el mayor daño posible a la flota española así como a sus puertos (especialmente en Nueva España), en épocas en las que ambas potencias no estaban en guerra declarada. Los cuatro corsarios fueron nombrados sir por la reina, pero fue Hawkins quien más contó con sus favores y confianza. De modo que cuando el corsario informó a la reina del lucrativo negocia que le supuso la primera captura de 300 negros en Sierra Leona, en 1563, y su venta en las Indias, ésta observó una gran oportunidad de negocio —¿quién ha dicho escrúpulos?— y decidió financiar sus posteriores expediciones (con algunos capitostes más), además de proporcionarle barcos, suministros, vituallas y armas. Hizo Hawkins tres viajes más de captura y venta de esclavos, hasta 1569, sumando un total de unos 1.400 —los que llegaron vivos, puesto que muchos morían durante la travesía, dadas las infrahumanas condiciones en las que lo hacían—. Tanto la reina Isabel I como Hawkins amasaron una considerable fortuna a causa del tráfico de esclavos africanos.
 
          No fue Hawkins el único esclavista, ni mucho menos, como sabemos, —ya lo fue su padre William, entre otros muchos—, pero sí fue éste quien estableció un modelo que se conoció como «el triángulo del comercio de esclavos inglés», destacándose entre los de su misma calaña. Lo cierto es que Isabel I de Inglaterra —que entre otras maldades mandó a ejecutar a 800 católicos, capítulo aparte de la hipocresía anglosajona— fue una empresaria esclavista, socia prioritaria y fundamental de John Hawkins, que se lucró de tan aberrante manera. Tanto dinero le hizo ganar Hawkins a su reina, que ésta, agradecida, le otorgó un escudo de armas, en el que figura en lo alto un esclavo africano. ¿Quién dijo complejos?
 
          La demanda de esclavos negros en las colonias británicas de las Indias Occidentales generó un negocio tan rentable como inhumano. De modo que en 1660 se constituyó la Royal African Company, por iniciativa de la familia real Stuart y los principales comerciantes londinenses, con el fin de adquirir de los mercaderes árabes (a quienes proveían los mismos jefes de tribus africanas que apresaban a hombres, mujeres y niños de pueblos sometidos) las partidas de esclavos, en diferentes puertos de la costa oeste de África. La compañía fue dirigida con mano de hierro por el duque de York, hermano del rey Carlos II, hasta que en 1685 el duque ascendió al trono como James II. La familia real amasaba una enorme fortuna.
 
          El historiador británico William Pettigrew afirma en sus trabajos que la Royal African Company transportó en torno a los 5.000 esclavos negros cada año de la década de 1680 al continente americano, y matiza que la compañía «envió más mujeres, hombres y niños africanos esclavizados a las Américas que cualquier otra institución durante todo el período de la trata transatlántica de esclavos», y añade también que los inversores de la compañía «eran plenamente conscientes de sus actividades». Aquellos inversores británicos eran conocedores, sin duda, del horror que vivían los africanos arrancados de sus tierras por la fuerza y del futuro terrorífico que les aguardaba en las plantaciones americanas, donde el trato inhumano de sus propietarios anglosajones destacaba especialmente por los crueles castigos corporales, entre otras iniquidades.
  
          Según datos de fuentes británicas, entre 1672 y 1731, la Royal African Company transportó 187.697 hombres, mujeres y niños africanos esclavizados en barcos propios, en 653 viajes a las colonias inglesas en América, de los cuales 38.497 murieron durante la travesía. La predecesora Company of Royal Adventurers (Compañía de Aventureros Reales, que operó de 1662 a 1672) transportó a 26.925 esclavos africanos en barcos propiedad de la compañía en 104 viajes, muriendo 6.620 de ellos en la travesía. Sumando ambos periodos, murieron antes de llegar a su destino el 21% de los esclavos. ¡Cuáles serían las infrahumanas condiciones en las que aquellos desgraciados viajaban hacinados en las bodegas de los buque negreros, así llamados! 
 
          Me ha sorprendido —es un decir, porque nada me sorprende de los anglosajones puritanos, los primeros colonos de la Pérfida Albión— una dato que aporta Marcelo Gullo en su magnífico y muy recomendado ensayo Nada por lo que pedir perdón (ESPASA-2022), que creo sorprenderá también a más de un lector, y es que a mediados del siglo XVII los irlandeses esclavizados se convirtieron en una de las principales fuentes de ingresos para los comerciantes británicos. Nada menos que «El 70% de la población de las islas Antigua y Montserrat eran esclavos irlandeses; en la década de 1650 más de 100.000 niños irlandeses fueron separados de sus padres y vendidos como esclavos en las Indias Occidentales, Virginia y Nueva Inglaterra; 52.000 más, en su mayoría mujeres y niños, en Barbados y Virginia; 2.000 en Jamaica». No hay más que arañar en la historia de la Gran Bretaña para descubrir cuánto daño han hecho a la humanidad. 
 
 
A la América española huían los esclavos de la Carolina británica
 
          Como anécdota —en este otro pildorazo histórico, con el que pretendo sumarme a la lucha contra la difamación antiespañola que llamamos Leyenda Negra—, quiero recordar que durante los años en los que la Florida (como el 60% del hoy EE.UU.) formó parte del virreinato de Nueva España, se dio la circunstancia de que llegó a oídos de los esclavos africanos de la Carolina británica, al norte, que aquellos que lograran huir y cruzar la frontera hasta la Florida serían considerados hombres libres por las autoridades españolas. Y que en todo caso, las leyes españolas eran mucho más laxas que las británicas en relación al trato con los esclavos. Entre otras circunstancias, en España una familia de esclavos africanos nunca podía ser vendida separando a sus miembros, por el contrario a lo que sucedía en suelo británico, donde los esclavos eran tratados como ganado, y por supuesto los amos hacían de sus vidas lo que consideraban, por muy crueles que fueran sus decisiones.
 
          Antes de cerrar este pildorazo de hoy, quiero compartir con el amable lector una reflexión. Escuchaba y observaba las noticias e imágenes sobre la muerte y pompas de la reina Isabel II del Reino Unido, en especial la deplorable postura de algunos comunicadores y políticos genuflexos ante la reina muerta, sin la mínima muestra de dignidad ante la jefe de un estado que siempre nos ha perjudicado a los españoles —hoy mismo, manteniendo como tierra propia la colonia de Gibraltar, ofendiéndonos con su displicencia—, un estado en manos de la masonería más enconada enemiga de la España católica. Recuerdo con indignación los días de luto decretados por Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. ¿A cuento de qué? 
 
          Sin duda, el aparato mediático divulgador de la auto propaganda británica ha hecho bien su trabajo, especialmente el último siglo. Parece que la ignorancia de muchos españoles se abraza a la indignidad, al mínimo amor propio. La Gran Bretaña y sus reyes y sus políticos y su pueblo que han causado no más que daño, muerte, pobreza, ¡genocidios!, por donde han pasado: en la misma Irlanda; en América; en India; en China; en lo que hoy es Australia; en sus colonias africanas... Ese mundo tenebroso anglosajón, el de la Pérfida y el de los EE.UU. y sus lacayos, cuyas élites hoy lideran ese objetivo criminal que se ha venido a llamar «Nuevo Orden Mundial», el que pretenden establecer a la fuerza, ese poder que les ofrecen las nuevas tecnologías que manejan a su antojo, atemorizando a la ciudadanía idiotizada con patrañas apocalípticas, enarbolando el estandarte estafador de la Agenda 2030. Aquellos esclavistas, tales como Isabel I y su secuaz Hawkins tienen en las élites urdidoras de las agendas globalistas dignos herederos en el empeño del mal. 
 
          Pero no voy a dejar al amable lector con este mal sabor de boca, ni con escozor en los ojos, por el contrario, quiero recordar aquellos bellos y humanos párrafos de la reina más grande que haya tenido ningún pueblo, nuestra Reina Isabel I de Castilla y de todas las Españas, nuestra Isabel la Católica, párrafos que son un canto a la libertad y al respeto humano:
 
                    «Suplico al Rey mi Señor, muy afectuosamente, y encargo a la dicha Princesa, mi hija, y al dicho Príncipe, su marido, que así lo hagan y cumplan y que esto sea su principal fin. Que no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Indias y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas mando que sean bien y justamente tratados».
 
          ¡Viva la unidad de España!, ¡Viva la unidad de España e Hispanoamérica!, que nos hará fuertes; ¡Viva la libertad!
 
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