Vivencias de Torremolinos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 25 de abril de 1975
 
 
          Dejemos atrás a “Málaga cantaora”, como la llamó definitivamente Manuel Machado; la populosa calle Larios con su curiosa perspectiva de tejados; el cenachero, emotivo recuerdo en bronce al popular “marengo” malagueño; el pasaje de Chinitas, otrora sede del más famoso café cantante de Andalucía.
 
          Vayamos a Torremolinos, en cómodo autopullman, desembolsando trece pesetas por un viaje que –desde el frondoso Parque capitalino– dura apenas unos quince minutos dejándonos en terminal que nos hizo recordar a la de Santiago de Compostela.
 
          No visitar Torremolinos es no conocer en verdad –como apunta José Palop– el corazón de la Costa del Sol, que con una longitud de 150 kilómetros se extiende desde el Campo de Gibraltar hasta Nerja, teniendo a Málaga como eje y centro.
 
          Ya casi ofende cuando se le llama barriada de Málaga, porque Torremolinos es una barriada de Málaga, la capital. Sin embargo, es más conocida la primera que la segunda, sobre todo fuera de las fronteras nacionales.
 
         Dicen que por las noches, en Torremolinos, el idioma oficial es el inglés. Quienes hace 25 años pasaron por Torremolinos conocieron el comienzo de un sencillo y humilde pueblecito malagueño que se llamaba así: Torre Molinos; porque en el año 1939 la zona urbana se limitaba a una sola calle con quince o veinte casas a ambos lados y abajo, en la plaza, el trabajo de los pescadores, los famosos “marengos”.
 
          Hoy, en cada calle, una estridente sala de fiestas.
 
          Tierra de promisión bajo el sol, cada año es escenario natural de nueve o diez películas, cuyo rodaje transcurre, en gran parte entre aquella impresionante llanura dorada, ciclópeos hoteles con más estrellas que en un Regimiento y atosigantes colmenas de apartamentos, aseguran que con noches movidas y bulliciosas, donde viene proliferando toda clase de libertades.
 
          Fue la nuestra una visita fugaz, casi parpadeante, donde pudo originarse torticolis ante tantos giros y vueltas, ante tanto letrero: “adquiera el bisoñé adecuado”, alquile una cámara fotográfica, plastifique su carnet de conducir, aquí le ponemos su nombre al lado de Paco Camino, vendemos las mejores perlas majóricas…; luego, un pequeño descanso en aquellas terrazas con sabor a la portuense Avenida de Colón –pero aquélla con el penetrante sabor a cigalas, boquerones, almejas, plagas, sardinas, chanquetes-, donde un formidable siluetista, en este mes de abril, hace su agosto con tijeras, cartón negro y habilidad en sus manos; donde un personajillo tocado con sombrero cordobés va pregonando ¡ramitos de rosas! ¡ramitos de rosas!, mientras en los más inesperados rincones una legión de “hippies”, con miradas húmedas y movimientos indolentes, exponen al aire libre artículos de cuero, rarísimas baratijas y cuadros de todo tipo y tonalidades, ante una procesión de Torre de Babel, emborrachada con tiendas de innumerables souvenirs; perfumerías, farmacias, carnicerías y supermercados como patenas; lujosas casas de alta costura; costosísimas peleterías y boutiques infantiles; exquisitas dulcerías; intransitables restaurantes e importantes tiendas de calzados y óptica, no faltando las más modernas Galerías de Arte. 
 
          Y por aquellas calles, callejuelas y vericuetos, la sorpresa de un minúsculo museo de figuras de cera, que pretende hacer la competencia al londinense de Madame Tussaud, del que nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión.
 
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