Una sesión de bolas en Chimaje

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 12 de marzo de 1973
 
 
          —Cuando lo entienda verá que llega a apasionarle.
 
          A primera vista –y tengo que confesarlo con no disimulada vergüenza– esto de las bolas o bochas me parecía un juego de parvulario. Ahora tengo la impresión de que para destacar realmente en él se necesita –por lo menos– la concentración de un físico nuclear y la fina puntería de Guillermo Tell. No exige fuerzas hercúleas, ni la ciclópea vitalidad de un maratoniano; pero es un pasatiempo sumamente agradable.
 
          —Allá, en Venezuela, no hay familia que no lleve en su “carro” un juego de bochas.
 
          Me lo dice un apasionado espectador de este juego de “pulso y vista”; me lo dice con especial brillo en sus ojos de hulla, que parecen salírseles de sus órbitas cuando el árbitro, impecablemente uniformado, convoca a los ochos jugadores, que parecen hinchar sus pechos para lucir ante el público esas limpísimas camisetas que llevan estampado el nombre a defender sobre aquel coquetón rectángulo de 80 metros cuadrados.  
 
          En los bordes del “campo de batalla”, unos aplausos familiares, íntimos, que intentan premiar el bochazo que el hijo, el padre o el esposo ha metido a los rivales, que vienen de Cueva Bermeja con el intranquilizador cartel de juventud y competencia.
 
          (Con el auge de los viajes en los últimos veinte años, este juego ha pasado de unos países a otros, logrando pronto gran número de adeptos. Hay muchas maneras de jugar a las bochas. Ni en su patria, Italia, existe un reglamento fijo; por lo tanto no es extraño que haya por lo menos una docena de maneras diferentes de hacerlo. ¿Lo principal? Pues un terreno llano, libre de vegetación. Primero se tira el “mingo”, o “bocha meta”, del tamaño de una nuez, a unos 8 o 12 metros, dentro del campo, en cualquier lugar; después, en el orden prefijado, se intentará colocar las bolas mayores y pesadas (1.300 gramos) cerca del “mingo”. Está permitido apartar las bochas enemigas mediante golpes certeros. Gana el equipo que logra emplazar sus bochas más cerca de la “nuez”.)
 
          El técnico me susurra al oído:
 
          —La experiencia enseña que los tiros por encima del hombro o de lado son menos certeros que los efectuados mediante un flexible impulso de abajo hacia arriba, tomando la bocha desde arriba. La ventaja de este estilo consiste en que el brazo da la orientación, y ya sólo se trata de calcular la distancia.
 
          El árbitro hace sonar su silbato, el equipo de casa saluda con apretón de manos a cada uno de los rivales, y comienza el juego. En aquellos aledaños sureños de Chimaje, con inyecciones de yodo marino y polución de autopista a la espalda, el público, debido a desacostumbrado ventarrón, tiene que echar mano de pañuelos de cabeza, sueters, rebecas, jerseys, incluso alguna “manta peluda”, que contrasta con el atuendo de short y mangas cortas de un vecino, mientras otros buscan calorcillo en las oquedades de las rocas colindantes, aunque saben que de un momento a otro, cuando comience el crepúsculo, vendrá gentil anfitriona ofreciendo un buchito de café o un güisquillo de los monjes, a pesar de que el vientecillo del Escobonal no suele ser húmedo ni frío. 
 
          Pero allí dentro, en el rectángulo, seriedad de monjes de clausura; algún que otro furtivo cigarrillo para apaciguar diástoles y sístoles; concentración, mucha concentración, que no necesita ni de estimulantes ni de alcohol. Y cuando surge el golpe certero, el quejido de aquella señora que ha visto cómo han desplazado con escandalosa velocidad y chasquido la bocha de su pariente, que para sus adentros la está pidiendo a Dios no “ir a zapatero”, que equivale a no quedarse a cero.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -