Carta a un niño

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 10 de septiembre de 1974).
 
 
Primer premio del “Concurso de Periodismo Luis Álvarez Cruz”, de ámbito nacional, auspiciado por la Delegación Provincial de la Juventud de Santa Cruz de Tenerife
 
 
           Hola chiquitín:
 
          Mira, mi niño; yo te voy a escribir para que entiendas lo que quiero decirte. Por eso tendré que dejar a un lado palabras y conceptos raros. ¿Porque verdad que a ti no te dicen nada cosas como criterio propio, creatividad, ajuste personal, estabilidad afectiva, personalidad coherente, integración social, etc.? Intentaré decirte lo que pretendo con un lenguaje llano, fácil, porque te repito quiero que seas tú, por encima de todo, el que comprenda lo que quiero expresarte en estas líneas.
 
          Mira, chiquitín, yo soy padre de una criatura que tiene aproximadamente tu misma edad. Y con ella, por esos paseítos en las primeras horas de los domingos y días de fiesta, me he dado cuenta de que algunos de nosotros, de que algunos padres, se han puesto como una venda en los ojos y se están perdiendo unas escenas únicas. Porque no todos los padres gozan de sus hijos. Eso es lo malo. Y te repito, no sabes lo que se están perdiendo. Tú debes intentar por todos los medios, convencerlos de su equivocación. No le digas, por favor, que tú, como menos, tienes tus derechos, porque esto le sonaría a exigencia de niño piripi. Voy a darte una fórmula que creo podría darte resultado.
 
          Dile hoy mismo que, de vez en cuando, tú necesitas hablar con él. Que necesitas decirle lo que has hecho en clase; lo que te ha dicho el compañero más íntimo; lo que ha dicho el profesor cuando has subido al pupitre para hacer rayas en la pared de la clase. Y si tu papá te dice que no tiene tiempo de escucharte; si te recalca que se lo digas mañana, contéstale con cariño que mañana será tarde; que mañana te habrás olvidado porque cada día te suceden muchas cosas. Puede que tengas suerte y que papá te diga que le cuentes lo que quieras.
 
          Cuando papá te diga eso no pierdas la ocasión. Ha llegado tu hora; esa que tanto esperabas. No cojas miedo porque papá es quien más te quiere junto con mamá. Cuando estés frente a él; cuando papá esté dispuesto a escucharte, empieza a hablarle dulcemente en estos términos: 
 
          “¿Oyes, papá, y por qué tú tienes siempre necesidad de ver la televisión; por qué cuando llegas por la noche a casa apenas me saludas; te quitas la americana; vas al comedor; pones la tele; te sientas y mientras vas comiendo miguitas de pan levantas el tenedor para decirnos enfadado: ¡cállense!...? Yo sé que vienes cansado, papá; que posiblemente hayas tenido una discusión con un peatón o con un vecino del volante. Pero aquí, en casa, puedes tener la compensación a todo este ajetreo. La puedes tener en mí, papá, que espero que llegues de la calle PARA QUE ME HABLES. Sí; para que simplemente me hables. ¿Te pido mucho, papá? ¿Verdad que no? Pregúntame por muchas cosas mías; por lo que hago y no hago. A lo mejor con mis cositas podrías descubrir ese mundo que posiblemente jamás gozaste. ¿Por qué no haces la prueba?”.
 
          Sigue, chiquitín, sigue hablándole. Así:
 
          “¿Sabes? Hoy en el colegio me preguntaron dónde trabajabas y yo les dije simplemente que trabajabas en una oficina. Pero me hubiese gustado decirles muchos más detalles, porque yo sé que hay un montón de oficinas con múltiples actividades. Y también sé que tú desempeñas un alto puesto porque observo bienestar en casa. Lo que quisiera saber, entre otras cosas, es cómo ganas la vida, el pan para nosotros. Por la noche, cuando estoy a punto de dormirme oigo murmullos en tu cuarto. Sé que le estás contando a mamá esas cosas que a mí nunca me dices: tus problemas en el trabajo; tus posibles éxitos del día; tus enfados y rabietas; tus viajes y proyectos. Y siento muchas ganas de estar con ustedes; siento deseos de meterme en esa cama en cuyos extremos, por la mañana, siempre observo caídos en las alfombras los periódicos del día anterior”.
 
          Continúa hablándole a papá. Aprovecha que ahora te está escuchando. Dile por ejemplo; esto:
 
          “¿Te has fijado, papá, la forma que tienes de sentenciar los domingos y días festivos; esos días de descanso en que podemos estar todo el día juntos, hablando y jugando? Salimos por la mañanita de casa rumbo al campo, a la playa, a la montaña y cuando tenemos la oportunidad de hablar, de que nos digas tus cosas y que yo diga las mías, pulsas una tecla y ¡zas! La música, los boletines de política, las constantes noticias de fútbol. Esa especie de estudio radiofónico que has montado en el coche corta todo diálogo, toda conversación. Esos altavoces, ese sonido estereofónico que hace retumbar en nuestros oídos lo que llevan dentro esas cajitas que tú llamas “cassettes” nos convierte en una especie de gente extraña que tiene que conformarse con mirar al paisaje o a la aguja del cuentakilómetros cuando te empeñas en pasar a aquel coche que tienes delante”.
 
          Y para terminar, querido niño, pregúntale:
 
          “Dime, papá, ¿no crees que con todas estas cosas nos estamos separando cada vez más; no crees que llegará un día en que le preguntes a mamá: ¿pero y quién es esta criatura…?”.
 
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -