Mi último adiós a don Víctor Zurita

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 24 de enero de 1974).
 
 
          ¡Buenos días, Don Víctor!
 
          Me contestaba con aquella suprema humildad que marcaba todos sus gestos. Me contestaba desde aquel rincón, mortecinamente iluminado por una lampara flexor, perfumado por el aroma de su primer habano mañanero.
 
         Nosotros, más que respeto infranqueable, sentíamos cariño y admiración por aquel personaje que todas las mañanas, con tranquilidad oriental y puntualidad horaria de físico nuclear, era el primero en llegar a aquella redacción de aspecto tan bohemia como familiar, donde un servidor empezó a lanzar sus primeras líneas deportivas, primero, por impulso de uno de sus hijos, Rafael, con el que compartimos aulas escolapias, y más tarde por el ánimo que nos contagió su hermano Óscar, que había heredado de su padre, el entusiasmo por la noticia y el comentario agudo, fraguado en aquellas dependencias ubicadas en el mismo vértice del Callejón del Combate y Suárez Guerra. 
 
          ¡Buenos días, Don Víctor!
 
          Era un vivo, un palpitante ejemplo de candidez. En nuestras esporádicas visitas al cuerpo de redacción jamás le observamos contrariado. Sí nos extasiamos con el flagelo de su prosa cuando le tocaban aviesamente “su Tenerife”. ¡Qué forma de defender este pedazo de tierra! Muchas veces oí: con media docena del talante de Don Víctor andaríamos mucho mejor por estos ambientes.
 
          Y creemos que Don Víctor no fue precisamente quien iniciaba el ataque, pero su posición defensiva era tan admirable como fulminante.
 
          Hacía mucho tiempo no le podíamos dar los buenos días. Hoy, definitivamente, nos ha llegado la lanza de la justificación.
 
         Pero nosotros, por encima de todo, jamás nos podremos olvidar de nuestros:
 
          ¡Buenos días, Don Víctor!
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -