El show de la grúa
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en La Tarde el 3 de febrero de 1973).
A uno, con raíces provincianas, le quedan por ver todavía muchas cosas. Ayer tuve la oportunidad -no digo suerte- de ver en acción a la grúa municipal. Y me quedé clavado en la calle como se quedan aquellos paletos que llegan a Madrid y observan a los charlatanes brindando chucherías casi mágicas por un par de duros. ¿Me divertí? Yo creo que se produjo en mí la misma angustia que me atenazó oyendo la pastoral siciliana de El Padrino…
Había comenzado el show. Cuatro guardias municipales, ¡cuatro!, con sus flamantes uniformes garbanzo bordeaban un coche particular que había cometido la imprudencia de aparcar sobre la acera. A sus espaldas, las escalinatas que conducen a la puerta principal de la Iglesia de San Francisco; presidiendo el espectáculo, la grúa, que se llamará “municipal” pero nos pareció leer en sus laterales el nombre de un taller particular…
Son las cinco y cuarto de la tarde. ¡Acción! El conductor del coche-grúa, con sus dos ayudantes, ponen debajo de la “víctima” una amplia carretilla. La operación no es fácil. La concurrencia parece no respirar. ¡Aúpa! El reo ya está colocado para el rodaje. Pero ¡ojo! El acusado no puede salir. Un utilitario -excelentemente aparcado- se lo impide. El gentío está como gozando secuencias de una película de Hitchcock. Son las cinco y veinticinco de la tarde. El chofer y sus dos ayudantes -con trajes de brega no con uniformes garbanzo- se plantan delante del estorbo: cuatro manos aferran la delantera; dos, la trasera. ¡Aúpa! ¡Lo han puesto materialmente sobre la acera! Dan ganas de aplaudir la demostración de habilidad y fuerza. Los cuatro guardias municipales parecen imperturbables. El chofer vuelve a su grúa. ¡Despacio! ¡Cuidado! ¡No roza! ¡Siga! ¡Ya! ¡Ya está! Se baja el chofer, hace un gesto a sus ayudantes: hay que poner el utilitario en su sitio. Es cosa de coser y cantar, aunque el cochecito haya bailado sobre sus muelles duro twist. Huelga decir que por aquel sector ha quedado totalmente bloqueado el tráfico. ¡Si ocurre, por ejemplo, en la calle del Castillo, se arma el “embotellamiento del siglo”!
Son las cinco y treinta y cinco minutos de la tarde. Se aleja la grúa como extraño funeral mecánico. Han transcurrido veinte, ¡veinte!, preciosos minutos. Han intervenido en la operación cuatro guardias municipales, dos de los cuales habían venido en ventilado jeep; un chofer de un taller particular, con sus dos ayudantes. Todo ello para llevarse un coche muy mal aparcado sobre la acera… pero que no interrumpía el tráfico. ¿Era necesario tal despliegue? ¿Quieren ustedes algunos comentarios a raíz de aquel angustioso show?
El de un comerciante: Yo le traería la grúa al tío que aparca su coche en zona azul desde las ocho de la mañana hasta la tres de la tarde; y respetaría al que tenga que aparcar un momento a la puerta de un Banco porque a las doce le protestan la Letra…
La de un jurista: ¿Quién respondería de los daños causados al coche infractor en caso de que sufra en la grúa un vuelco, un roce, una abolladura, etc.?
La de otro abogado: ¿Hasta qué punto se puede disponer de un bien ajeno como en este caso…?
La de un servidor: Veinte minutos; cuatro guardias municipales; un chofer; dos mecánicos; zona bloqueada… La multa deberá ser “salada” para amortizar tan espectacular despliegue de poderío. ¿Es así de ágil y efectiva la grúa municipal?
Un ruego a su inquietante garfio: “si en alguna ocasión ves mis cuatro ruedas sobre tu carretilla, por favor, diles a tus amigos que me traten con cariño, con suavidad, con delicadeza…”.
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