Berlín, escaparate del mundo

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 12 de enero de 1966
 
 
          Berlín nos recibió con dos grados bajo cero, temperatura que sobrecogía al que seis horas antes había disfrutado del tibio ambiente de isla de eterna primavera. Un imponente DC-8 nos había brindado imperceptiblemente aterrizaje en el modélico aeropuerto de Tempelhof, donde su silencio contrastaba con el bullicio de Barajas, pisos y salones relucían como la plata y donde las células fotoeléctricas daban sentido mágico a las puertas. Íbamos a presenciar un acontecimiento deportivo en el Sportpalast berlines -donde antaño Goebbels reunía a sus leales y les hacia saltar de entusiasmo con los latigazos de su verbo domador- sacrificando la nochebuena y la Navidad fuera de nuestros hogares isleños. Valía la pena no solo por el espectáculo deportivo sino por el impacto producido ante una capital renacida de sus propias cenizas, que había sobrellevado siempre las duras pruebas históricas con avispado humor, con incontenible espíritu de superación y envidiable optimismo. ¿Cómo se le puede denominar a Berlín? ¿Ciudad de contrastes, ciudad de museos, ciudad de puentes, ciudad jardín, villa de la libertad…? Villa de la libertad es, sin duda, el apelativo más hermoso que el mundo otorga a la metrópoli del Spree. Nosotros, visitantes invernales, cuando el extenso Tiergarten, pulmón de la ciudad, presenta escandalosa desnudez en árboles, en sus tilos, que parecen haber sido rociados con gigantescos lanzallamas, hubiésemos pecado de imaginativos si aprobáramos lo de “ciudad jardín”. Sin embargo, no hace falta mucho sentido creador para concebir lo maravilloso de estos parajes en primavera, a orillas del Spree, con típicas reuniones en días de radiante sol. En esa época de las flores y sentado en un banco de Tiergarten -el Jardín de los Animales-, el parque más grande de Berlín, es casi imposible figurarse que desde este mismo lugar en 1945 el espectador verá un campo de batalla desolado y tétrico. Hoy, a pesar del frío, los niños, con bufandas, abrigos y sombreritos de lana, juegan en los senderos, junto a los ennegrecidos troncos, con la única restricción de que un poco más allá tendrán que detener sus correteos ante una alambrada de púas, detrás de la cual, una sombría muralla trata de ocultar el símbolo de Berlín, la Puerta de Brandenburgo, sostenida por seis poderosas columnas dóricas y coronadas por el carro de la Victoria, que los moscovitas se encargaron de enfilarlo hacia Oriente, y que en excursiones concesionadas, allende la muralla, pueden ustedes ver la faz del cuadriguero.
 
          Muy cerca de este evocador paraje, bajo el óvalo de hormigón de la Sala de Congresos, la construcción más atrevida de Berlín, se encuentra todo el mundo de las conferencias y congresos internacionales. La arquitectura berlinesa no es solo joven sino también nueva, con perspectivas hacia el porvenir. Ellos reconstruyeron una ciudad hace veinte años para disfrutarla a larguísimo plazo, previniendo los futuros entorpecimientos, las aglomeraciones y el clásico “entaponamiento” provinciano. Más de tres millones de habitantes residen en Berlín, más de dos millones en Berlín Occidental; pero esta masa no se aprecia por la amplitud de sus avenidas, la perfecta simetría de sus calles y el correcto aprendizaje de su tráfico, observándose con asombro que la superficie de Berlín equivale en realidad a la de Francfort, Stuttgart y Munich juntos. Más de 250 mil departamentos-viviendas fueron construidas. En 1945 -año cero para Berlín- se ha reconstruido la ciudad pieza a pieza. El berlinés está orgulloso de sus extraordinarios puentes metálicos: después de todo es Berlín, con más de 1.000, la ciudad más rica en puentes de toda Europa. Si ellos tienen necesidad de cruzar una calle de más de 60 metros de anchura no tienen sino que enlazar dichas aceras con un puente sobre la calzada. Antiguas reliquias arquitectónicas fueron restauradas o -como el palacio de Charlottenburgo- reconstruidas de acuerdo con los antiguos planos.
 
          El berlinés no quiere ocular al visitante algunas de sus antiguas heridas, y así, en pleno corazón de la ciudad, nos muestra como monumento recordatorio de la Segunda Guerra Mundial -semidestruidos por las bombas- las ruinas de la Iglesia del Emperador Guillermo. En ella suena la hora vibrando muy por encima de las calles Budapest, Tauenzin, Ranke, Kant y de la avenida Kurfuerstendamm o avenida de los Electores, bulevar principal de Berlín Occidental, con la larga serie de sus salas cinematográficas de estreno, elegantes tiendas, restaurantes, confiterías, etc. A cada mirada se revela este bulevar como algo nuevo, de otra manera, siempre peculiar, siempre atractivo.
 
          Quien pasea a lo largo de la avenida Clay hacia el barrio jardín de Dahlem, puede encontrarse con un aparente Babel de lenguas, con un auténtico escaparate del mundo. Discusiones delante de la Universidad Libre. “Verdad, Justicia, Libertad”: bajo este lema comenzaron el 4 de diciembre de 1948 -durante el bloqueo, en medio de apagones de luz (en Berlín anochece en diciembre a las tres y cuarto de la tarde)- 2.140 universitarios, en cuatro casas provisionalmente instaladas, las clases del primer trimestre de la Universidad Libre. Hoy estudian en más de 80 casas y edificios modernos 14.000 universitarios de todas las naciones. El apacible barrio jardín se ha transformado en un centro académico internacional.
 
          En el museo de Dahlem se encuentra el museo etnográfico y una de las galerías pictóricas más importantes del mundo. Apetitoso anzuelo los teatros de Berlín que cada noche ofrecen catorce representaciones distintas. ¿Una producción clásica en el Teatro Schiller o en el Teatro del Parque? ¿Ernst Deutsch en el papel de Nataniel o el Anfitrión bajo la dirección de Barlog? ¿una comedia en un teatro del bulevar, o bien una comedia musical como My fair lady en el teatro de Occidente? Aun al mismo berlinés amante del teatro, conocedor de “sus” actores y “sus” directores, le es difícil la elección.
 
          La noche en Berlín comienza con un acontecimiento de teatro, de música, de cabaret literario, de ballet, sobre hielo o deportivo. Si el espíritu se encuentra melancólico por la añoranza de una nochebuena fuera del hogar constituye entretenimiento visitar el metro, donde el brillo y limpieza de sus subterráneos, las escaleras de cremallera y los circuitos de televisión en los puestos de control nos hacen recordar los modernos cuentos de hadas de James Bond. El abrigo, los guantes y pullovers son prendas imprescindibles cuando el termómetro lame los tres grados, aunque el milagro de la calefacción interior permita dormir sin mantas. En los cines hay colas para ver a Peter O’Toole y también en los vestíbulos para guardar abrigos de todas clases. El público cinematográfico está acostumbrado a aplaudir durante la proyección cuando lo merezca la secuencia. La cerveza, el pan liquido de los alemanes, es libado con prodigalidad haya frio glacial o calor tropical. Es inaudito el derroche de luz en los bulevares. Si una noche cena en un lujoso restaurante estará supeditado a no probar patatas fritas sin que antes hayan sido cocinadas y a que le cobren tres pesetas por lavarse las manos. La vida nocturna berlinesa se prolonga hasta el amanecer. Nunca se oye: “se terminó la fiesta”. Como bien dicen sus reclamos publicitarios: Berlín, digna de un viaje, no tiene toque de queda policial. 
 
- - - - - - - - - - - - - - -