Eloy Delgado y José Sabina, dos recordados miembros del Colegio de Titulados Mercantiles y Empresariales

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 6 de septiembre de 1987).
 
 
 
          El estío, con sus habituales éxodos y descansos, ha traído a nuestro colectivo el dolor del crespón negro. Dos sacudidas que, hasta cierto punto, se paliaron por el distanciamiento en el óbito. El primero en dejarnos fue el compañero Pepe Sabina Cruz, símbolo de la generosidad y de la bondad, pionero de aquel bastión de aprendizaje que todos conocimos como Academia Cervantes, donde mencionar solo parte de su profesorado bastaría para darle el correspondiente sello de sapiencia: Pedro y Carmelo García Cabrera, Ángel González Cano, Mario Yanes Rodríguez, Mauricio Gómez Leal, Gunnar Beuster… Pepe Sabina, buen profesor y mejor amigo, empezó a abrir todas las parcelas de su corazón, de su enorme corazón, en los albores de la década de los 40. Muchos años, muchísimas jornadas impartiendo aquel Cálculo y Contabilidad Mercantil que aún suena en los oídos de los numerosos alumnos que tuvieron la suerte y oportunidad de tenerle como vehículo docente. Ahora muchos de aquellos alumnos, con la cadencia de reconocimiento, nos confiesan en su madurez que en aquella época de “vacas flacas”, Pepe Sabina, profesor mercantil y predicador con el ejemplo, alivió muchas economías domesticas con aquella innata generosidad, ocultando recibos y cuotas escolares. “Cuando puedas, me pagas; ahora,olvídalo” … Frase que debería figurar en esa lápida que desde hace algunas semanas guarda las cenizas de un cuerpo que dejó de existir en Madrid y que ahora, en Santa Lastenia, reposa junto a su esposa, Milagros de Lis Malaguilla, tándem unido por el amor, que engendró la continuidad en tres hijos que ahora sienten el dolor y la nostalgia de estas ausencias. 
 
          Y en aquella Academia y aquel hogar, un quiebro, un amago a su descanso, para desempeñar el cargo de secretario del Colegio Oficial de Titulares Mercantiles de esta capital, primero bajo la presidencia de Andrés Pérez Faraudo y más tarde bajo la tutela de Arístides Ferrer García, junto a los que coadyuvó por el engrandecimiento de una corporación a la que siempre distinguió su vitola de austeridad, de honradez y de competencia. 
 
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          Y también acaba de nacer para la muerte Eloy Guillermo Delgado González, que siempre, con la sonrisa en los labios y la voz quebrada, se ufanaba, y con razón, de ser el decano, el más antiguo de los profesores mercantiles del colectivo tinerfeño que le había nombrado Colegiado Emérito.
 
          Don Eloy, así lo tratábamos todos, siempre guardó muy celosamente su pasado tan misterioso como aventurero y sugestivo, donde la política y los campos de concentración jugaron una baza muy importante y muy amarga, que nuestro compañero, insistimos, guardaba muy hondo, muy profundo en el baúl de sus recuerdos, donde jamás anidó ni el resentimiento ni el rencor. 
 
          De procedencia norteña, concretamente de Mondragón, don Eloy, siempre inquieto, siempre dispuesto a todo, echó raíces en esta isla y apuntaló un hogar. Y se rodeó de grandes amistades, como contrapunto a aquel silencio, aquellas estrecheces que, para sobrevivir, le convirtieron en improvisado profesor de idiomas allá, en Puerto de la Cruz, cuando esta ciudad despertaba para el turismo de altura. 
 
          Cuando don Eloy pudo enderezar el timón de su vida y ejercer su autentica titulación de profesor mercantil -por aquel entonces, ¡ay!, de rango superior- pasó a pertenecer al Cuerpo de Contadores del Estado, ahora denominado Cuerpo de Gestión de Hacienda, especialidad de Contabilidad. Fue contemporáneo de una pléyade de titulares mercantiles vinculados también a idéntica corporación: Eusebio Ramos González, que tuvo el honor de ostentar el cargo de alcalde de Santa Cruz de Tenerife desde 1938 a 1941; Luis Ramírez Vizcaya, toda una autoridad en la materia, al igual que José Molowny, del Cuerpo Pericial, cuya cota profesional se materializó en su cargo del delegado de Hacienda en esta capital. 
 
          Don Eloy, empedernido viajero, trotamundos y observador, nunca doblegó su innata fibra emprendedora ante su postura de jubilado. Rechazó la quietud y siempre intentó llevarle la contraria una delicada salud que, poco a poco, como una pavesa y alimentada por un abultado calendario, le fue llevando al camino sin retorno. No pudo llevar a cabo una de sus ultimas ilusiones: estar presente en el X Congreso Nacional de Titulares Mercantiles, que se celebró en noviembre del año pasado, en Puerto de la Cruz. Pero en aquellas interesantes jornadas de reciclaje y actuación todos los congresistas le tuvimos en el recuerdo. 
 
          El estío, repetimos, con sus habituales éxodos y protocolarios descansos, ha traído a nuestro colectivo el dolor del crespón negro. Sirvan estas líneas de recuerdo para compensar, si cabe, las ausencias que días atrás, por estos alejamientos veraniegos, nos privaron de estar más cerca de nuestros compañeros en criptas y camposantos.
 
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