Noticias antiguas de Canarias (25). Matanza en una playa de El Hierro.

Por Alastair F. Robertson  (Traducido del inglés por Emilio Abad Ripoll y publicado en el Diario de Avisos el 20 de febrero de 2022).

 

NOTICIAS ANTIGUAS DE CANARIAS

(En el British Newspaper Archive)

 

XXV- Matanza en una playa de El Hierro

 

A lo largo del siglo XVIII, de vez en cuando aparecían en la prensa británica noticias relacionadas con las Islas Canarias y otras zonas cercanas. Disponemos de una maravillosa fuente “on line”, el British Newspaper Archive (Archivo de prensa británica) (www.britishnewspaperarchive.co.uk) que proporciona una información fascinante sobre hechos que ocurrieron hace cientos de años y de la que estamos extrayendo las noticias que recogemos en esta serie, que finalizará cuando el próximo verano vayamos a celebrar el 225 aniversario de la Gesta del 25 de Julio.

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         En 1784 ocurrió un hecho atroz en la pequeña isla de El Hierro que fue ampliamente recogido en la prensa inglesa.

         La primera pista de que algo horrible había sucedido la proporcionaba el Derby Mercury en su número del 10 de febrero de 1785: 

                   Madrid, 7 de enero. Las últimas cartas recibidas de las Islas Canarias relatan un suceso sumamente extraordinario, dando a conocer que un barco de bandera desconocida había desembarcado en una de aquellas islas a cuarenta personas, tanto hombres como mujeres, e inmediatamente se había hecho a la mar

                 Aquellas desgraciadas gentes estaban prácticamente desnudas, con más aspecto de salvajes que de habitantes de cualquier país conocido; tenían una terrible apariencia y parecían no comprender ningún idioma. El gobernador mandó en un principio que les dieran algunos alimentos, que los desembarcados devoraron vorazmente pareciendo que aún necesitaban más comida.

                 Temeroso del peligro que podía representar la aparición de aquellos extraños huéspedes, el gobernador, que tan solo disponía de una guarnición muy escasa, resolvió acabar con las preocupaciones y tomó la cruel decisión de ordenar que se hiciera fuego contra ellos.

         Dos meses más tarde, cuando llegaron a Gran Bretaña todos los detalles del espantoso suceso, el 1 de abril la revista Scots Magazine y otros periódicos publicaron el siguiente espeluznante relato:

                  Extracto de una carta de un caballero de Tenerife a un amigo de Glasgow, fechada el 18 de diciembre de 1784

                 “Por una barca que llegó aquí el 14 del actual mes, procedente de la isla de Ferro (Hierro), hemos conocido un suceso muy triste acaecido allí el día 7. El día anterior un barco, que enarbolaba una bandera de color blanco, desembarcó treinta y siete personas entre las que había algunas mujeres, cinco según unos testigos o siete según otros, varias de ellas con niños en brazos. Llegaron a tierra en una cerrada playa en la parte S.O. de la isla, rodeada por altas rocas inaccesibles, que impiden cualquier penetración hacia el interior, excepto en una determinada zona, donde existe un desfiladero empinado y tan angosto, que no permite el paso simultáneo de más de una persona. Esta ensenada fue inmediatamente asegurada por algunos de los isleños que casualmente se encontraban en los alrededores, mientras que otros fueron al pueblo y comunicaron la llegada de aquellas personas al gobernador, don Juan Briz Calderón. Este oficial reunió al Consejo, o, como aquí se llama, Cabildo. Desafortunadamente para estas personas responsables, se habían emitido órdenes muy estrictas (como consecuencia de la plaga que asolaba algunas partes de Europa) en el sentido de no permitir la arribada de ningún barco hasta que, tras un debido examen de sus documentos, pudiera inferirse que no había peligro de infección. Temiendo el gobernador, o fingiendo temer, que los recién llegados pudieran estar contagiados de la peste, propuso la horrible medida de eliminarlos a todos. Algunos de los que formaban el Cabildo, movidos por su sentido del honor, se opusieron firmemente a dar tan escandaloso paso, y abogaron, basándose en criterios de humanidad, por la causa de las inocentes víctimas. Argumentaron que todos estos extraños infelices parecían estar sanos; que alguna fuerza inevitable podría haberlos obligado a buscar asilo en su costa; que era cruel e injusto infligirles el más severo de todos los castigos por transgredir una ley temporal del país, que posiblemente no podrían conocer; y que, aunque estuvieran infectados, únicamente con una adecuada vigilancia del desfiladero, el propio aislamiento de la zona que ocupaban protegería eficazmente a los habitantes de contraer la enfermedad. Se ofrecieron a mantener a estos desdichados extranjeros hasta que el gobernador general de las islas, con residencia en Tenerife, fuese informado del caso. Lamentablemente, sus sentimientos humanos no fueron escuchados por Briz y otros, quienes tomaron la escandalosa y sangrienta resolución de masacrarlos sin piedad ni pérdida de tiempo.

 

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La zona de la tragedia (Bahía de Naos, El Hierro)

                  

                    En consecuencia, los milicianos armados mandados por sus oficiales y con el maldito Briz a la cabeza, se dirigieron al lugar donde se iba a perpetrar el horrible hecho. Encontraron a las pobres víctimas dispersas por la playa; los hombres, unos recogiendo mariscos, y otros paseando juntos en amigables grupos; algunas de las mujeres estaban sentadas en la arena, peinándose y vistiéndose, otras lavando algunas prendas blancas en el agua del mar, y otras jugando con sus niños. De esa manera los hallaron sus infernales carniceros, quienes, para reunirlos, a fin de llevar a cabo con más facilidad sus diabólicos propósitos, arrojaron un tonel vacío sobre la playa. Los infelices, creyendo que se trataría de algún alivio a su situación, se reunieron de inmediato junto al barril; y entonces comenzó la sangrienta masacre. ¡El sentimiento de humanidad se rebela ante la impactante escena! Baste decir que, en pocos minutos, se acabó con todas sus vidas, excepto la de una mujer, que se refugió con su hijo entre dos rocas, y la de un hombre, que, con una pelota entre los brazos, se arrojó al mar, donde permaneció nadando durante más de dos horas, pero al verse obligado a agarrarse a una roca para no ahogarse fue destrozado con un sable; la mujer también fue pronto seguida hasta su refugio y apuñalada hasta la muerte, al igual que el bebé que llevaba junto a su pecho.

                     Ese canalla despiadado del gobernador fue el primero que disparó su arma; y al observar que muchos de los milicianos no parecían muy dispuestos a seguir su ejemplo, los amenazó con la muerte inmediata si dudaban lo más mínimo; y, para demostrar que hablaba en serio, como el hombre que tenía más cerca parecía reacio a la matanza, lo derribó golpeándolo con la culata de su mosquete.

                   La noticia de este salvaje acto de barbarie ha sido recibida por todo el pueblo de Tenerife con las más profundas preocupación y pesar, como ha declarado nada menos que el propio gobernador general, quien lo deplora en extremo. Al principio no pudo darle crédito, pero finalmente se convenció de la fatal verdad por cartas del infernal desgraciado, el propio Briz. Exasperado el máximo, ha comisionado a un oficial de alto rango para que se traslade a Ferro (Hierro) y recabe información sobre este trágico asunto.” (1)

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(1) El Comandante General de Canarias, Miguel de la Grana Branciforte, Marqués de Branciforte, al tener conocimiento de los hechos por varias fuentes (una de ellas una carta del propio gobernador de El Hierro, teniente coronel Juan Briz Calderón), ordenó al también teniente coronel Juan Antonio Urtusáustegui, gobernador de las armas del Puerto de la Cruz, se trasladase a El Hierro, se hiciese cargo inmediato de la Comandancia Militar de la Isla y abriese una investigación exhaustiva en averiguación exacta de los hechos. Así lo hizo Urtusáustegui, y tras unas diligencias que duraron casi 3 meses, con interrogatorios a más de 30 personas, civiles (autoridades y vecinos) y militares (oficiales y tropa), se concluyó con la detención y entrega a la Real Audiencia, sita en Las Palmas, de Briz, otros 3 oficiales y un civil, Regidor del Cabildo herreño. Tras un Consejo de Guerra, únicamente Briz fue condenado a prisión. Se conoce que estuvo encarcelado en Gran Canaria al menos 10 años y que falleció en la capital de aquella isla en julio de 1802. (N del T).