¿Alpispas en el salón? (Etología y quietud)
Por Fátima Hernández Martín (Publicado el 4 de octubre de 2021).
¿Alpispas en el salón?
(Etología y quietud)
Fotografía tomada por Fátima Hernández Martín
Según Montgomery et al. (2021), la pandemia de CoVid-19 que obligó a un confinamiento mundial (limitación de la movilidad global), a fin de controlar los contagios, nos ha llevado a descubrir novedosas actitudes en el comportamiento de ciertos animales, especialmente destacadas en las urbes.
Recordemos que se han observado curiosas actividades diurnas/nocturnas en ciertas poblaciones de ungulados que mostraban arriesgadas acciones exploratorias, nuevas vocalizaciones en pequeños pajarillos (paseriformes) o extraños modos de vigilancia en carnívoros… puestos de manifiesto en muchos organismos como reacción al estado de pausa, fase de quietud, debido a la importante reducción de acción antropogénica, una calma que - habitualmente- les era ajena. Estudiar la fauna y flora que nos rodea ante este cambio, con especial incidencia en los enclaves urbanos, donde tal vez fue más fácil de detectar, es especialmente interesante, ya que añade una nueva característica: analizar -en ausencia de ambiente estresado- la biodiversidad (las especies) que juega, como sabemos, un papel fundamental regulando la estructura, funciones y bienestar (salud) de todos los ecosistemas.
Por ejemplo, citemos el caso de los gorriones (Zonotrichia leucophrys) de la bahía de San Francisco (California) que, según Derryberry et al. (2020), respondieron al estado de pausa antropogénica modificando los sonidos que emitían, en concreto, cambiando la estructura (cantaban más bajo, más suave), aunque maximizando la distancia de comunicación. Esto les permitió defender mejor su territorio y atraer a otros pájaros.
También la respuesta de los pumas (Puma concolor) al confinamiento humano, caso de los que habitan áreas cercanas a Los Ángeles (Estados Unidos), o Santiago de Chile. Animales que incrementaron su eficiencia para la obtención de alimento (Benson et al., 2021) sin necesidad de llevar a cabo un gasto energético excesivo, relajando además su aversión por las áreas urbanas (Wilmers et al., 2021). Manenti et al. (2020) informaron de efectos positivos de la antropopausa en la conservación de la vida silvestre en Italia, con aumento de especies en ciertos hábitats (temporalmente menos alterados), éxitos reproductivos en aves insectívoras o reducción notoria de atropellos frecuentes de vertebrados catalogados como muy amenazados. Por entonces, las redes sociales compartieron fotografías de sorprendentes encuentros con la vida silvestre que se producían, como hemos señalado, especialmente en núcleos urbanos (Szozda y Shutterstock, 2020).
Se visualizaron ciervos moteados (Axis axis) en la ciudad de Colombo (Sri Lanka) (Malaka, 2020), o leones (Panthera leo) durmiendo plácidamente sobre el duro asfalto de vacías carreteras en la zona de Sudáfrica. En Nepal, no sólo se observaron más animales de lo habitual en el valle de Katmandú, también algunos visitantes inesperados, como el alimoche blanco (Neophron percnopterus), fueron vistos por primera vez en veinte años. Durante la quietud pandémica, se observó un aumento de avifauna en núcleos poblacionales (Schrimpf et al., 2021). En concreto, Schrimpf et al. (2021) establecen que un 80% de las 82 especies de aves más comunes de Estados Unidos se acercaron a las áreas urbanas, a carreteras u otros enclaves de habitual presencia humana. Por ello, sugieren los autores, debemos hacer nuestros espacios más tranquilos (menos ruidosos, contaminados, alterados) y con menos agresiones ambientales, a fin de atraer especies por los consabidos beneficios que esto conlleva (Buxton et al., 2021).
Pero no analicemos solo este tipo de consecuencias, así Koju et al. (2021) señalan aspectos negativos, como los ataques que sufrieron algunos organismos por parte de desalmados que atentaban contra la vida silvestre (con menor vigilancia), como detallan dichos autores (Koju et al., 2021) en un estudio sobre el impacto de CoVid-19 en la vida de los bosques y áreas protegidas de Nepal (entre julio y septiembre de 2020). Akinsorotan et al. (2021) relacionan que las interrupciones del trabajo de campo/investigación/muestreo o monitoreo de especies –evidentemente- se vieron igualmente afectados (Aditya et al., 2021).
Para algunos organismos, además, la pausa antropogénica generó consecuencias en la abundancia y distribución de su alimento, y una diferente relación con especies de zonas colindantes, caso de regiones costeras, lugares a los que tuvieron que desplazarse, por ejemplo, algunos animales, en busca de aquella comida que obtenían habitualmente en las ciudades (Gilby et al., 2021), alterando el equilibrio ecológico.
Todo lo expuesto, nos debe llevar a reflexionar sobre la importancia de reducir las agresiones, como han puesto de manifiesto Zuluaga et al. (2021), autores que mencionan los cambios observados en el hábitat aéreo, al igual que ha ocurrido para los impactos de sonidos en el medio marino (Caves & Johsen, 2021; Duarte et al., 2021) y cómo aprovechar estas reacciones (tan positivas) para planificar, a corto, medio y largo plazo, programas de conservación (Buck & Weinstein, 2020).
Cierto es que la pandemia nos ha dejado imágenes inéditas, otras extrañas, algunas inconcebibles, pero todas fascinantes para aquellos que aman la naturaleza o al menos sienten algo de interés por ella, imágenes que fueron ampliamente difundidas a través de distintos medios durante el confinamiento (cuando había más tiempo y mucha paciencia para la observación). Y es que la pandemia, debido al virus SARS-COV-2, nos ha hecho recordar lecciones que, tal vez, teníamos olvidadas: la naturaleza tímida e incrédula, quizá cuando puede, ocupa ciertos espacios que le tienen vetados los humanos, adoptando comportamientos inauditos (o tal vez, no), cuando no se siente amenazada.
Precisamente, en relación con los virus, y de acuerdo con Hulme (2021), estamos siendo testigos de un aumento global (emergente) en el número de especies invasoras (donde se consideran por el patrón de diseminación, los patógenos). Sin embargo, el encontrar qué especies representan una amenaza de pandemia -en el futuro- sigue siendo poco estudiado. Según este autor, la vía de investigación sería a través del concepto One Biosecurity, un enfoque interdisciplinar que va más allá del One Health y mejora las interconexiones entre salud humana, animal, vegetal y ambiental para prevenir y mitigar los impactos de las especies invasoras, donde podemos incluir microorganismos muy peligrosos, como el virus SARS, MERS o el SARS-CoV-2 que ha provocado –desgraciadamente- CoVid-19.
Además, algunos microorganismos con los que convivimos a diario en las ciudades, enclaves donde se ubica el 55% de la población mundial que interactúa de manera diferente con estos organismos que la que vive en áreas rurales (sólo un 45% de la población), (Danko et al., 2021), forman parte habitual del ecosistema urbano donde, recientemente (Danko et al., 2021), se han descubierto 10.928 virus y 748 bacterias nuevas, que no estaban, hasta ahora, identificadas y catalogadas en ninguna base de datos... Si bien, también se encontraron 4.426 microorganismos ya conocidos. Para los autores, cada ciudad ofrecía una huella microbiológica característica en la que influían muchos factores como la densidad de población, el clima, la cercanía al océano o la altitud. Danko et al. (2021) explican que disponer de dichas huellas microbiológicas, típicas de cada ciudad, podría ser útil de cara a estudios forenses o de salud pública. Asimismo, es conocido que poblaciones muy densas resultantes de urbanizaciones caóticas pueden impulsar la evolución hacia patógenos más virulentos y, en algunos casos, hospedadores muy resistentes (Neiderud, 2015).
Para Borzée et al (2020), muchas de las epidemias (mayoritariamente, que no exclusivamente) de origen zoonótico parecen inevitables, a menos que revisemos nuestra relación con el medio natural, es decir, protejamos hábitats y regulemos -de manera estricta- el trato hacia fauna y flora. Para prevenir futuras zoonosis, por tanto, se deben establecer más medidas que aborden el tráfico ilegal de vida silvestre, la protección de espacios naturales, así como revisar los protocolos de contacto humanos/biota (sobre todo con respecto a especies muy amenazadas, incluso, prontas a extinguirse), debiendo estar preparados (todas las especialidades/expertos conjuntamente) para responder, apropiadamente, ante otra nueva situación que se pudiera presentar.
Según Bates et al. (2020) el confinamiento ha representado un experimento único para llevar a cabo planteamientos cruciales sobre respuestas de especies y ecosistemas a cambios notorios en acciones antropogénicas. Se ha comprobado que, aplicando modificaciones rápidas/drásticas en el comportamiento humano (menos agresiones a la naturaleza) se producen respuestas profundas y positivas desde los sistemas naturales. Para Montgomery et al. (2021), por tanto, estudiar estas respuestas puede tener utilidad en toda suerte de programas de ecología y conservación (Akinsorotan et al., 2021).
En síntesis, aprovechar/reflexionar sobre lo que desgraciadamente ha ocurrido y aún padecemos, generando tanto sufrimiento, debe ayudarnos a una mayor comprensión de las vías correctas a través de las cuales los humanos deben interactuar con la naturaleza, así como aplicar conocimientos para proteger la biodiversidad y abordar el cambio climático y la amenaza de pandemias. Pero, también, esto es muy importante, explicarlo de manera adecuada y veraz a un público diverso (Gregg et al., 2021) y, ahí, los museos juegan un papel fundamental con sus variados productos de divulgación. De esta manera, entre todos mejoraremos la coexistencia de humanos y vida salvaje, logrando objetivos de sostenibilidad, de convivencia (Abrahams, 2021; Fagliano & Diez Roux, 2018; Nyhus, 2016) de muchos, muchísimos… sí, pero en un único, amenazado y limitado planeta.
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Bibliografía
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