García Sanabria y el Parque Municipal

 
Por Luis Cola Benítez  (Escrito en  1999, no se había publicado hasta que se incorporó a esta página web el 31 de enero de 2011)
 
 
          En 1881, hacía un año que Santiago García Sanabria había nacido en el número 58 de la santacrucera calle de la República -así denominada desde 1873 hasta 1936-, cuando uno de los periodistas más insignes de Canarias y gran patriota, Patricio Estévanez Murphy, lanzó la idea de abrir lo que él denominaba Gran Vía -actual Avenida 25 de Julio- y propuso la de construir un parque público. Dados los precarios recursos de que disponía la municipalidad, ambas propuestas resultaban entonces irrealizables. Era alcalde Eladio Roca y Salazar y el presupuesto municipal apenas alcanzaba las doscientas mil pesetas. Pocos años después, en 1888, la Sociedad Constructora de Edificios Urbanos, que estaba desarrollando una gran labor para el ensanche de la ciudad, compró al mismo Eladio Roca una gran finca de 15 fanegadas, que aproximadamente abarcaba desde lo que hoy son las calles Robayna hasta Dr. Naveiras y desde las Ramblas hasta Méndez Núñez.
 
          Pasan los años y se sigue hablando del proyecto del parque como de algo inalcanzable por el momento, pero a lo que no se quiere renunciar, y poco a poco la idea fue sumando adeptos que promovían debates sobre las posibilidades de hacer realidad lo que podría representar un gran espacio verde integrado en el corazón urbano. En 1893, Manuel de Cámara, primer arquitecto y urbanista nacido en Santa Cruz, se declara partidario de la idea, pero públicamente expresa serias dudas sobre la ubicación que resultaría más conveniente. Sin embargo, Patricio Estévanez lo ve con total claridad: el sitio ideal para el soñado parque se encuentra en los terrenos que ya eran propiedad de la Sociedad Constructora.
 
          Son tiempos en que las corrientes higienistas anegan los proyectos urbanísticos y los círculos de debates ciudadanos, a lo que no podía ser ajena una institución de la relevancia que tuvo para Santa Cruz el Gabinete Instructivo, a cuyos miembros siempre preocupaba cuanto pudiera representar progreso y mejoras para la ciudad. En el seno de esta señera sociedad, en 1899 se debaten y estudian detalladamente estas mejoras y se insta a los responsables públicos a llevarlas a cabo. El mismo Manuel de Cámara, en unión del Dr. Diego Guigou, proponen y dan a conocer en el Gabinete un plan de higiene para los barrios y la construcción de viviendas salubres para la clase obrera, que en gran parte vivía en cuevas y chabolas que no reunían unas mínimas condiciones de habitabilidad. Por su parte, el Dr. Guigou, acérrimo partidario de estas ideas, hacía hincapié especial en la necesidad que tenía la población de un hospital dedicado exclusivamente a la infancia y de un parque público en el que los niños pudieran jugar, al tiempo que respiraran el más puro y sano de los aires. Y comienza el siglo XX.
 
          Aquel niño que vimos nacer en la calle de la República, tiene ya 20 años.  Había cursado sus estudios en la escuela pública, único medio de instrucción que pudo facilitarle su modesta familia, y hacía cuatro que había ingresado como voluntario en el Batallón que guarnecía la plaza. Allí destacó por su dedicación y trabajo alcanzando el grado de sargento. Pero él aspiraba a algo más y, abandonando el Ejército, decidió dedicarse a la profesión comercial, empezando por establecer una clase nocturna de Contabilidad en la que contaba con un reducido número de alumnos. Trabajaba durante el día y, las noches que tenía libres, se recluía durante horas en la Biblioteca municipal, ansioso de aumentar sus conocimientos y preparación. Fue un entusiasta y aprovechado autodidacta, que en solitario llegó a aprender leyes y varios idiomas, lo que llegaría a serle muy útil a lo largo de sus actividades públicas y privadas.
 
          Entretanto, el proyecto del ansiado parque continuaba su lenta gestación. El Dr. Guigou, que en 1901 había logrado su proyecto de hospital infantil, mantenía encendida la antorcha de aquella ilusión publicando en la prensa artículos sobre el tema. En este ambiente, es en 1905 cuando el concejal Rafael Calzadilla, presidente del Ateneo Tinerfeño -heredero y continuador del espíritu del entonces ya desaparecido Gabinete Instructivo-, pide formalmente en el ayuntamiento que se estudie la creación de un parque público, petición que en aquel momento no encontró el eco necesario. Sin embargo, cuatro años más tarde, ante la insistencia del Dr. Guigou en pedir un parque para los niños, el alcalde accidental Martí Dehesa crea una comisión para su estudio y se acuerda incluir un crédito en el próximo presupuesto para cubrir los primeros gastos. Parecía que la empresa marchaba, la comisión comenzó a buscar terrenos apropiados y se encargó al arquitecto municipal la redacción de un proyecto, a pesar de que aún no estaba decidida la ubicación. En 1910, cuando se estaba procediendo al ensanche de la Rambla 11 de Febrero, Patricio Estévanez vuelve a la carga y propone que si es necesario se proceda a la expropiación forzosa de los terrenos para el parque. Poco después se aprueba un ambicioso plan de obras que comprende un nuevo cementerio, un puente sobre el barranco de Santos en la calle Alfaro -que luego se hizo en Galcerán-, una alameda en el barrio del Toscal -que nunca se hizo- y un parque municipal. Pronto se tomó la decisión en firme y se encargó el proyecto al arquitecto municipal Antonio Pintor, quien lo desarrolló sobre una superficie de casi 120.000 metros cuadrados, que presentaba una pendiente del 6 por ciento de Este a Oeste, con una altitud media de 42 metros sobre el nivel del mar. El proyecto del arquitecto Pintor disponía de un gran paseo central de 360 metros de largo, cerramiento con verja y portadas de acceso. Sobre el papel, por fin, ya había parque; sólo faltaba el solar.
 
          En 1914 se decide en el Ayuntamiento la compra de los terrenos, y aún reconociendo que no hay fondos para ello, Martí Dehesa logra la aprobación de una moción que declaraba urgente su adquisición. No obstante, nada puede hacerse durante los siguientes años. Incluso, al haberse concedido a Santa Cruz una hijuela del Jardín Botánico de La Orotava, se pensó que podría servir de germen del futuro parque. Esto ocurría en 1918, pero ni se instaló la hijuela, ni se comenzó el parque, hasta que en 1922, después de formar una nueva comisión que intentara volver a poner en marcha el proyecto, se logró consignar en el siguiente presupuesto municipal una partida de 25.000 pesetas para la adquisición de los terrenos.
 
          Durante estos últimos años el trabajador incansable que era García Sanabria, se había ido forjando una situación y un prestigio, a base de una voluntad inquebrantable y de luchar, como es habitual en estos casos, contra un cúmulo de dificultades. Ya era  presidente de la comunidad del Embalse de Tahodio -que le creó bastantes problemas-, y comenzaba a sonar su nombre en los ambientes políticos locales. Al formarse en 1918 la Unión Regionalista, en unión de Juan Martí Dehesa fue uno de sus más entusiastas animadores. Y llega el mes de septiembre de 1923 en el que se produce el golpe militar de Primo de Rivera, como consecuencia del cual el capitán general Alberto de Borbón y Castellví, duque de Santa Elena, declara el Estado de guerra en la provincia. El primero de octubre, en sesión extraordinaria bajo la presidencia del gobernador civil, cesa en pleno el ayuntamiento de la todavía capital de Canarias, que es sustituido por una Junta Municipal de Asociados que procede a la elección de alcalde en votación secreta. De los 29 votos posibles, Santiago García Sanabria obtiene 24.
 
          Nada sabe de política municipal ni de la otra, ni cree que por el momento ello le sea necesario, pues está convencido de que lo que al pueblo le interesa es que se solucionen sus problemas cotidianos, de forma que el ciudadano pueda alcanzar una mayor calidad de vida. Empieza a estudiar los temas con la dedicación y voluntad que en él eran propias cuando se hacía cargo de cualquier asunto, sin perder de vista que, en lugar de pretender introducir grandes innovaciones, lo que demandaban los ciudadanos de Santa Cruz era que se culminaran los muchos proyectos que estaban iniciados y aparcados por falta de medios o de planificación. Él mismo lo decía: no se precisaban  nuevas ideas, sino desarrollar las que estaban paralizadas, algunas desde hacía años. Y una de ellas era el ansiado Parque Municipal. Impulsa, anima y dirige a la comisión que ya estaba nombrada al efecto, que logra un acuerdo con la Sociedad Constructora. De esta forma, el 12 de diciembre de 1923 se acuerda formalizar la escritura pública de adquisición de los terrenos y, en la misma sesión y por unanimidad, se felicita a la comisión “pro-parque” por el éxito alcanzado. Es la primera vez que aparece esta denominación en las actas municipales, término que caló en el pueblo hasta el punto de que, cuando ya el proyecto se había convertido en realidad,  no era extraño escuchar: ¿A dónde vas? Voy de paseo al pro-parque.
 
          Entre 1924 y 1926 comenzó la construcción de los paseos y de las zonas ajardinadas, para las que se aprovecharon cuantas donaciones de ejemplares arbóreos pudieron reunirse, algunos trasplantados de jardines particulares y patios de ciudadelas, aportaciones ciudadanas que, al margen de las suscripciones en metálico, colaboraron a dar color inicial al recinto, y que poco a poco fueron tapizando de verde los terrenos que hasta entonces habían sido un erial. En la década siguiente se construyeron los arcos de hierro para el paseo de la rosaleda -que costaron 2.597 pesetas-, se iniciaron las obras para el alumbrado y, por último, se construyó un sistema de riego con cargo al Paro Obrero.
 
          El 4 de octubre de 1937 se acuerda levantar un monumento a García Sanabria en la plazoleta central y poner su nombre al Parque, y el de Dr. Guigou a uno de sus paseos principales.
 
          En 1924 García Sanabria había renunciado a la alcaldía por no poder atender sus asuntos particulares y le sustituyó Francisco La Roche Aguilar, pero esta corporación apenas se sostuvo año y medio, dimitiendo el 14 de octubre de 1925. En esta misma sesión, bajo la presidencia del gobernador civil se designaron nuevos concejales que tomaron posesión de sus cargos y procedieron a la elección del nuevo alcalde. De los 32 votos posibles, Santiago García Sanabria obtuvo 31.
 
          En esta ocasión ocupó el cargo hasta 1930 y sería alargar demasiado estas notas si se pretendiera reflejar en ellas todos los logros de su fructífera gestión en las dos etapas en que tuvo a su cargo los asuntos municipales, pues la lista sería en extremo copiosa, por lo que sólo enumeraremos algunas. Desde un plan económico-administrativo para las obras de la ciudad, plan de alcantarillado, inicio de las obras del nuevo puente Galcerán, nuevas ordenanzas municipales, reglamento para los autobuses urbanos, depósitos de agua de la Plaza de Toros y de Salamanca Chica, hasta la expropiación de las aguas de Monte Aguirre y obras del túnel de Roque Negro a Catalanes para aumentar el caudal público y encargar al geólogo Lucas Fernández Navarro un estudio hidrológico de la cuenca de Anaga. Durante meses se continuó con el envío gratuito de agua a Lanzarote y Fuerteventura por la extrema sequía que padecían, plan conjunto de agua potable, alcantarillado y pavimentación de numerosas calles de la ciudad, creación del Montepío de empleados municipales, proyecto para nuevo edificio en el ex convento de San Francisco capaz de alojar Biblioteca, Museo, Audiencia y Juzgados y viviendas para presidente, fiscal y juez. Por último, cesión del castillo de San Cristóbal y de otros edificios de guerra inútiles, generalmente por medio de permutas o cesión de solares, a lo que habría que añadir un cúmulo de obras de mejora en instalaciones ya existentes, tales como mercado, matadero, cementerios, adquisición de acciones de agua y de acueductos para su traída a la población y reorganización y nuevos reglamentos para los servicios de Sanidad, Beneficencia e inspección de alimentos y para la Academia Municipal de Música y Guardia Municipal. Y, además, se logra acuerdo con La Laguna para modificar y ampliar el término municipal de Santa Cruz.
 
          El 17 de noviembre de 1930, ante las dificultades y críticas planteadas por la oposición, García Sanabria presenta un escrito renunciando al cargo de alcalde con carácter irrevocable. El año anterior, cuando habían comenzado las primeras dificultades con injustas críticas a su labor, el pleno había emitido un voto de desagravio al alcalde, que recibió una cerrada ovación de aplausos de los concejales puestos en pie. Poco después fue presentada una iniciativa pública encomiando su labor, a la que se adhirieron la mayor parte de los ayuntamientos de la provincia.
 
          El 22 de mayo de 1935, siendo alcalde otro gran tinerfeño, Francisco Martínez Viera, se suspende en señal de duelo la sesión municipal que se estaba celebrando al llegar la noticia de la muerte de Santiago García Sanabria. Inmediatamente comenzaron las iniciativas y gestiones para erigirle un monumento, que en una primera intención se pensó levantar en la gran explanada resultante del derribo del castillo de San Cristóbal  -actual plaza de España-, al comienzo de la Avenida Marítima. Hoy, como sabemos, este monumento ocupa el centro del Parque Municipal que lleva su nombre, su gran obra para disfrute de los ciudadanos, con las esculturas de uno de nuestros más eximios artistas, Francisco Borges, cuya estatua dedicada a la “Fecundidad” es un inequívoco homenaje a uno de los más fecundos y valientes alcaldes que ha tenido Santa Cruz.
 
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