Hoy hace 140 años se inauguró oficialmente la Capitanía General
Por José Manuel Padilla Barrera (Publicado en El Día el 5 de junio de 2021).
A mi hija Mabel, mi más fiel lectora, que desde el cielo, como siempre ha hecho con mis artículos, nos enviará un whatsapp lleno de iconos de aplausos, que ni su madre ni yo podremos leer, pero que, igualmente, nos llegará.
Según reza la placa conmemorativa que figura en su gran patio central el edificio del Palacio de la Capitanía General de Canarias: «Se principió en 1º de Mayo de 1879. Se terminó en 31 Dbre de 1880». El traslado a la nueva sede se fue haciendo paulatinamente, hasta que en el 1º de abril se abandonó definitivamente el Palacio de Carta, donde la Capitanía General había estado instalada desde enero de 1853. No hubo entonces ningún acto de inauguración del nuevo edificio. El Capitán General de Canarias, entonces, el teniente general Valeriano Weyler Nicolau, tenía previsto un viaje a Madrid y Mallorca y dejó para su regreso su entrada oficial como primer ocupante del gran palacio que, gracias a su iniciativa, su tesón y su prestigio había conseguido levantar, en muy poco tiempo.
Valeriano Weyler había sido designado Capitán General de Canarias, por RO de 14 de febrero del año 1878, recién ascendido a teniente general, cuando aún no tenía 40 años. Venía a un destino que, según sus propias palabras: No siendo muy apetecido, aceptaba, dispuesto a desempeñarlo con el mayor entusiasmo. De hecho, se comentaba en la prensa madrileña de la época que se le había destinado lo más lejos posible de Madrid por su enemistad con el ministro de la guerra, Francisco de Paula Ceballos.
El viernes 5 de abril de 1878 llegaba el general Weyler, a bordo del vapor África, al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Lo hacía ante la más absoluta indiferencia. Nadie, salvo las autoridades obligadas a ello, le esperaba. Weyler puso por primera vez pie en tierra canaria junto a la famosa Farola del Mar, la que esta noche no alumbra porque no tiene gas, que dice la canción, pero desde 15 años antes sí que alumbraba para orientar a los pescadores chicharreros en sus salidas nocturnas a la mar, en busca de ese preciado pez que les daba ese peculiar gentilicio.
La carrera militar del general Weyler es tan brillante y extensa que en sus biografías los casi seis años que pasó en Canarias se despachan con una sola y lacónica frase: Durante más de 5 años, entre 1878 y 1883, desempeñó la Capitanía General de Canarias. Sin embargo su labor en las islas, que tuvo aspectos muy variados –muchos de ellos lejos de lo militar–, dejó un recuerdo imborrable.
Lo que Weyler encontró a su llegada al Archipiélago lo expresa muy bien en su escrito de despedida a los habitantes de Canarias, cuando cesó en el cargo: "Todos recordáis que, a mi arribo a estas playas, una espantosa miseria diezmaba las Islas, especialmente las de Fuerteventura y Lanzarote, que con mayor rigor experimentaron la inclemencia del cielo". Y añade : "A remediar en lo posible se dirigían los esfuerzos de todos, y yo, que no podía ser indiferente a tales desgracias, impetré y obtuve del Gobierno de S.M. la ampliación de las obras del Fuerte de Almeida, la construcción del Palacio de Capitanía General y el nuevo hospital en Santa Cruz, la reforma del Cuartel de San Francisco, la erección de un nuevo edificio con destino a Gobierno Militar de Las Palmas; obras todas que al embellecer ambas poblaciones hermanas, cuya importancia y riqueza atraía a los infelices emigrados, proporcionaron a estos honrados habitantes medio de ganar su sustento".
Y, efectivamente, en eso puso todo su empeño y el mayor entusiasmo que prometía cuando aceptó el destino y solo 9 meses después de su llegada, el 5 de enero de 1879, se recibía la autorización para construir el nuevo edificio para la Capitanía General. Al día siguiente, enterada la población de la buena noticia, se celebró una gran manifestación espontánea que se dirigió al Palacio de Carta, aclamando al general. La indiferencia con que fue recibido se había convertido en pocos meses en un una apasionada admiración. El 9 de febrero siguiente, se celebró un solemne acto presidido por el general Weyler que consistía, no en la colocación de una primera piedra de la construcción del edificio, sino en el arrancado de la primera piedra que iniciaba la demolición del viejo hospital militar, sobre cuyo solar se iba a construir la nueva Capitanía General, lo que ejecutó el propio general, picareta en mano. Al acto, que fue multitudinario, concurrieron autoridades, corporaciones, bandas de música militares y civiles y unidades militares. En sus palabras, Weyler explicó la obra que se iba a realizar y por qué se realizaba. No se trataba, dijo, de construir un edificio más, aledaño a la plaza que se formaba, sino de prestigiar, de elevar el rango de la capital de Canarias y hermosear su mejor y más estratégico lugar. Resulta curioso que en sus palabras pone por delante la plaza al edificio. Por un acuerdo con el ayuntamiento, había conseguido que lo que se llamaba Campo Militar, donde la tropa hacía instrucción, se convirtiera en una gran plaza que, sabía, iba a embellecer, si cabía, el gran palacio que proyectaba. Plaza que ahora lleva su nombre, como no podía ser de otra manera. A sus muchos méritos habrá que añadir el de urbanista.
Tal como dice la placa, las obras comenzaron el 1º de mayo, bajo la dirección del ingeniero militar Tomás Clavijo y la siempre vigilante mirada de Weyler, que pretende siempre que las tareas que se prevén para mañana se tenían que haber ejecutado ayer. La marcha de las obras es seguida, con curiosidad e ilusión, también por los vecinos que cada vez sienten más admiración y respeto por el general. Pero no todo fueron flores. Cuando las obras emprendidas estaban adelantadas, un periódico de Madrid, La Correspondencia Militar, publicó una carta de su corresponsal en Tenerife, denunciando el licenciamiento de soldados, sin dar conocimiento de ello, para con sus haberes financiar las obras del nuevo edificio. El escándalo fue enorme y la protesta unánime, pero no contra Weyler, sino contra el autor de la denuncia. Todo el pueblo se congregó en la plaza e invadió el Palacio de Carta, llevando al jovenzuelo autor de la denuncia a presencia del general, que contestó sonriente a las protestas que en nombre del pueblo formulaban: "No es responsable el pueblo, cuyos sentimientos conozco, de la imprudente ligereza de este joven, pero sus disculpas no quiero oírlas, yo no soy el ofendido, es un asunto exclusivo de todos ustedes". Y, amablemente, les despidió. Encabezaba la manifestación el médico e historiador Juan Bethencourt Alfonso, que hoy da nombre a la antigua calle de San José.
Desde su llegada, Weyler, en disfrute de su permiso anual, viajó cada año a su tierra natal, Mallorca, y a Madrid. En el año de 1881 no consta la fecha de partida, pero sí que el 19 de mayo estaba en Madrid y que el 27 del mismo mes embarcaba en Palma de Mallorca hacia Valencia, para iniciar su viaje de regreso a Canarias.
Ese regreso se convirtió en su segunda llegada oficial a Santa Cruz. En la primera, nadie le esperaba; ahora, todo el pueblo estaba en la calle para vitorearle. 60 embarcaciones, entre ellas dos lanchas tripuladas por campesinas de San Andrés, escoltaron la falúa que le conducía al desembarcadero. Una lujosa carretela, propiedad del Marqués de Villanueva del Prado, tirada por cuatro soberbios caballos tordos con penachos rojos y lujosos arreos, conducía a Weyler y a su familia; otros 30 coches engalanados, que sus dueños habían puesto a disposición de la comisión organizadora, le acompañaban en su recorrido. Así con mucha dificultad, atravesando un gentío y saludando sombrero en mano a la multitud que le aclamaba, llegó al nuevo Palacio de Capitanía General, donde entró por primera vez oficialmente para ser a su primer ocupante. Varias veces tuvo que salir al balcón principal para corresponder a lo vítores que el pueblo le dedicaba. Esa noche se celebró en Capitanía una gran recepción, donde el Ayuntamiento le hizo entrega del título de Hijo Adoptivo y las distintas sociedades el de Socio de Mérito. Mientras en la calle el pueblo seguía de fiesta y el bullicio fue grande, la gente cruzaba constantemente desde la Capitanía General al muelle, por la calle del Castillo, para contemplar con mas detenimiento los arcos y adornos que embellecían el trayecto que había recorrido la comitiva. La fiesta continuó al día siguiente. Fueron las fiestas que entre el pueblo se conocieron como "las fiestas de Weyler".
El reglamento marcaba que no se podía permanecer en el mando de un distrito militar más de tres años. Sin embargo, Weyler estuvo en Canarias casi seis. Pero, al fin, el día 9 de diciembre de 1883, el vapor África, el mismo que lo había traído, lo llevaría a la península. Recibió entonces otro baño de multitudes, equiparable al anterior, y ese día salía, por última vez, del Palacio de la Capitanía General de Canarias, el palacio que él había creado. Ese edificio, que cumple hoy 140 años de vida oficial y que, sin duda, es, con su estilo neoclásico que los ingenieros militares extendieron por todo el mundo hispánico, el edificio histórico con más prestancia y presencia de la geografía urbana de Santa Cruz. Y es, también, un ejemplo de lo que se conoce como arquitectura parlante, porque la sola imagen de su fachada habla de la importancia, grandeza y prestigio de la institución que alberga.
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