Pregón de las Fiestas del Carmen de Los Realejos 2014

 
A cargo de Luis García Rebollo  (Pronunciada en Los Realejos el 6 de julio de 2014)
 
 
 
 
REINA Y PRINCESA DEL MAR
EXCELENTÍSIMAS E ILUSTRÍSIMAS AUTORIDADES
CORPORACIÓN MUNICIPAL
CANDIDATAS A REINA Y PRINCESA DEL MAR
QUERIDOS REALEJEROS
 
SEÑORAS Y SEÑORES
 
         
          En primer lugar, permítanme expresar a todos los realejeros, y especialmente a su Alcalde y a la corporación municipal, mi profundo agradecimiento por estar hoy aquí, por haberme concedido el inmenso honor de ser el pregonero de estas fiestas del Carmen, en nombre de su Alcaldesa Honoraria, patrona del Valle, y de la gente de mar. Que para un marino es la mayor satisfacción. 
 
          No nací en los Realejos, ni siquiera en Tenerife, ya que el destino me hizo llegar a este mundo en el vecino continente africano. Pero me crié en esta isla, aquí ha estado mí casa, mi familia y mi corazón, aquí están enterrados mis padres, y aquí también espero algún día compartir con ellos esta tierra volcánica. Por eso, no les miento si les digo que en todos esos años, que mi condición de marino me ha llevado a mares y puertos lejanos, mi pensamiento ha estado permanentemente fondeado aquí, en estas aguas azul intenso. En estas mismas aguas atlánticas que bañan también la playa del Socorro, o la Punta del Guindaste.
 
          Mañana, 7 de julio, hará un año que recalé en Tenerife, en vísperas de las celebraciones en honor de nuestra patrona la Virgen del Carmen, justo para ver su imagen aupada, arropada, y honrada por los realejeros, de una forma tan sentida y sincera como solo es capaz de hacerlo la gente de mar. Esa gente dura y honesta, noble y sufrida, que sabe lo que vale una oración, lo que vale una salve, cuando todo lo humanamente posible está hecho, cuando la tormenta nos hace insignificantes, cuando ya todo está perdido. Esa gente que sabe que los milagros existen, porque si no, ellos mismos ya no estarían en este mundo, y es que muchas veces se los quiso llevar la mar.
 
           Sé que a muchos les extraña la devoción que tienen los marineros por esta imagen. Una Virgen del Carmen que podríamos calificar “de tierra adentro”, por su ubicación no está exactamente en la costa. Por la que manifiestan, especialmente los del Puerto de la Cruz, un amor profundo, notoriamente palpable el domingo de la octava. Una tradición que se remonta a 1750. 
 
          Sin embargo, la devoción que profesa la gente de mar a esta magnífica talla obra del maestro genovés Antón María Maragliano, guarda con toda seguridad relación con los hechos que ocurrieron en el siglo XVIII, al poco de llegar la imagen a esta Villa, protagonizados por cuatro marinos, dos británicos y dos españoles: Robert Jenkins, Vernon, Juan Fandiño y Blas de Lezo. 
 
          En ese sentido, permítanme recordar el contexto histórico en el que llegó nuestra virgen del Carmen a Los Realejos:
 
          La virgen desembarcó en el Puerto de la Cruz, por aquellos años en que nació Viera y Clavijo. Quién más tarde describiría en su Historia General de Canarias, el gran fervor y el culto solemne que recibía. Ya en los Realejos, la imagen se alojó en el convento de los frailes agustinos de San Juan Bautista, que daba a esta misma plaza.
 
          Llegaría a la Villa años después de las erupciones de los volcanes de Fasnia, Arafo, Güimar y Trevejo, que sepultó el cercano puerto de Garachico. Cuando la comarca aún se recuperaba de la pérdida del principal puerto de la isla. Por el que salían los productos de las tierras del norte, azúcar, cochinilla, maderas, vinos, y también la seda. Que tenía en estos montes del Realejo las condiciones idóneas para el desarrollo de su alimento natural; la morera. Y en la Villa los mejores maestros, como Domingo González Cabrera, que la venía elaborando desde los años ochenta del siglo anterior. De tal manera, que a la llegada de la virgen habría unos once telares a pleno rendimiento. 
 
          Los Realejos no solo era el primer productor de seda de Tenerife. Era un tapiz verde, atravesado de barrancos, de orografía irregular, desde las fértiles medianías hasta las tierras ricas en acuíferos de la costa. Salpicado de hermosas haciendas, como la “Hacienda de Castro”, la de “Las Cuatro Ventanas”, la de “Las Chozas”, “Siña Benita”, “El Socorro”, “La Torre”, “Ruiz”, o la hacienda de “El Cuchillo”, en la costa. Y en medianías, las de “Poggio”, “San Ildefonso”, “Las Canales”, la de “la Era”, la “Coronela”, la “Gorvorana”, la “Casona de Don Santiago, “La Gallera”, o la de “La Pared”, la primera que cultivó la papa en Canarias; y como no, la de “Los Príncipes” que originalmente se reservó Fernandez de Lugo. 
 
          Las haciendas eran grandes productoras que, además de la seda, satisfacían de sobra la demanda local y exportaban a América y Europa: caña de azúcar, vid, cochinilla, plátanos, tabaco, cereales. Contaban con ingenios azucareros, con trapiches para la elaboración de aguardiente, casas de mieles, lagares, eras, pajares, secaderos, bodegas, despensas y caballerizas. Y estaban rodeadas de hermosísimos jardines, de los que dieron testimonio sucesivos viajeros y botánicos. 
 
          Las casonas guardaban en su interior bellos lienzos, tapices, esculturas, tallas y demás obras de arte; bibliotecas, e instrumentos musicales que demandaba la condición ilustrada de sus moradores. Sin olvidar las capillas o ermitas que satisfacían sus necesidades espirituales. Estaban comunicadas por caminos reales, pagados por la corona, que facilitaban el transporte de mercancías entre ellas, los núcleos urbanos, y los embarcaderos.
 
          Cuando llegó del mar, por el Puerto de la Orotava, nuestra bella imagen de la virgen del Carmen, Los Realejos era un importante productor agrícola e industrial, frente a un mar tan imponente y cercano, como necesario. Necesario para el intercambio comercial, con América y con Europa. Aun se resentía el norte de Tenerife de la pérdida del puerto de Garachico, y la producción se desviaba al Puerto de la Cruz, entonces de la Orotava. Mientras el Puerto de la Laguna, ahora de Santa Cruz, ganaba protagonismo. Cuando no salían los caldos y cultivos por embarcaderos ocasionales, como la piedra del Camello y el Guindaste, cuyo significado no es más que el del aparejo desde el que se aprovisionaban las embarcaciones. Y que con los años vino a proteger el Fuerte de San Fernando. 
 
          Llegó nuestra Patrona a los Realejos cuando al otro lado del Atlántico, el capitán de un guardacostas español, llamado Juan Fandiño, detuvo en aguas americanas al contrabandista británico Robert Jenkins, a quien cortó una oreja y dijo: “Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Eso hizo Jenkins, llevándole la oreja cortada a su Rey, Jorge II, quien buscaba una excusa para declarar la guerra a España, y así romper el monopolio comercial que manteníamos con América y que tan buenos beneficios dejaba en el norte de Tenerife. Con la guerra, las aguas canarias se volvieron inseguras y peligrosas. Piratas y corsarios británicos recorrieron nuestras costas, merodeando aquí y allá, buscando presa fácil, a la vista de los realejeros que desde este mirador extraordinario, podían seguir sus derrotas en la distancia. Algunos venían con flotas de navíos fuertemente armados, como Charles Windham que hostigó Tenerife y La Palma, llegando a desembarcar en la Gomera, afortunadamente sin éxito. Pero sí cayeron presas del inglés algunas pequeñas embarcaciones, cosa que infundió gran temor entre la población.
 
          Llegó la Virgen a los Realejos en tiempos de Amaro Pargo, el corsario tinerfeño, que con su barco de 24 cañones llamado El Clavel, impartía la justicia que le otorgaba su patente de corso, aquí y más allá del horizonte. Porque en aquellos años, además de los ingleses, los caminos del mar estaban repletos de portugueses, franceses, holandeses, turcos, berberiscos o españoles, que obraban sin prejuicios en favor de sus reyes, de sus propios intereses o al dictado de sus patentes de corso. Los mismos caminos del mar que habrían de seguir, la fina seda realejera, los aguardientes, la caña o los vinos de aquí. Caminos que también seguirían, los mismos naturales de esta tierra en su condición de tripulantes, pasajeros, y también emigrantes, cuando les llegó el turno.
 
          Cuando llegó la Virgen del Carmen, muchos de nuestros barcos se dotaban con tripulantes del Valle de la Orotava. Especialmente numerosos fueron los que sentaron plaza de guardiamarina en la Real Armada, en aquellos años en que la defensa de nuestros intereses marítimos, de nuestro comercio, demandaba los mejores hombres, como: Valcarcel y Lugo, Benítez de Ponte, Mesa, Prieto del Hoyo, San Martín, Llarena, Alfaro y Monteverde, Franquis Interián, Llarena y Viña, Carriazo, Ponte y Benitez de Lugo,  Pacheco y Carabeo, Franchy y Mesa, o el que llegó a ser Almirante, Domingo de Nava-Grimón y Porlier, que participó en casi todas las campañas navales de su época, navegó por los mares y costas americanas, europeas y africanas, mandó varios buques y escuadras, y después de cuarenta y nueve años de servicio, vino a retirarse aquí, al Realejo. Del mismo modo, también en tierra se quedaron muchas familias realejeras y del Valle, que vieron partir a sus seres queridos, y desde esta privilegiada atalaya escudriñaron el horizonte día tras día esperando su regreso, quizás, vistiendo los colores tradicionales del hábito carmelita. 
 
          Llegó la virgen a los Realejos, de ese mar revuelto de quillas e intereses, de temores y anhelos, de piratas y corsarios. Llegó la Estrella de los Mares, inmaculada, solemne y soberbia, rodeada de belleza, y tallada de divina perfección por la mano del maestro Maragliano. Llegó nuestra patrona en tiempos convulsos y vientos de guerra, y trajo la luz, igual que iluminó a los carmelitas en su huida del Monte Carmelo. Igual que lo hizo con San Simón, ofreciéndole las bendiciones de su escapulario. O a aquel monje Benedictino, Pascasio Radberto, el primero que en el siglo IX, se refirió a ella como “Estrella del Mar”.
 
          A esta imagen marinera rezaban las familias realejeras y del Valle, que guardaban las ausencias de quienes estaban en la mar, y a ella también elevaban sus plegarias los que llegaban sanos y salvos. Fue sin embargo una batalla naval, la más extraordinaria en los anales de la historia universal, la que trajo la paz a nuestras aguas y reactivó el comercio. Una batalla con un desenlace milagroso, la que libró el Almirante español Blas de Lezo en Cartagena de Indias, con 3.500 hombres y seis navíos, contra los 27.000 hombres y 186 navíos de la mayor flota británica conocida hasta la fecha, al mando del Almirante Vernon, a quien derrotó. Este hecho, supuso tal afrenta para el Rey de Inglaterra, que mandó ahorcar a quién lo mencionara, y cambió el curso de la llamada “Guerra de la Oreja de Jenkins”, que terminó a favor de España en 1748, quien dominó los mares a partir de entonces. Las aguas se tornaron seguras de nuevo, nuestros barcos y nuestra gente retomaron los caminos del mar, y del comercio trasatlántico durante los cincuenta años de paz y prosperidad que siguieron, hasta agotar el siglo XVIII.
 
          Algo tendría que ver nuestra virgen del Carmen en todo esto, al menos la gente de mar así lo creemos. Por eso no es de extrañar, que al regreso de las beneficiosas campañas comerciales que siguieron a aquella guerra, los marineros acudieran junto a su Santa Imagen, protectora y benefactora, y la auparan; y la zarandearan; y la aclamaran; y se lo agradecieran a su manera.  
 
          Para mayor muestra de su condición sobrenatural, nuestra virgen sobrevivió a un incendio que destruyó el convento de los frailes agustinos de San Juan Bautista. Se alojó entonces en el vecino convento de las Monjas agustinas recoletas, de San Andrés y Santa Mónica. Donde a mediados del siglo pasado, volvió a sobrevivir a un nuevo incendio que destruyó igualmente el convento, recordando el vínculo milenario que la une con el profeta Elías y con el fuego en el Monte Carmelo. 
 
          Desde entonces se aloja en este templo, construido sobre las ruinas del convento agustino, proyectado por Tomás Machado, para la veneración de la Patrona del Valle de la Orotava.
 
          La virgen del Carmen se declaró oficialmente Patrona de los navegantes y de la Armada, el 19 de abril de 1901, y se celebra el 16 de julio en memoria del día en que se le apareció a San Simón. Hasta entonces la Patrona de la Armada había sido la Virgen del Rosario, quien bendijo y llevó a nuestros marinos a la victoria en Lepanto, ya que antes de la batalla rezaron solemnemente el rosario, que después colgaron de sus cuellos.
  
          Muchos han sido los hitos protagonizados por nuestra Señora del Carmen de los Realejos desde entonces, como la peregrinación en 1904 a su santuario, desde los distintos pueblos del valle. La visita en 1929 del Ministro de Marina, el Almirante García de los Reyes, fundador del Arma Submarina de la Armada. La Coronación Canónica celebrada en 1982 por el Obispo de Tenerife, Monseñor Luis Franco Casón. Y pocos años después, en 1985 su nombramiento como Alcaldesa Honoraria y Perpetua de la Villa de los Realejos.
 
          Pero, me gustaría terminar mi intervención, destacando el emotivo acto de imposición del fajín de Almirante a nuestra Virgen del Carmen, donado por el Almirante grancanario Rafael Morales Romero, ya al final de su vida. Que tuvo lugar el 26 de julio de 2010, entregado por el Coronel de Infantería de Marina, Francisco Buhigas Juanatey, quien recitó una oda a la Virgen, escrita por el propio Almirante, de la que me he permitido extraer algunos párrafos, que muestran la devoción carmelita que acompañó al ya fallecido marino a lo largo de su vida.
 
“Este humilde servidor tuyo, SEÑORA, miembro de la
Armada Española, desea hacer patente la unión de nuestros
hombres y mujeres de mar y tierra, pidiéndote, MADRE, que
aceptes éste exponente de distinción y atributo de las máximas
jerarquías navales: el fajín de Almirante.
 
Y te lo ofrece, postrado a tus pies, y en actitud de total
recogimiento, éste que te reza, el Almirante de la Armada
Española, natural de Canarias, Rafael de Morales Romero, que
lo ha mostrado muchas veces, tanto en actos en la mar como
en tierra, en los distintos Continentes que limitan el Atlántico...
y mi mayor honra es que, desde hoy, MADRE, sea tuyo como
muestra del deseo de unión de todos los hombres y mujeres de
éste nuestro Archipiélago Canario. Unión incardinada en el
aprecio a los valores que nos han hecho grandes, en el sentido
de servicio y en la transcendencia de la fe que nos mueve en tu
devoción, MADRE.”
 
 
          Y dicho esto, no puedo más que agradecerles su atención y su presencia. Y una vez más al Alcalde y a la Corporación Municipal, el gran honor que me han brindado por permitir que me dirija a ustedes y a nuestra Patrona la Virgen del Carmen, en el pregón de estas fiestas en su nombre.
 
¡Felices Fiestas!
 
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