Soldadito español

 
Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 19 de junio de 1994).
 
 
 
          El soldado, que saltó de la barquilla, pisa, ¡por fin!, tierra; una tierra nueva, oscura. Después de la ajetreada travesía en el carabelón, se siente seguro. Tiende la mirada por el paisaje, que es un descubrimiento. Panorama austero, duro. Cielo claro, “cerúleo mar”, ahora manso, montañas lejanas con árboles. Soledad. Acaso sombras huidizas de seres humanos escondidos tras las peñas. ¿Qué sabe este soldado de estos hombres, de estos guanches que han de ser sus enemigos? ¿Dónde y cómo aprendió conceptos de amor, enemistad, de odio? Cierto es que no se necesitan lecciones. Sabe que si lo atacan ha de atacar, y matar, si es preciso. Quedan más pensamientos que se enredan como manojos de cerezas. Son el catecismo del soldado, que empieza con la palabra obediencia y acaba con la de honor. Son suficientes. ¿Cómo lo llamaré? Tengo la lista completa de los que vinieron a Tenerife en 1494. Aunque el mejor homenaje que se hace a la Milicia es honrar a sus soldados desconocidos, prefiero que éste tenga personalidad. El autor de las Antigüedades lo ha citado en la batalla donde murió. El no lo sabe, pero lo matará el valeroso Tinguaro. Viana puso en el poema un verso contundente: “De un guijarral, abajo se despeña”. Allí, por guijarrales y barranqueras de Acentejo, entre nopales y lagartos inquietos, quedó el cadáver de Pedro Orruño, un soldado para quien la gloria rompió laureles. ¿Qué es la gloria?
 
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          Salto sobre siglos. Por los cientos de años en los que miles de soldados, “novios de la Muerte”, lucharon, triunfaron o no, pero murieron; desde Granada a Italia, a Grecia. “De los llanos de Flandes, / a las nevadas cumbres de los Andes…”  En Flandes estoy, y en el año 1579, ante los muros de la ciudad de Maastricht, sitiada desde meses por los Tercios que manda Alejandro Farnesio, defendida por los tenaces flamencos. Acompaño a otro soldado, que se admira también de los habitantes y los paisajes. Hombres y mujeres gruesos, bien vestidos, con amplios ropajes; tierras llanas, verdes, sin montañas como las de España. Posee este soldado los mismos conocimientos, el mismo sentido del deber que el que murió a manos de un guanche, pero con novedades. Algo leído y escribido es, y esta guerra, que es de religión, lo trastorna. Sabe que en cualquier lucha ideológica hay algo de ambición y poderío, lo mismo que lo habrá en las económicas de los siglos venideros. Pero… ¿esto es una guerra? Corren días y días, a veces sin disparar un arcabuz. Él, que ha disparado tantos en Italia, se cansa de la inactividad. Se desasosiega porque la guerra se alarga; a ratos evoca a los suyos lejanos en las pardas llanuras manchegas. Se aburre Cristóbal Andrade y decide matar un rato, escribiéndoles…
 
          Lo comienza y, de improviso, llega una bala descarriada, destinada quizá para otro, y lo mata. Había escrito solamente dos palabras. Sobre ellas han caído gotas de sangre. –Capitán, le digo? –“Señor Capitán / el de la florida espada, / de la capa colorada, / y el buen caballo alazán”… hay que avisar allá. ¿Les enviamos la carta? Leo solamente dos palabras: “Amada esposa…”
 
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          Este otro soldado fue también escritor. Como él, lucharon y escribieron Miguel de Cervantes, Lope de Vega, José de Cadalso, Felipe Verdugo. Él, Pedro Antonio de Alarcón, está escribiendo la historia de otra guerra de África. Son los primeros días de enero del año 1860, anota como ocurrió, cómo vio la batalla de los Castillejos. Otra etapa de la contienda secular. Los moros de la Reconquista y los moros marroquíes…
 
          Está contento Alarcón, la victoria ha sido triunfal. Muchos muertos, muchísimos heridos, pero victoria. Los soldados, “soldadito español,/ soldadito valiente” aplauden al general Prim, y le gritan: “Aún quedamos muchos para otra vez”.
 
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          Esta mañana, 28 de mayo de 1994, he asistido a un desfile militar. Cómodamente sentado ante el televisor, he visto desfilar a las Fuerzas Armadas. Es su día, aunque su día son todos. Uniformes monocromos y uniformes pretéritos de alegres colores. Los veía mal, a pesar de la nitidez de la imagen, porque se me metían entre ellos otras sombras difusas, que ponían ante mi mil historias de “una grande e general Estoria”… Desde los numantinos, los adalides de Mio Cid, almogávares catalanes, exploradores y guerreros de México y Perú, Tercios de Flandes, “cruzando van el Tirol, / en animosa cuadrilla”, marinos de Lepanto, Milicias de Canarias en Portugal y Rosellón, artilleros del dos de mayo, hasta los soldaditos valientes de la tierra africana, la Legión, novia de la muerte, la Guardia Civil… ¡Amarga y dulce, áspera y mimosa España, que hace héroes y los destroza!
 
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