"Postales de nuestros padres", un libro de Andrés Chaves

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 12 de noviembre de 2008).
 
 
 
          Solo el palparlo da muestra de calidad. Es un libro que, apoyado en un impecable y artístico diseño y maquetación, original de Jaime H. Vera, posee ese sello inconfundible del que siempre ha alardeado nuestra inmarchitable Litografía Romero. Con estos dos grandes pilares, el autor tenía forzosamente que estar a la altura de las circunstancias y, una vez más, estimamos que lo ha logrado, y con su habitual acierto, a ese vocablo tan evocador que responde por nostalgia; esa especie de recuento de melancolías; esa manera de asistir, imagen a imagen, al paso del tiempo por nosotros y por los nuestros. Y es que la añoranza, el recuerdo de algún bien perdido, y ahora a través del tomo Postales de nuestros padres nos ha despertado, de nuevo, ese incólume interés en regresar, a través del goce visual, a rincones, espacios y lugares que, la mayoría de las veces, han sido modificados, mutilados o despiadadamente desaparecidos.
 
          La prosa de Andrés Chaves, lejos de ser biliosa y corrosiva, nos ha parecido siempre amena y reflexiva, esa de poner, con su proverbial nitidez, los puntos sobre las íes. Y todo eso orlado con su sonrisa, casi perenne e imperturbable, que puede ser coraza para un enemigo aún por identificar. Juan del Castillo, en una presentación, como todas las suyas, erudita y versátil, dijo del autor de Postales de nuestros padres que se trataba de un personaje de muchísimo cuidado, frase que fue asentida, con fina ironía, por el numerosos público que abarrotó el limitado espacio del Ámbito Cultural de El Corte Inglés donde, incluso, Ricardo Melchior Navarro, “oficial y caballero”, se gozó la velada de pie al ceder su asiento preferente a una señora dama no precisamente madrugadora.  
 
La pasión de Andrés
 
          La pasión, la gran pasión de Andrés, ha sido, obviamente, el periodismo, su amor por el oficio y su convicción de que la verdad es la mejor arma de defensa y el humor, el más inteligente medio de sobrevivir, como nos lo ha recordado Ben Bradlee que, al frente del Washington Post, destapó el caso Watergate.
 
          Chaves, sin acento ni zeta, viene cultivando, con idéntico éxito, el triplo de Prensa, Radio y Televisión. Y hasta se viene permitiendo el lujo de publicar, con contrastado éxito, cada año, cada invierno, interesantes libros sobre temas de calidoscópicos matices, donde aflora una ternura y sutileza que podría desbancar muchos juicios apresurados. Ahí está, sin ir más lejos, su último “hijo literario”, Postales de nuestros padres donde, evidentemente, la imagen intenta fagocitar todo signo epistolar, que el autor, con esa aludida lisonja, la doblega cuando, por ejemplo, nos ofrece párrafos como éste: "La postal cruzó mares y aires y aterrizó en los buzones como una paloma coloreada".
 
          Con un nuevo tomo, Chaves, nos ha convertido, entre otras facetas, y a través de nuestro particular túnel del tiempo, en aquellos barbilampiños alumnos escolapios al observar esas bellísimas imágenes de un increíble y lejanísimo hotel Quisisana rodeado de jardines, enredaderas, bancales, almenas de castillo roquero medieval, todo ello ofrecido en una indescriptible soledad hoy muy de entender. 
 
          Otra postal, la del Ayuntamiento de Santa Cruz, con sus antañonas  rejas por fuera, punto de encuentro, en la década de los 30 del siglo pasado, de aquellos pioneros alumnos de la Escuela Profesional de Comercio, que estaba enclavada, precisamente, en toda la segunda planta de la citada Casa Consistorial. 
 
          ¡Cómo no aprovechar, amigo Andrés, este espacio para recordar, a través de los documentos gráficos de tu sugestivo libro, aquel otro majestuoso edificio que respondía por Instituto de Enseñanza Imeldo Serís, legado del mismísimo marqués de Villasegura, que construyó su intimo amigo el afamado arquitecto municipal Manual de Cámara y Cruz de donde más tarde saldría una pléyade de ejecutivos impecables, ecuánime auditores y empresarios solventes!
 
          Y la ya desaparecida y portuense piscina de Martiánez donde, después de la protocolaria y anual visita escolar al nevado Teide, nos sumergíamos entre sus corcheras para más tarde saborear, muy cerquita de allí y bajo sus característicos sombrajos, los burgados que nos servían, acompañados de una Pilsen, en un chiringuito allí ubicado. ¡Cuántos recuerdos, querido amigo, nos han traído tus cuidados y sinópticos textos y esas postales (que te surjan más Camir y Pepe Brier) sobre aquel Santa Cruz de chufas, tamarindos y algarrobas; de La Laguna, con su paz; del turismo y del Puerto de la Cruz que lo inventó; del paisanaje, con esos magos a los que tanto has escrutado; esos cromos de enamorados, de miradas lánguidas e inevitables rosas, muchas rosas; y esas pinceladas de nuestros pueblos del “interior”! ¡Cuántas remembranzas, en efecto plasmadas en este libro que, de entrada, y al palparlo repetimos, evidencia su calidad! Y como ultílogo, Andrés, una pregunta: ¿Sigues creyendo que esa foto que insertas en la pagina 30 sobre San Andrés y Las Teresitas, es trucada?
 
 
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