"El canto del ruiseñor" una amena biografía de Eduardo Hevia, padre de las auditorías internas en España
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en el Diario de Avisos el 6 de octubre de 2005).
Nació donde triscan los rebecos, anidan las águilas, pasean los osos, se encaman los jabalíes y donde muere de amor el urogallo; o sea, en Asturias, concretamente en la cuenca minera de Mieres, entre carbones, batería de coque, sulfatos y benzoles. Allí empezó a estudiar; luego se trasladó a Oviedo y, más tarde, a Madrid; pero se casó con Nely Sierra, en Colunga, un precioso pueblo que está entre Villaviciosa y Ribadesella, al lado del mar, “donde me gustaría ser enterrado”, que ese es el deseo de Eduardo Hevia Vázquez, nuestro personaje. Del matrimonio ha surgido una numerosa prole de calidoscópica composición, desde medico, farmacéutica y secretaria internacional hasta economista y periodistas, por partida doble.
Y ha sido precisamente uno de los periodistas, también abogado y adscrito a la carrera diplomática, Jorge Hevia Sierra, el que a través de más de doscientas páginas, tan evocadoras como amenas, nos ha “radiografiado”, con todo lujo de detalles, producto de enriquecedoras charlas en la citada Colunga, a su progenitor, que ha sido, por así decirlo, y entre otras muchísimas facetas, el padre de la auditoría interna en España. Quien suscribe sació su sed de conocimientos en esa fuente, a la que, en múltiples ocasiones, acudió, en nuestra faceta profesional, hoy aparcada, por el júbilo de la jubilación, pero jamás olvidada. Eduardo Hevia, también pionero en la pequeña y mediana empresa, siempre nos ha recordado sus inicios en Endesa, como auditor interno: "Estábamos armando un lío terrible porque, por primera vez, se ejercía una crítica sobre personas que jamás habían sido criticadas."
Como atinadamente apunta, en el prólogo de dicho tomo, José Antonio Iturriaga Miñón, ex presidente del Instituto de Auditores Internos de España, entidad que, generosa y acertadamente, financió esa publicación, "el libro de Hevia Sierra, aun no siendo un tratado de auditoría y para auditores internos, recoge las vivencias y opiniones de un hombre que lleva dedicando más de veintiocho años de su vida al ejercicio, estudio y divulgación de la auditoría interna."
Los que hemos tenido la gran oportunidad de compartir amistad con Eduardo Hevia Vázquez aunque, por circunstancias profesionales, de forma esporádica y colapsada, siempre intuimos que aquel personaje, erudito en la materia y extrovertido en el trato, albergaba múltiples vivencias fuera de la esfera laboral. Ahora, en las pragmáticas líneas hilvanadas por su hijo Jorge, se refleja, de una forma muy especial, esa versatilidad; el interés por la figura paterna que generó en el avezado periodista una gran curiosidad por su pensamiento, por su peculiar manera de ver el mundo, su original e inmarchitable sentido del humor y su profundidad y perspicacia en el análisis de los problemas, tanto políticos, como religiosos y familiares.
Ya, de entrada, el título del libro desconcierta un poco. Parece como si nos fuéramos a adentrar en un tratado ornitológico: El canto del ruiseñor. Pero nada de eso. Y es que Eduardo Hevia –y ahora nos lo ha descubierto su hijo- es, entre otras muchísimas cosas como, por ejemplo, un generosísimo donante de sangre, un aventajado alumno de aquel Juanín de Mieres, uno de los grandes cantantes locales, que tenía el título de “Almirante de la canción asturiana”.
De los trece capítulos que atesora el volumen hay pasajes realmente ilustrativos que el diplomático-periodista ha sabido transcribir con gran sutileza y convicción a través de las variadísimas vivencias de su padre que, esgrimiendo una excepcional memoria, nos rememora en estas páginas que “durante el periodo de la guerra para el hermano menor era la leche y los huevos, cuando los había”. Y Eduardo, gran observador desde su infancia, recalca que “de los primeros años de la postguerra recuerdo un detalle curiosos: no había gordos”. Después de las conflagraciones aquel niño de apenas ocho años empezó a percibir el avance inexorable de las urbanizaciones “que nos iban echando de los prados o de los sitios donde solíamos jugar”.
¡Cómo retrata Eduardo a sus paisanos del alma! “Gente de Mieres, gente muy amiga de la buena vida, del bar, de la sidra, de la panzada, de la merienda, muy aficionada al canto, a la montaña. Mieres minero, lleno de polvo y sin ninguna preocupación medioambiental. Gente de Mieres que llamaban bombines a aquellos recién llegados, aquellas personas estiradas y presuntuosas…”
Con aquellos ojos de niño, escrutadores e incisivos, aquel Eduardo percibía, evidentemente, que había una escasez de alimentos y de muchas cosas, "pero eso fue bueno porque nos habituamos a valorarlas cuando dejó de haber escasez."
(Permítannos este pequeño paréntesis para añadir que a Eduardo Hevia, cuando estuvo en la Isla impartiendo conferencias sobre auditoría interna, le llamó la atención nuestras garbanzas, el pescado y, sobre todo, las papas arrugadas, "que en El Puntero las preparan de maravilla." Este reputado gastrónomo se fue de Santa Cruz con un pequeño remordimiento: en el lujoso hotel de cinco estrellas donde se alojó por varios días nunca los plátanos fueron postre…)
Siguiendo con el referido tomo, no podemos pasa por alto aquel discurso que, en Asturias, pronunció Girón, por aquel entonces ministro de Trabajo, cuyo verbo se sintetiza en la obra comentada, así: “Ya vais a tener vacaciones; vais a tener seguridad social; vais a tener dos pagas…”. Y cumplió, en la época de Franco, con aquella justicia social, que ahora se recuerda en El canto del ruiseñor (Conversaciones con Eduardo Hevia, economista y auditor interno).
Eduardo Hevia, más amante de sentir que de ver; de acrisolada fibra comunicadora –un ejemplo clarísimo, sus clases y sus conferencias-es un borbotón de espontaneidad y sinceridad; en este tomo “pone en su sitio” a un ramillete de grandes personalidades de la vida española.
En estas páginas, distendidas y amenas, sin ampulosidades ni barroquismos, nostálgicas y llenas de ternura; de facetas poliédricas, el autor, Jorge Hevia, no ha querido perder –y lo ha conseguido plenamente- el más mínimo detalle de lo relatado por su padre, que sigue esgrimiendo su orgullo por ser de la tierra de Jovellanos, de Campomanes, de Leopoldo Alas “Clarín”, de Pérez de Ayala, entre otros muchos ilustres paisanos.
Eduardo Hevia nunca ha anidado ni rencor ni odio. Y siempre ha huido, despavorido, de estas tres plagas: el terrorismo, las drogas y el aborto. Y considera a su familia como "la mejor obra de mi vida." Y pregona, a cada instante, su indeleble sentido del humor, con aquella anécdota que tanto le impactó en su momento al comprobar, hace ya algunos años, que el segundo apellido de "aquella chica, luego esposa, era Pis…"
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