Amsterdam: el entorno mágico de una ciudad anegada

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 6 de mayo de 2000).
 
 
 
          Cuesta muchísimo creer que al aterrizar en el aeropuerto de Schiphol, en Amsterdam, estemos aproximadamente a cinco metros por debajo del nivel del mar. Pero es rigurosamente cierto desde que esta instalación, en 1920, inauguró su enlace con Londres. Amsterdam, que andará hoy por más de un millón de habitantes, es la capital del reino de los Países Bajos, a pesar de no ser la sede del gobierno del país. Los reyes se coronan en esta ciudad, pero no residen en ella, sino en La Haya, que presume de Parlamento, como Rotterdam de las compañías de seguros y Amsterdam de la Bolsa y de las entidades bancarias.
 
          Al igual que Venecia, la “reina del Adriático”, Amsterdam atrae a visitantes del mundo entero por el entorno casi mágico que ofrecen las ciudades edificadas sobre el agua. Los amstelodameses  aunque no se dejen seducir mucho por sus canales, sí reconocen la curiosidad que transmiten estos tanto a nivel turístico como a nivel histórico. Un paseo en barco por los canales, por su red de canales, en forma de tela de araña es como adentrarse en el alma misma de Amsterdam, que antaño fue centro del comercio mundial. Esta ciudad, perfectamente anegada, fluye entre los muelles centenarios, emerge de estos canales que vienen a admirar los turistas del mundo entero que, insistimos, con ello se adentran en este Amsterdam que siempre ha venido luchando contra el agua, un agua que representaba una amenaza para ella a la vez que aseguraba su riqueza. 
 
          Pasear por sus canales, hacer “La ruta de las candelas”, en plena noche, bajo sus múltiples puentes, graciosamente iluminados, tienen un encanto especial inmerso en aquella embarcación de recreo, acristalada, donde sirven vino del país, queso con sabor a comino, Manises, bajo bombillas con tulipas románticas y, en el ambiente, un soportable tufillo a gasolina, combustible que, en Amsterdam, apenas se percibe con tantísimas bicicletas y tantos tranvías por sus amplias y estrechas vías. En esta embarcación se prohíben dos cosas: fumar y comer cotufas. Y, en medio de la travesía, con música suave, nos paramos en una típica taberna para libar un licor típico holandés.
 
          Paseo por los canales. Tópico turístico para unos, maravilloso momento de cambio de ambiente para otros. Este periplo ofrece, independientemente de lo que se diga o piense, perspectivas inesperadas y muy interesantes pues el panorama que ofrece al turista es muy diferente de lo que puede verse desde los muelles. 
 
          Alguien, muy acertadamente, ha dicho que "la simple vista a ras de agua de la hilera de puentes justifica este tipo de visitas" donde, por ejemplo, se descubre que un alto porcentaje de estas casas de ladrillos, estrechas y altas, decoradas con saledizos o volutas, apenas tienen cortinas; y también, en esta apacible nocturnidad, se nos ofrece el espectáculo de esas miles de chalanas y viviendas flotantes con suministro de gas ciudad, electricidad y agua potable, bordeando las riberas de esta reconocida capital de Holanda. Este tipo de hogar nació en los años cincuenta década de la que Amsterdam vivió una fuerte crisis de viviendas. Por prohibir la reglamentación actual instalar barcazas en los muelles de la ciudad, la única solución para residir en una de estas consiste en comprar una ya amarrada. Cada tres años las casas-barco, que constituyen uno de los atractivos urbanos, pasan por un astillero naval donde el casco es sometido a una limpieza completa.
 
          Seguimos en Amsterdam, donde Ana Frank y su familia comenzaron su vida clandestina; donde se instaló descartes y, más tarde, Rembrandt; donde el club Ajax, capitaneado por Johan Cruijff, verdadera gloria nacional, ganó la Copa de Europa de fútbol; donde, en fin, está ubicado el Van Gogh Museum que, obviamente, merece un futuro y amplio tratamiento.
 
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