La estancia de los príncipes británicos Alberto Víctor y Jorge Federico en Tenerife

 
Por Pedro Ontoria Oquillas y Daniel García Pulido  (Publicado en El Día el 21 de diciembre de 2020).
 
 
 
          Las Islas Canarias, en su privilegiada ubicación en las rutas transoceánicas y durante todas esas centurias en las que solo existía la navegación marítima como medio de transporte, se vio convertida en una escala casi ineludible para todas aquellas embarcaciones que quisiesen pasar hacia el Sur de África, América y Oceanía. Esa estratégica circunstancia nos brindó la oportunidad de contar, especialmente en Tenerife, con ilustres visitantes, como acaeció en diciembre de 1879, cuando la corbeta de Su Majestad Real Bacchante trajo a esta isla en calidad de cadetes navales (guardiamarinas) a los príncipes Alberto Víctor Cristian Eduardo [duque de Clarence y Avondale], de 15 años, y Jorge Federico Ernesto Alberto [futuro Jorge V], de 14 años, hijos de los monarcas Eduardo VII y Alejandra de Dinamarca. En algún artículo reciente se confunden las circunstancias y se hace venir a la isla en el Bacchante al propio padre, el rey, con sus dos hijos, lo que es erróneo a todas luces.
 
Los príncipes Alberto y Jorge Personalizado
 
Los príncipes Alberto y Jorge
 
         
          Esta embarcación, que había zarpado desde Portsmouth el 15 de julio de 1879 bajo el mando del capitán Lord Charles M. D. Scott, tenía entre uno de sus objetivos contribuir a la formación cultural y personal de ambos príncipes, visitando para ello no solo los territorios pertenecientes al imperio británico allende los mares sino todos aquellos lugares de interés que surgieran en su derrotero... y El Teide, y Tenerife en su conjunto, eran uno de ellos. 
 
          El diario de a bordo, basado en registros privados, cartas y documentos de ambos príncipes, y redactado posteriormente en formato de publicación por el capellán de la Bacchante John Neale Dalton, es nuestra mejor fuente de conocimiento para conocer las circunstancias de su estadía en la isla. A través de sus anotaciones sabemos que divisaron el Pico del Teide, cubierto de nieve, al mediodía del 1 de diciembre de dicho año 1879, dándose la curiosa circunstancia de aprovechar la singladura entre Madeira y estas Islas para profundizar en la historia y cultura canarias. En la bien surtida biblioteca que llevaban a bordo contaban con las últimas ediciones de la Hakluyt Society, con textos actualizados sobre la conquista de Canarias y sus principales hitos referenciales. A las 11 de la mañana del 3 de diciembre siguiente dio fondo en la rada de Santa Cruz de Tenerife dicha corbeta, en 25 brazas de profundidad, saludando por cortesía hacia la bandera española con una salva de veintiún cañonazos. Dio comienzo entonces el carrusel de visitas protocolarias a bordo, encabezadas por el comandante y el capitán del puerto, seguidos del vicecónsul John Howard Edwards y del consignatario Charles Howard Hamilton. Se dio la curiosa coincidencia, reflejada en el diario, de que llegaron a compartir por algunas horas fondeo con el navío francés Le Tage, cargado de prisioneros y convictos destinados a Cayena, pero que pronto zarpó hacia su destino.
 
          Una de las primeras pautas que figura en todos los viajeros que recalaron en el puerto santacrucero, y en esta ocasión no iba a resultar diferente, es la sensación de calor que sentían nada más echar ancla en su rada. Tras almorzar, la pareja de príncipes y su cohorte de representantes consulares y funcionarios desembarcaron y se dirigieron en primer lugar a visitar el museo de la ciudad, “que está dispuesto en lo que en su día fue un antiguo convento”. Allí ambos se sorprenden no solo con la excelente colección antropológica que le muestran sino con las expresiones de su conservador (que presuponemos era el médico e investigador Juan Bethencourt Alfonso), quien les afirmó “que estaría muy contento en intercambiar [material antropológico] con otros museos para obtener cráneos y restos de otras antiguas razas”
 
          El siguiente punto en el orden del día lo constituyó la visita a la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción -a la que aluden erróneamente como catedral-, para contemplar “las dos banderas inglesas que el almirante Sir Horatio Nelson perdió aquí el 24 de julio de 1797. Ambas son “Union Jacks” sin la cruz de San Andrés y son mucho más grandes que las banderas comunes que se usan hoy en día. Las mantienen enrolladas sobre sus astas en dos largas cajas de madera acristaladas dispuestas una a cada lado del altar en una capilla en el lado norte de la nave. Hoy fueron bajadas y colocadas en una gran mesa en la sacristía, y las desenrollaron para que pudiéramos manejarlas y examinarlas convenientemente”. En este punto no nos resistimos a incluir un apunte complementario, extraído de un artículo titulado “Glorias Canarias”, escrito por Leandro Serra Fernández de Moratín para el periódico La Ilustración de Canarias, de 31 de julio de 1882, en que recordaba aquella particular visita a las banderas en la capilla de Santiago. Nos decía este autor: “Con frecuencia son visitadas [las banderas] por los extranjeros que llegan a esta Capital: últimamente lo han sido por los hijos del Príncipe de Gales, que como guardiamarinas venían en la Bacchante. El mayor de ellos contempló atentamente los prisioneros estandartes, y con voz conmovida dijo: “Por ellos daría mi papá un tesoro”. A lo que respondió uno de los presentes: “¿Vuestra alteza ignora que son la gloria de nuestros abuelos?”. Los príncipes continuaron su visita al templo y accedieron a lo alto de la torre, desde donde disfrutaron de una magnífica panorámica del lugar, llamándoles la atención las enormes laderas plantadas de nopales para la producción de cochinilla.
 
Visitando las banderas británicas en la Concepción Personalizado
 
Visitando las banderas británicas en la Concepción
 
         
          En la jornada del 4 de diciembre, tras descansar a bordo, la comitiva pasó desde Santa Cruz de Tenerife a la vecina ciudad de La Laguna, donde fueron agasajados en la residencia del comerciante británico Benjamin Renshaw de Orea. El ascenso a la antigua capital les pareció “muy empinado y caluroso”, con un camino polvoriento en el que “muchos de nosotros estuvimos muy felices de acortar sus múltiples curvas haciendo el recorrido a pie”. Continuaron el trayecto y a las 3 de la tarde ya se encontraban en La Orotava, valle que que les sorprendió por su vegetación y su “rico suelo volcánico”. Tras las visitas obligadas al Jardín Botánico, al emplazamiento donde estuvo el Drago de La Orotava -del que comentaban “del cual ahora solo hay un gran montón de fragmentos” y una de cuyas ramas, según testimonio de los viajeros, podía contemplarse en los jardines botánicos de Kew, en Londres- y al famoso Castaño de las Siete Pernadas, se prepararon para el proyecto del día siguiente, que no era otro que el ascenso al Pico.  
 
Vista del Teide desde La Orotava Personalizado
 
Vista del Teide desde La Orotava
 
         
          El trayecto hacia Las Cañadas, iniciado a las 3 de la madrugada del 5 de diciembre, centró la atención de las descripciones, que no cesaban de admirar el paisaje contemplado. A modo de curiosidad apuntaron que “los guías que corren al lado de los ponis parecen conocer el camino aunque todavía esté oscuro”, evidenciando una vez más la experiencia e importancia de esos individuos casi anónimos en este trasiego de viajeros al Teide a lo largo de los siglos. Los príncipes dejaron constancia del frío que se notaba en la cumbre, pero su esfuerzo les valió la pena, tal y como atestiguan sus propias palabras: “Desde este punto obtenemos una de las mejores vistas que hemos contemplado. Estos son los jardines de las Hespérides, como los llamó la colonia cartaginesa de Cádiz; se extiende en un anfiteatro que mira hacia el oeste, delimitado en el extremo sur por Icod y en el norte por La Matanza; entre los cuales hay una gran ladera de eterna fertilidad y belleza, parecida a las laderas del Etna, solo que aquí, además del maíz y del verdor de los ricos cultivos, tenemos las palmeras, los plátanos y otro follaje semi-tropical. Allá está el pico más alto en el que descansaban los ojos griegos: la columna atlante de los cielos. Aquí llegaron los errantes Perseo y Heracles en busca de la fruta dorada custodiada por el dragón, cuyos restos vimos en el árbol del dragón que admiramos ayer en La Orotava”.
 
          El regreso a Santa Cruz de Tenerife se efectuó a lo largo de esa misma maratoniana jornada, recalando en La Orotava y La Laguna en ese trayecto de retorno a la Bacchante. Un memorable baile, efectuado en homenaje a la oficialidad de la corbeta británica, fue el contrapunto perfecto a ese ajetreado día.  Finalmente, a las 3 de la tarde del 6 de diciembre de 1879 zarparon rumbo a las Bermudas, dejando atrás ese recuerdo de una visita principesca que iba a quedar grabada en la retina y la memoria de la isla de Tenerife. 
 
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