Cuartel de San Carlos. Punto y final

 

Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en El Día el 8 de diciembre de 2020).

 

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          Hace poco tiempo, el pasado día 18 de noviembre, publiqué en este mismo periódico un artículo titulado Los escondidos aljibes. En su último párrafo me quejaba de que el Cuartel de San Carlos, después de 42 años, siguiera esperando ser puesto en servicio. Pues bien, justo al día siguiente un alto cargo de la Administración me hacía saber, a través de un amigo común, que tenía su despacho en ese edificio del antiguo cuartel de San Carlos y que, por supuesto, ya estaba en servicio. En febrero de 2015, cuando, ingenuo de mí, pensaba que las obras estaban a punto de terminar publiqué un artículo con el título: San Carlos, ahora sí. Y decía, para concluir: "Creo que el acto de final de obra y entrega del edificio no debe quedarse en un frío acto administrativo. Es algo de mucha trascendencia para Santa Cruz que hay que celebrar como se merece." No ha sido así. El Gobierno de Canarias ha preferido hacerlo de tapadillo, quizá para no tener que dar explicaciones.

          Hace exactamente 42 años, el más que centenario cuartel, el cuartel de El Cabo, dejaba de ser la casa en Tenerife del arma de Infantería, que, precisamente, celebraba ese día, como hoy, la festividad de su patrona, la Inmaculada Concepción. A las 11 de una espléndida mañana, tuvo lugar en la plaza de España una multitudinaria ceremonia cívico-militar, con compañía de honores, bandera, banda y música del Regimiento de Infantería Tenerife nº 49, autoridades civiles y militares y una gran cantidad de santacruceros. Presidían la ceremonia el capitán general de Canarias, el teniente general Mateo Prada Canillas -que aquel día pasaba a la reserva-, y el alcalde de Santa Cruz, Álvaro Acuña Dorta. Después de cumplidas la primera y segunda parte del programa: la entrega de la Medalla de Oro de la ciudad al Ejército y el nombramiento de Hijo Adoptivo de Santa Cruz al general Prada Canillas, se pasó al acto de traspasar la propiedad del entrañable cuartel de San Carlos al Ayuntamiento. El capitán general entregó al alcalde una gran llave de hierro, que pasaba por ser la del portalón de entrada del acuartelamiento.

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Aspecto del Cuartel de San Carlos durante más de 20 años

         

           En ese momento, en que el alcalde recibía esa representativa llave, empezaba para el viejo cuartel un malhadado devenir. En principio, estaba condenado a desaparecer, porque el Ayuntamiento pretendía que la avenida de Bravo Murillo desembocara directamente en la de 3 de Mayo, pero el Colegio de Arquitectos, algo que hoy pocos recuerdan -y menos agradecen-, salió en su defensa, promoviendo una campaña bajo el lema: Salvar San Carlos. Al Ayuntamiento no le quedó otra opción que rectificar. Por eso, hoy Bravo Murillo, después de describir una gran curva, acaba en la avenida de José Manuel Guimerá. Aun así, solo quedó en pie el edificio principal, el de mando, de estilo neoclásico, el estilo que los ingenieros militares implantaron durante los siglos XVIII y XIX.

          El Ayuntamiento se encontró con que el viejo caserón resultaba un estorbo y nadie sabía qué hacer con él. Empezaron a pasar los años y el edificio se fue arruinando, cayéndose, materialmente, a pedazos, mostrando sus miserias a todos los que entraban en Santa Cruz por una de sus principales vías de acceso. Después de 23 años de ser responsable del abandono y de la ruina del cuartel, el Ayuntamiento encontró a quien pasarle la papa caliente: hizo un trueque perfecto y lo entregó al Gobierno de Canarias a cambio del edificio Fides.

          Al fin, dos años después, en abril de 2003, un gran cartelón cercano al cuartel anunciaba la buena nueva: las obras comenzarán en mayo, tendrían un plazo de ejecución de 18 meses y su presupuesto ascendía a 2.732.029,28 euros. Tal como rezaba el cartel, se iniciaron los trabajos en la fecha prevista, el ritmo de obra era bueno y, lo que es más importante, la calidad de la ejecución se podría calificar de excelente.

          En esas estábamos cuando llegó el tranvía. Y llegó anunciando a bombo y platillo que no habría ruidos molestos y que las vibraciones que pudiera transmitir no perjudicarían, en absoluto, a los edificios por delante de los cuales iba a circular. Pero los proyectistas de la rehabilitación del cuartel no debieron creérselo, porque en cuanto se supo que pasaría cerca de su fachada principal decidieron que era necesario conocer sobre qué tipo de terreno se asentaba el inmueble. Se realizaron sondeos y se encontró que el edificio descansaba sobre un manto de callaos y arena de hasta 15 metros de profundidad. Consideraron los arquitectos que ésta era una base inestable, con lo que metros y metros cúbicos de hormigón se fueron a consolidar el subsuelo y, con ellos, todo el dinero previsto y así las obras fueron languideciendo, y en 2006 se paralizaron totalmente, hasta tanto no se lograra disponer del crédito suficiente.

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          Pasaron los años y el viejo cuartel seguía abandonado, por lo que en enero de 2009 escribí un artículo cuyo título lo dice todo: Vale más morir con honra que vivir con vilipendio. Siguieron la incuria y la desidia y volví a la carga, de nuevo, con otro artículo, coincidiendo también con el día de la Inmaculada. Su título no podía ser otro: Han pasado 35 años. Y allí decía: “El cuartel de San Carlos se comenzó a construir en 1850, el ritmo de la obra fue desesperadamente lento, tanto que se llegó a temer que no se acabaría nunca, pero, al fin, se logró terminar en 1875. Se tardaron 25 años en ejecutar las obras, ahora llevamos 35 en rehabilitar solo una parte. Vamos mejorando”.

          En febrero de 2015 escribí el artículo al que antes me he referido, San Carlos, ahora sí. Un artículo lleno de optimismo y así lo reflejaba: “Al fin, al Gobierno de Canarias se le encendió la bombilla y cayó en la cuenta de que mantener el edificio de San Carlos sin uso, después del gasto efectuado, era antieconómico. Llevan años para llegar a esa tan elemental conclusión, pero bienvenida sea. Y ahora sí, ahora sí se va a terminar la tan esperada rehabilitación. He tenido ocasión de visitar las obras y he salido encantado, fundamentalmente, porque he visto una gran ilusión en los trabajos y una disposición, no menos grande, para que la terminación del edificio sea digna de la importancia que para la ciudad tiene el entrañable cuartel”.

          Poco me duró la alegría. Solo siete meses después escribía un nuevo artículo titulado: San Carlos, ahora tampoco. En el que comentaba: “Un nuevo inconveniente aparece en escena. La contrata ha solicitado procedimiento concursal y abandona la obra”. Y añadía: “Quiero ser optimista y creo que esa celebración que propongo (me refería al final de obra y acto de entrega) se podrá celebrar no más allá del mes de abril del próximo año. O sea, abril de 2016”.

          Pronto, a la vista de cómo se desarrollaban los acontecimientos, se desvaneció el optimismo. Pasó de largo esa fecha de abril del 2016 y el 18 de octubre de ese mismo año insistía con un artículo titulado: San Carlos y el mal fario. Parecía que sí, pero no me fiaba.

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El Cuartel de San Carlos, en 1978

         

          “El cuartel de San Carlos ya tiene en su fachada su nuevo escudo porque el original desapareció. Una gran noticia. Eso quiere decir que la obra marcha. La fecha de terminación prevista es el día 30 del próximo noviembre. Deberíamos alegrarnos, pero no me fío, porque creo que al viejo cuartel le persigue un mal fario”.

          Y, efectivamente, el 18 de marzo de 2018 me veía obligado a publicar otro artículo: San Carlos, ahora ¿por qué?. Tenía razón al no fiarme y decía:

          “Me molesta reconocerlo, pero he resultado ser un buen profeta. Apareció el mal fario. De 30 de noviembre del 2016 nada. Sé, de buena tinta, que en el mes de mayo siguiente la obra estaba ya terminada y después del papeleo correspondiente se estimaba que para el mes de julio se haría la entrega oficial. No fue así y el cuartel de San Carlos lleva nueve meses en uno de sus habituales períodos de letargo, con los trabajos concluidos y todo dispuesto. Ahora, ¿por qué?”.

          Así llegamos al día de hoy, casi tres años después. Parece que el viejo caserón ya está rehabilitado y cumple una función. ¡Albricias! He titulado este artículo Cuartel de San Carlos. Punto y final, porque será el último que escriba sobre este tema. He escrito mucho sobre el cuartel de San Carlos porque, aparte de los que he reseñado en este artículo, tengo muchos más sobre su historia. El primero que escribí en mi vida se publicó hace hoy 42 años, el mismo día de su entrega, y se titulaba: Pequeña historia del cuartel de San Carlos. Tengo una especial relación con el viejo cuartel. Fue mi primer destino a mi salida de la Academia y, también, donde un ingeniero militar en 1851, Luis Muñoz y Fernández Vázquez, depositó una arqueta sobre el dintel de una puerta a la espera de que 127 años después otro ingeniero militar, el que estas líneas escribe, la descubriera.

          Valga este artículo sobre el cuartel de San Carlos, el cuartel de Infantería, como felicitación y homenaje en el día de su Patrona a todos los infantes, los que son y los que lo han sido, porque para todos ellos hoy es un día grande y todos quieren ser como reza el último verso del himno de su Arma: Dignos de su honor y de su gloria.

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