Una vueltita por Eurodisney
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 23 de agosto de 1992).
Hay quien opina que ni el más avezado patinador podría recorrer en un día -que fue nuestro periodo de tiempo- este jolgorio que constituye Eurodisney, el parque de atracciones que estuvo a punto de ser emplazado en España. Una buena fuente de ingresos se nos ha ido de las manos, aunque algunos aseguran que no todo es oro lo que reluce… Este parque, inaugurado el pasado 12 de abril, que está a treinta y dos kilómetros de París, lo han visitado, en los primeros ochenta días, y según las más fiables estadísticas, un total de tres millones seiscientas mil personas, lo que supone una entrada diaria de cuarenta mil personas, es decir, como dos “Heliodoros Rodríguez López”. Esta multitud ha dejado casi quinientos millones de dólares, resultado que supera, dicen, los niveles de asistencia constatados en los demás parques temáticos Disney (San Francisco, inaugurado en 1955; Florida, en 1971, y Tokio, en 1983) para idénticos periodos de puesta en marcha.
La limpieza y la ilusión
Este inmenso recinto merece ser visitado, primordialmente, por dos motivos: primero, para comprobar su inmaculada limpieza y, segundo; para darnos cuenta que aún se puede crear ilusión no sólo en los pequeños, sino también, y por qué no decirlo, en los mayores. Aquellos vivarachos empleados vestidos de blanco, provistos de escobilla negra y una pala color perla parecen la sombra de todos los asistentes. No se ve una colilla -¡y cuidado que fuman los franceses, por ejemplo!-; no se ve un confeti de papel, un palillo. Aquel esmeradísimo servicio mantiene el parque, insistimos, más limpio que un alfiler, que una patena. Lo habíamos leído y ahora, en Eurodisney, lo hemos comprobado: ninguno de los empleados tiene el pelo teñido. Ni mechas. Ni barba. Nadie lleva más de una sortija fina en cada mano ni pendientes de más de dos centímetros de diámetro. Todos tienen zapatos negros. Y no comen, ni fuman en presencia de los visitantes. Y no se les ve discutir o utilizar vocabulario descortés.
Mickey, Pluto y el Pato Donald
Aquí, como en ningún otro sitio, la ilusión tiene una palpable realidad en el gremio infantil. Nuestro espíritu se compensa al comprobar el alborozo y la incontenible alegría que se apodera de los pequeños cuando el simpático ratoncillo Mickey, el sentimental Pluto o el eterno gruñón Donald, junto con otros protagonistas de los cuentos recreados en dibujos por el genial Walt Disney, se reúnen aquí en carne y hueso. En este mundo cruel y despiadado, estresante y taquicardioso, aún hay una esperanzadora rendija para que nuestros hijos o nuestros nietos se queden atónitos y embelesados no sólo con los amigos de la infancia ya descritos sino con aquellos otros personajes tomados de novelas o de cuentos famosos.
Nuestros hijos, nuestros nietos
Aquí, nuestros hijos, nuestros nietos, pueden besar a Minnie, la eterna y discreta novia de Mickey Mouse, el number one del desaparecido genio; pueden acariciar a Dingo, el perro que tiene el donde de hacer reír sin querer; en un momento determinado pueden verse rodeados de los Tres Cerditos, el flautista y el violinista, siempre en la nubes; el práctico, serio y reflexivo, que siguen desconfiando permanentemente del Lobo Feroz, que sueña con devorarlos. Su hijo, Lobito, al contrario, es muy bueno y amigo de los Tres Cerditos…
Una explosión de color, ingenuidad y sonido
Aquí, nuestros hijos, nuestros nietos, pueden hablar con la Pata Daisy, y con los sobrinos del Pato Donald, Juanito, Jorgito y Jaimito, indisciplinados, distraídos y pillos. Y en la cabalgata del mediodía, denominada Desfile de Fantasía, una explosión de color, ingenuidad y sonido, nuestros alevines seguirán extasiándose con Dumbo, el elefante de orejas gigantes al que le enseñó a volar Timoteo, un ratón. Y pueden que miren con cierto desdén al Tío Gilito, un pato tan enormemente rico como avaricioso. Y, seguro, brincarán y retozarán con Chip y Chop, las ardillas espabiladas, desvergonzadas, locas por las avellanas, muy proclives a las jugarretas.
Un espectáculo de cuento de hadas
Y al hacerse de noche, en el Desfile Iluminado, millones -sí, millones- de luces invaden el parque. Es un espectáculo de cuento de hadas, donde la fantasía vuelve a hacerse realidad, de La Bella Durmiente del Bosque hasta La Sirenita, sin olvidar a otros inolvidables amigos de la infancia: Blancanieves y los Siete Enanitos, Cenicienta, La Dama y el Vagabundo…
Y usted, amable lector, ya mayorcito, también puede dar cabida a la ilusión y al entretenimiento dándose una vueltecita por las cinco grandes zonas de este mastodóntico parque de atracciones, en el “País de las Aventuras” se tropezará con enormes masas rocosas, exuberante vegetación, caudalosas cascadas, piratas, abordajes, rugir de cañones y restos de un naufragio. Puede que, con suerte, encuentre algún tesoro escondido… Pero debe tener mucho cuidado con el barco fantasma, que lleva un esqueleto en el timón…
Volar junto a Peter Pan
En Main Street, U.S.A. podrá oír aquello de “¡pasajeros, al tren!”. Y ver tranvías tirados por potentes caballos y conducidos por cocheros con librea. Estamos a principios de siglo. Coches antiguos, lustroso, llevan a los niños y mayores de un sitio a otro, y las tiendecitas de arquitectura victoriana recuerda la época, así como los letreros, las tomas de agua, las farolas, las bocas de incendio y los buzones.
En el “Reino de la fantasía” está el maravilloso mundo de los cuentos de hadas europeos con los ecos de los Grimm, Perrault, Lewis Carroll… En los sótanos de las altas torres puntiagudas puede que dormite algún dragón. Podrá volar junto a Peter Pan y familiarizarse con Pinocho, Papi Gepeto, Pepito Grillo y el hada buena, sin la que Pinocho no hubiese podido recuperar su forma humana.
Voces de ultratumba y chillidos de murciélagos…
Desarmado y sin espuelas podrá entrar en el “País de frontera”, donde le aguardan cabalgadas salvajes, buscadores de oro, indios de plumas, vaqueros, casas y porches de madera, saloons y bailarinas de cancán. Le harán viajar en un barco de pala desde donde podrá ver, entre otras cosas, una mansión lúgubre rodeada de arboles esqueléticos y lápidas.
Si es amante del sobresalto puede acudir a su vestíbulo donde una voz de ultratumba le invitará a visitar el lugar. No creo que se atreva. Ni tampoco osará montarse en el “tren de la mina”, que le brindará curvas inclinadas, pendientes empinadas, subidas abruptas, ruidos y explosiones, caídas de rocas y agudos chillidos de murciélagos…
Leonardo da Vinci, Julio Verne, H. G. Wells
Por último, en el “País de los Descubrimientos”, surgen los grandes visionarios: Leonardo da Vinci, Julio Verne, H. G. Wells, Máquinas voladoras, robots, inventos que cambiaron la faz de la tierra, máquinas del tiempo, pantallas de trescientos sesenta grados que hacen perder el equilibrio; películas en tres dimensiones interpretada por el contorsionista Michel Jackson, el más moderno Blancanieves. Videoclips de las canciones de moda, nave espacial que lleva a los intrépidos hacia paisajes fantásticos…
Ni el más avezado patinador podría recorrer en un día este jolgorio que constituye Eurodisney, con más de trescientos sesenta mil árboles, seis hoteles, con un total de cinco mil doscientas habitaciones, un enorme terreno de camping, un lago artificial, la mayor concentración de piscinas de Europa, un gran campo de golf y amplio centro de congresos, además de múltiples comercios.
No vaya cuando “el sol pique”
Antes de acudir, consulte el parte meteorológico. No vaya al recinto cuando el termómetro se acerque a los treinta grados. El calor le fatigará enseguida. Allí, cerca de París, el sol parece que “pica” de otra manera. Esa cantidad de arboles que hemos nombrado aún, por supuesto, están en embrión. Aún, no dan sombra suficiente. Allí, en Eurodisney, nos dicen: “queremos que vengan muchos españoles a nuestro parque”. Pero los folletos y guías están en inglés, alemán e italiano… tanto al entrar como al salir del parque la musiquilla ambiental, perfectamente seleccionada, pegadiza, infantil, circense y estimulante, nos hace caminar a todos con una peculiar cadencia. A pesar de tanta hamburguesa y, sobre todo, a pesar de tantas papas fritas, que en Francia, junto al pan blanco (baguette) siguen teniendo su sello especial; a pesar de tanto fumador y tanta consumición itinerante, insistimos, el suelo de Eurodisney es más limpio que un alfiler, que una patena. Y la ilusión que experimentan los niños es algo inolvidable. Y el entretenimiento de los padres, evidente.
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