Ecos de la Exposición Internacional de Caricaturas
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 3 de agosto de 1996).
Colgado, en nuestro hogar, un pequeño pergamino nos recuerda, a cada instante, que una sonrisa no cuesta nada y produce mucho; que enriquece a aquellos que la reciben sin empobrecer a aquellos que la bridan; que dura un instante, pero que su recuerdo es a veces eterno y que, en definitiva, nadie es lo bastante rico como para prescindir de ella ni nadie es lo suficientemente pobre para no merecerla…
Y, a ciencia cierta, no sabemos el porqué, este pergamino ha cobrado ahora un sentido muy especial para nosotros al contemplar las caricaturas del último certamen internacional organizado, con evidente acierto, por el Organismo Autónomo de Cultura de Santa Cruz de Tenerife, que ha gozado con el generoso mecenazgo de Cepsa y CajaCanarias, donde se exponen en la sede central de esa última entidad.
Que tres tinerfeños hayan realizado un definitivo “machuca y limpia” en esta modalidad de caricaturas personales es todo un síntoma. Allá lejos, el genial Paco Martínez estará esbozando una peculiar sonrisa de complacencia al saber que lo que él, con cierta ironía y enfado, definió como “el felpudo del arte”, ya hace tiempo que aquí, en Tenerife, se ha convertido en arte mayor, como viene pregonado, y con razón, Harry Beuster, al que recientemente, y con tino, Eliseo Izquierdo etiquetó como prolífico, exaltándole, de paso, su tenacidad, aparte de su geometrismo cubista de limpia caligrafía.
Y ahora, en la sala CajaCanarias santacrucera, este arte mayor lo hemos visto patentizado, por ejemplo, y de una forma muy acentuada, en el sensacional trabajo que nos ofrece Julio Padrón, donde se plasma la esencia más íntima del personaje, su alma, ofreciéndonos ese increíble Madre Teresa de Calcuta que, a nuestro juicio, rompe muchos moldes, donde el autor utilizó el gouache y esa personalísima “construcción facial”, gracias a elementos geométricos/alegóricos que se relacionan con el sujeto representado, donde el mendigo hambriento y el pan representan unos insólitos ojos; donde los pliegues de la manta protectora, es la boca y, las piernas del menesteroso, la nariz, todo ello envuelto con el simbólico pañuelo de tan modélico personaje, que nada tiene que ver, en su construcción, con aquel Juan Carlos I, de cabello apergaminado, corcón de gala y cinta amarilla y gualda con que Julio Padrón también obtuvo el pasado año el prestigioso trofeo Perenquén de Oro, diseñado por María Belén Morales.
Y claro que también es arte mayor, donde se defiende la caricatura como una alternativa válida para expresar no solo un rostro, sino también una idea o una reivindicación, el trabajo galardonado con el Perenquén de Plata, Óscar Domínguez, de Santiago Palenzuela, otro tinerfeño que viene a incorporarse a la ilustre relación de artistas isleños que un día capitaneó el mencionado Paco Martínez, que rompió con el tradicional concepto de la caricatura, erradicando el retrato grotesco de una persona; evitando la exageración de los rasgos físicos para convertir el sujeto en un engendro ridículo, de cabeza ciclópea y cuerpo liliputiense. Nos agradó, en efecto, las inequívocas facciones de aquel ínclito pintor lagunero, hermanado con el tormento, minado por la acromegalia, donde sus fosas nasales, como enormes cavernas, presiden unos labios blanqueados por una inseguro pitillo, con la referencia gala, muy tenue, casi imperceptible, de la Torre Eiffel, donde el autor se ha valido del óleo y de los lavados de aguarrás para gestar tan dramática faz.
Y el Perenquén de Bronce para el indesmayable Harry Beuster, que si en la pasada edición de este certamen internacional de caricaturas nos cautivó con aquella multicolor, redonda y expresiva Rigoberta Menchú, ahora nos embelesa, nos hace sonreír y reflexionar, con la pipa, los libros y ese prodigio de imaginación que ha vertido en la rebelde cabellera, ahora convertida en sabinas, del matusalénico herreño José Padrón Machín.
Que los tinerfeños mencionados, Padrón, Palenzuela, y Beuster, tanto monta, monta tanto, hayan conseguido los tres únicos premios en la modalidad de caricatura personal del aludido certamen cobra vital importancia, si recordamos el carácter internacional del concurso donde, por ejemplo, nos causó un gran impacto el Dalí del italiano Achile Superbi, que contrastaba con la versión presentada por Rubén Armiche que consideramos extremadamente barroca e intrincada, de difícil visión, no así su representación de Benito Pérez Galdós, de gran creatividad. Nos agradaron los simples trazos con que Eduardo Martín Ibáñez despachó la figura de Induráin, así como su Juan Pablo II, más terminado y laborioso. Nos pareció sombrío y escatológico el Charlot brindado por el francés G. Bahgory. Ernest Metz, de Bélgica, se aleja de la caricatura de vanguardia con este Bill Clinton, de cabeza grande y cuerpo diminuto, que se actualiza un poco con el “carnicero” Milosevic, con hacha y capucha de verdugo.
Y como epílogo a estas personales apreciaciones, una recomendación: que, en el futuro, se edite un folleto de esta exposición como, de forma generosa, se realizó en La Laguna con la de Harry Beuster, como motivo del V Centenario de Aguere. Sobre este particular, uno de los artistas premiados enfatizó: cuando termina una muestra en la que un pintor ha participado, para él es fundamental conservar el catálogo, porque es el único modo de demostrar que una obra suya formó parte de la serie.
Cuando un primer premio ha sido galardonado con seis mil euros; con mil ochocientos, el segundo, y con mil doscientos, el tercero, con sus respectivos perenquenes, bien valdría la pena que tan importante mecenazgo tuviera en consideración la edición del citado catálogo, como el que se confeccionó, y muy bien, por cierto, en la anterior edición de este certamen.
Y por favor, no hagan coincidir, como este año, dos presentaciones de exposiciones de caricaturas el mismo día y, casi, casi, a la misma hora, después de tantos meses de penuria.
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