Ataques británicos contra las Islas Canarias. Jennigs contra Tenerife (1706)

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima el 31 de mayo de 2020). 
 
 
 
          En 1700 Carlos II de España fallece sin descendencia y designa como heredero a su sobrino Felipe de Anjou, nieto del Borbón Luis XIV de Francia. Ante la posibilidad de que este reino y España se unieran bajo el mismo poder, alterando profundamente el sistema de equilibrio europeo, el Imperio Austríaco, Inglaterra, Holanda, Prusia, Hannover, Portugal y Saboya, optaron por el Archiduque Carlos de Austria como candidato al trono hispano y, en 1702, declararon la guerra a la España de Felipe V, inmediatamente respaldada por Francia.
 
          Lo que empezó como un simple pleito dinástico pasó a ser una contienda de ámbito europeo, que, asimismo, desembocaría en un enfrentamiento civil español entre partidarios de ambos pretendientes, que duró más de doce años.
 
          Para potencias marítimas como Gran Bretaña u Holanda, el conflicto constituyó una oportunidad de acceder a las riquezas del Imperio hispano.
 
          Esta guerra, llamada de Sucesión, apenas afectó a nuestro Archipiélago, dado que siempre se mantuvo fiel a Felipe V. Tal es así, que el ataque de Jennings a Santa Cruz, fue el único sufrido por el Archipiélago durante todo el conflicto.
 
          En 1706, Santa Cruz de Tenerife tenía 6.847 habitantes, sus calles más céntricas ya estaban trazadas y el poblado, todavía con un perímetro muy reducido, se agrupaba sobre todo en la margen izquierda del barranco llamado de Santos.
 
          Estaba fuertemente defendido por numerosos castillos, baterías, reductos y murallas, que corrían por todo su frente marítimo. Esta línea de fortificaciones se extendía desde el castillo de Paso Alto, al norte, hasta la batería de Barranco Hondo, al sur, teniendo como piedra angular el castillo de San Cristóbal, cuya plaza principal, hoy de la Candelaria, servía para pasar revista a la guarnición.
 
          La administración civil estaba en manos del corregidor de la vecina población de La Laguna, quien la ejercía a través de un representante delegado que, además, era también el encargado de administrar justicia en nombre del Rey. Por otra parte, el mando de las armas era confiado a un maestre de campo, que dirigía la artillería.
 
          El ataque de John Jennings contra Santa Cruz de Tenerife fue conocido desde siempre como el de las “banderas azules”, (pues éste era el color que utilizaban los buques británicos, que formaban parte del Escuadrón Azul de la Royal Navy) y dio lugar a una de las tres cabezas de león inglés que lucen en el escudo de esta ciudad.
 
          La aventura de Jennings comienza en abril de 1706, cuando fue enviado bajo las órdenes de Byng, para reforzar las acciones que John Leake estaba realizando en el Mediterráneo. Se le unieron el 11 de mayo y el primer servicio que hicieron fue el socorro de Barcelona.
 
          Después de esto, el 18 de mayo puso rumbo a Valencia, donde las tropas bajaron a tierra inmediatamente. Luego pasaron a Alicante, y una vez allí, recibieron la orden de rendir Cartagena (España), ya que los ingleses entendían que sería fácil, porque sus moradores estaban decantados en favor de Carlos III, candidato de los Austrias al trono hispano.
 
          Con la rendición de Cartagena, el 2 de junio, y la partida de la mayor parte de la flota, sir John Jennings quedó atrás, con un pequeño escuadrón de cuatro barcos de línea, para asegurar el control de la ciudad.
 
          El 4 de agosto se reunió con sir John Leake, que estaba entonces ocupado en el sitio de Alicante. El 8 del mismo mes comandó un ataque que lo llevó a hacerse dueño de la ciudad. Luego, la flota navegó por la bahía de Altea, en Valencia, adonde llegó el 2 de septiembre.
 
          Jennings salió de dicha bahía en dirección a Lisboa con una potente escuadra compuesta por el Devonshire su buque insignia, y el Cumberland, de 80 cañones; el Northumberland, el Essex, el Resolution y el Firme, de 70; el Monk, el Canterbury y el Mary de 64; las fragatas Garland y Roebuck de 42, y la Falcon, armada con 32. Todos ellos acompañados por la bombardera Hunter de 8 cañones.
 
          En su conjunto ofrecían una fuerza total de 4.100 hombres y 692 cañones que, como acabamos de decir, llevaba la orden de dirigirse a la capital portuguesa, para hacer escala allí. Todo ello, antes de partir rumbo a América para intentar rendir Cartagena de Indias, mediante la obtención de su declaración en favor del archiduque Carlos de Austria como candidato al trono español.
 
          En Lisboa repuso y avitualló a su escuadrón y, aunque se detuvo en esta ciudad por el mal tiempo, se pudo hacer a la mar el 26 de octubre.
 
          Quiso el azar de la historia que los vientos contrarios le impidieran encaminarse a Madeira y lo empujaran en dirección a Tenerife, de forma que el día 6 de noviembre ya se encontraba cerca de la bahía de Santa Cruz.
 
          A las seis de la mañana entraron en la rada con colores franceses y vieron cinco barcos sin aparejo que estaban atracados cerca de los cañones de la costa; uno de los cuales era sueco. Luego mudaron la enseña francesa por la propia.
 
          Acto seguido, las fragatas -Garland, Falcon y Roebuck-, dirigieron su proa hacia Santa Cruz, con la intención de cortar con sus botes los cables de las embarcaciones que estaban en el puerto. Entonces, desde el castillo principal se les hizo un tiro de admonición, a fin de que enviasen una lancha con un mensajero, como era usual en las arribadas que venían en son de paz. Sin embargo, los ingleses prepararon y armaron todos sus botes, que hacían unos 37 en total.
 
          El primero en disparar fue el bando local, sin lograr hacer un gran daño a las naves de Jennings, las cuales dieron respuesta. Sin embargo, desde tierra el fuego fue tan intenso y furioso desde todas las baterías y el castillo principal, que durante dos horas los ingleses no se pudieron acercar, viéndose muy maltratados y retirándose a los buques.
 
          Después de dos horas de cañoneo, Jennings acabó recogiendo sus lanchas y la contraalmirante, Devonshire, hizo una señal a todo el escuadrón para celebrar un consejo de guerra con todos los capitanes.
 
          A las tres de la tarde soltaron otra lancha, el St. Stewart, esta vez con bandera blanca de paz, que se acercó a tierra a entregar una carta de Jennings al corregidor. Esta misiva contaba una sarta de mentiras: que venían a Canarias como amigos, que estaban buscando una escuadra francesa enemiga, que si su bando había abierto fuego fue sin su consentimiento, que Carlos III había tenido grandes victorias contra Felipe V, el cual acabaría siendo expulsado de España, y que todos cuantos se sometieran de voluntad al soberano legítimo, serían continuados en sus empleos.
 
          Al final, el St. Stewart, volvió con una cívica respuesta del comandante de tierra, quién, con conciencia plena de que lo estaban tratando de engañar, no reconoció más rey que a Felipe V.
 
          Después de esto, el Roebuck y el Falcon fueron enviados a dar caza a dos tartanas que salieron de la bahía, y hundieron una de ellas. Finalmente, Jennings, encontró impracticable la operación y se vio obligado a desistir, pues el riesgo de perder algunas de sus naves era demasiado alto.
 
          De modo que pusieron rumbo a América en donde tocaron en varios puertos. En Cartagena de Indias, que era el verdadero objetivo de la expedición, trataron de hacer el mismo engaño, pero el gobernador les respondió que conocían perfectamente la situación de la guerra en España, por lo que él mismo y los suyos derramarían hasta la última gota de su sangre en servicio de Felipe V.
 
          De esta forma, Jennings, quizá por la mala experiencia de Tenerife, determinó dar por concluida su aventura y regresar a Spithead (Inglaterra), lugar al que arribaron el 3 de mayo de 1707.
 
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