Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (XXX)

 
Retazos de su libro Bye, bye. Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) publicado en 2006).
 
 
 
 JOAQUÍN MERINO
 
 
          Ahora no sabemos dónde se encuentra. Le hemos perdido la pista. Pero hace como unos cuarenta años le seguíamos, con cierta asiduidad e interés, a través de Radio Nacional de España. Era un auténtico enamorado de Inglaterra. A través de las ondas, nos hablaba con mucho cariño y convicción de la Rubia Albion, cuyo nombre completo es Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Era un comunicador muy especial. Ahora tuvimos un reencuentro con él en la psicodélica y modernísima biblioteca que recientemente ha estrenado la Universidad de Hertfordshire, ubicada en la localidad de Hatfield. Y le “descubrimos” a través de uno de sus “best seller”, Londres para turistas pobres, que empezó a editarse en 1959. En estas páginas está su frescura informativa, dicho sea en el buen sentido. Su libro sigue siendo divertido, verídico, donde expresa el estado de ánimo de un carpetovetónico que llega a Londres y encuentra un mundo.
 
          Observador agudo, humorista por naturaleza, barroco por educación, comenzó a escribir a modo del que va tallando las facetas de un diamante. 
 
        ¡Cuántas vivencias nos ha hecho recordar Joaquín Merino, en las páginas de su Londres para turistas pobres. Él, desde hace muchos años, venía integrando aquella confusa mezcolanza de mochilas, mantas y cantimplora, que se dirigían a Inglaterra, cruzando el Paso de Calais, para extraer la evasiva patata de sus húmedos campos y, de paso, “perfeccionar” su inglés… Aquellos jóvenes empezaban a familiarizarse con aquellos cielos llorosos, que dejaban caer una lluvia finita y helada…Entonces, el “toilette” se llamaba “lavatory”. Y aquellos grupos de españolitos eran desnudados de medio cuerpo para arriba, para someterse a un reconocimiento médico que, tras mil gestiones y preocupaciones, lograban el infinito honor de trabajar en los menesteres más desagradables al servicio de los ingleses…
 
          ¡Qué diferencia, admirado Merino, con estos otros grupos de alumnos tinerfeños que ahora, para perfeccionar el inglés, en cursos intensivos de cinco semanas, gozan de vuelo regular directo Tenerife-Luton-Tenerife; tienen garantizados todos sus traslados en Inglaterra; pensión completa en familias seleccionadas, que suelen vivir en casas con huerto, jardín y rodeadas de césped, mucho césped, sobre todo en este año, donde el verano de 2003 resultó lluvioso! Y también, estos alumnos, querido Joaquín, tienen clases de inglés diarias con profesores nativos titulados y licenciados en Filología Inglesa y, para redondear sus respectivas estancias, en sus programas de actividades se incluyen facetas deportivas, sociales y culturales. Y ante de sus respectivas visitas al Reino Unido, incluso se le indica a los alumnos, para evitar posibles problemas de alergias, que sus anfitriones, que su familia tiene como “pets” (animales domésticos), pues gatos, perros, conejos, “hamsters” e, incluso peces. Y es que de esta generación de las “tres íes” ya hablaremos en otro capítulo.
 
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LAS LLAMAS DE WINDSOR
 
 
          ¿Dónde fue el incendio? Es la interrogante que últimamente viene asaetando los oídos del personal que tutela y vigila todas las dependencias del vetusto castillo de Windsor. Es la pregunta que, de una u otra manera, formulan los miles de turistas que, diariamente, van como de romería a esta feria flanqueada por torres, almenas y torreones.
 
          Ahora, en bellísimos opúsculos, donde el papel cuché y las fotos son de una gran calidad, se nos narra que el drama del día en que el fuego asoló el “hogar de la Reina” vivirá en la memoria de los que observaron el desarrollo de los acontecimientos en sus pantallas de televisión y vieron la torre de Brunswick en llamas y la solemne figura de la soberana inspeccionando el daño después de extinguido el fuego.
 
          El incendio que se propagó por el ala noroeste del castillo de Windsor en la mañana del 20 de noviembre de 1992 dejó a su paso una huella de destrucción. Y todo por una cortina, que empezó a arder en la Capilla de la Reina…
 
          ¿Dónde fue el incendio? Y el guardián, tan uniformado como ceremonioso, evita señalar con el dedo y lo hace con su mirada. Es suficiente. Nos proporciona la dirección. Con eso el visitante parece quedar tranquilo. Y ahora compensa la tragedia, aunque sea a ritmo de maratón, extasiándose, por ejemplo, ante aquellas chimeneas de mármol; bustos, tapices, retratos y cuadros, que cambian frecuentemente de lugar, como para despistar un poco al visitante asiduo que, formando una comitiva y oyendo el martilleo del “sigan, por favor, no se detengan”, observa resignado desde su particular ventanilla de un loco carrusel, las famosas colecciones de armas y de instrumentos musicales; los recuerdos de las guerras napoleónicas; la tapicería francesa, aquella Cámara de Waterloo -¡qué bóveda!-. Lo que ya jamás verán nuestros ojos será aquel hermosísimo Salón de Recepción del que sólo se salvó, milagrosamente, un enorme vaso de malaquita… Ni veremos aquel peculiar tejado de madera del Salón de San Jorge. Ni el retrato ecuestre de “Jorge III pasando revista”, de William Reechey. Pero las llamas fueron muchísimo más benevolentes con los Rubens, Rembrant, Van Dyck y Durero.
 
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