Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (XXIX)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Retazos de su libro Bye, bye. Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) publicado en 2006).
 
 
 
CON CATS, LONDRES SEGUÍA SIENDO LA CATEDRAL MUNDIAL DE LOS MUSICALES
 
 
          Recordemos la exclamación y la reflexión de aquel poeta francés: "¡Londres, Londres, maravilla. Enorme flor que se abre de noche!". Y en esa flor había pétalos muy importantes: los teatros.
 
          Como apuntaba Lynne Truss, columnista especializada en el periódico The Guardian, a comienzos de  1980, el teatro en Londres atravesaba una situación más que preocupante. Los medios de comunicación empezaron a utilizar el término "apagado" en el sentido teatral más exacto. La pregunta era general: ¿ Por qué tantos de nuestros teatros están "apagados"? Los espectáculos duraban poco en cartel y el rumor llegó a alcanzar incluso a la imparable La Ratonera (The Mousetrap), de Agatha Christie, estrenada en 1952 y, de momento, récord mundial de permanencia en cartel, hasta nuestros días, en el St. Martin’s, de la capital británica.
 
          Seguía recordándonos la famosa columnista londinense que en 1985 la situación mejoró y la Sociedad de Empresarios Teatrales del West End registró el mejor año de su historia y, al siguiente, los resultados fueron igualmente magníficos, pese a la ausencia de turistas americanos, supuestamente la mejor clientela de los teatros de la ciudad, debido a las amenazas libias y al desastre de Chernobil.
 
          Algunos aseguraban que la citada recuperación había tenido un precio muy alto: hacer de Londres la capital mundial de los musicales. En lugar de arriesgarse apostando por lo nuevo y ofreciendo oportunidades a los autores jóvenes, los empresarios únicamente invertían en musicales espectaculares con lleno asegurado meses antes de su estreno. Valía como ejemplo, Jesucristo Superstar, que sólo en Londres había hecho taquillas millonarias y se había representado en treinta y siete países. De esta forma tal y como decían los puristas, mientras que el teatro iba viento en popa, económicamente hablando, con respecto a la calidad, el nivel medio de las producciones dejaba mucho que desear.
 
          Si en 1993 Jesucristo Superstar había desaparecido de las carteleras londinenses, aún permanecía Cats, que seguía contribuyendo a que aquella capital siguiera siendo la catedral de los musicales. Cats se estrenó en el New London Theatre, en la primavera de 1981. Y como el Johnny Walker, seguía tan campante... Y aún teníamos que sacar con bastantes días de antelación la entrada si queríamos acudir a la cita musical. Cats se había estrenado prácticamente en los más importantes teatros del mundo, desde los de Estados Unidos hasta París, pasando por Moscú, Tokio, Melbourne, Oslo, España, Berlín, etcétera. Con cierto énfasis decían los británicos que el tema cumbre de Cats, su canción "Memory", se había oído tantas veces en todos los confines de la Tierra que si estas interpretaciones se pudiesen empalmar una tras otra, tardaríamos cinco años en escucharlas... De ella, de "Memory", se han hecho más de cien versiones.
 
          En Cats gravitaba el genio musical de Andrew Lloyd Webber, el autor del citado Jesucristo Superstar y, también, de El Fantasma de la Ópera, que seguía acumulando éxitos en el "Her Majesty's" londinense.
 
          Andrew Lloyd Webber se decidió a llevar a la escena Cats porque cuando era casi un niño había leído un libro que le había fascinado, Old Possum's Book of Practical Cats, del poeta norteamericano Thomas Stearns Eliot, premio Nobél de Literatura en 1948. Ese libro contenía versos que, según Lloyd Webber, "poseían una extraordinaria musicalidad, así como unos ritmos muy personales".
 
          Allí, en el New London Theatre, el escenario -donde estaba estampado un amplio “collage” - se confundía con el patio de butacas. Y cuando se apagaban todas las luces y el público enmudecía, surgían, aquí y allá, de casi todos los rincones del ventilado recinto, que no era muy grande, centenares de ojitos de gatos que, a veces, parecían transportarnos a algunas privilegiadas autopistas británicas, donde precisamente aquellos "cat-eyes" nos orientaban, nunca deslumbraban, en noches sin luna. Y cuando poco a poco venía la claridad, iban saliendo de aquella especie de lazareto -"adornado" de ruedas, llantas, cloacas y paraguas- lomos, rabos y garras; gatas y gatos. Felinos de todo tipo: aristócratas, elegantes, bravucones, presumidos, orgullosos, errantes, vagabundos, mendigos, de mal vivir... Y cuando hablaban, cantaban y bailaban pues, entre bromas y veras, satirizaban a sus dueños y a la sociedad británica con la que algunos de ellos vivía. Reflejaban a una Inglaterra por entonces perdida, "que nunca iba a poder ser la misma"...
 
          Excelentes maquillajes, vestuarios con mucha imaginación, increíble fidelidad en un sonido que, la mayoría de las veces, uno intuía la col del "play-back". En el epílogo de la primera parte se cantaba por primera vez "Memory", una pieza sentimental y sugerente, bella y delicada, que siempre ha quedado dulcemente grabada en los tímpanos más exigentes.
 
           Antes, nuestros vecinos, los felinos, habían estado dialogando y cantando ante todos nosotros, en todos los niveles del coqueto recinto, desde las butacas hasta el mismísimo "gallinero". Después, en el intermedio, paradójicamente, seguía la función, donde los pausados mamíferos miraban a los espectadores con un semblante muy especial y donde sus gateos y movimientos causaban una unánime hilaridad. Algunos, los más relevantes del cartel, atendían a la demanda juvenil del autógrafo. Al final, tras toda una exhibición de alta coreografía y luminotecnia en aquel escenario con aspecto de circo, los ¡bravos! eran obligados. Y de aquella treintena de gatos/as con un movimiento de baile distinto, aparecía, uno a uno, sobre el amplio “collage”, para recoger el elogio verbal y la trepidante acción del aplauso.
 
          A la salida, y en todos los rostros, una sonrisa. Y en los oídos, una canción inolvidable: "Memory".
 
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EL LUGAR MÁS ENTRETENIDO DE LONDRES
 
 
          "Es el lugar más entretenido de Londres".
 
          Esta frase la dijo, hace ya muchos años, el Duque de Wellington. Se refería al Museo de Cera de Madame Tussaud's. En el verano de 2002, y después de más de dos siglos, seguía siendo un lugar de esparcimiento y diversión. Pero, estimamos, que dentro de muy poco, podría convertirse, en su conjunto, en una prolongación de su macabra "Cámara de los Horrores", donde, con esa niebla que ya ha desaparecido de Londres, aún campean los más refinados asesinos de antaño, desde Christie, que aún sigue empapelando el rincón donde tenía escondidas a sus víctimas, hasta el celebérrimo Jack el Destripador, todo esto adornado con la hoja de guillotina con que se cortó la cabeza de María Antonieta...
 
          En efecto, puede que en el futuro la gente no esboce tantas sonrisas como las que prodiga ahora. ¿La causa? Pues muy sencilla. Se nos ha explicado -y ya hemos visto pruebas en este mismo museo- que las técnicas de modelado básicas pueden haber cambiado poco a través de los años, pero las aportadas por Madame Tussaud’s han introducido muchas innovaciones en este tiempo. La última novedad de desarrollo es la creación de las figuras "audio-animatrónicas". Tales figuras son hechas de “lastex” más bien que de cera; se mueven y hablan, gracias a la tecnología sofisticada de ordenadores y robots.
 
          "Sleeping Beauty" (La Bella Durmiente), la figura más antigua en exhibición, es un temprano ejemplo de "animatrónicos". Modelada por el doctor Curtius - mentor de Madame Tussaud y pionero del Museo de Cera- está diseñada para dar la ilusión de que respira. En realidad esta bella durmiente es un retrato de Madame Du Barry, amante de Luis XV de Francia, y su figura fue modelada en 1765.
 
          ¿De verdad que esto, en un futuro muy próximo, le podría quitar la sonrisa a la gente? Puede que sea un pronóstico muy aventurado si nos paramos a pensar, por ejemplo, que se ha calculado que un muchacho norteamericano, cuando cumple los dieciocho años, ya ha visto por término medio unos doscientos mil actos violentos por televisión, y si acudiese a este futuro museo y viese cómo la infame familia Manson, le amenazase, desde su celda, puede que, a lo mejor, se explotaría de la risa...
 
          Hagamos un pequeño paréntesis.
 
          (También de “animatrónicos” se ha visto invadido el Museo de Londres, donde el rugido de los dinosaurios se ha adueñado de sus principales galerías. Ahora se ha recreado la vida, ante el alborozo de niños y mayores, de estos gigantescos animales prehistóricos que poblaron la tierra hace millones de años. Entre la amenazante presencia de más de cien esqueletos de dinosaurios, una galería de setenta metros convierte los míticos monstruos en seres vivos, que respiran, braman y mueren, que el director Steven Spielberg, en la pantalla, los ha encumbrado y popularizado a nivel mundial con aquella película que batió récords en taquilla y donde este genio de la cinematografía, con la colaboración de extraordinarios técnicos, no sólo hizo vivir, sino pensar, a aquellos seres antediluvianos que, cuando morían, hasta daban cierta compasión...).
 
          Tras este paréntesis, que resultaba obligado, retomamos el tema central del Museo de Cera de Madame Tussaud’s para añadir que seguía siendo una especie de mina de oro. Y, además, inagotable. Ya sea en invierno, verano, primavera u otoño, siguen las colas, que se acentúan, y de qué manera, en la época del estío, cuando el gremio juvenil disfruta de vacaciones y empuja a sus padres y familiares al popular recinto.
 
          A la entrada, los animadores y payasos, rendían una pleitesía muy especial a los petrodólares que llegaban en sus “limusinas” de anaconda y dejaban, en el cuenco de las manos de dichos animadores, una generosa propina. Entonces, con quien había que posar, en "foto-finish", era con aquel paquete de excepcionales músculos que respondía por Arnold Schwarzenegger. Aquel reclamo producía un embotellamiento que el público olvidaba cuando estaba cerca, y se inmortalizaba, tras el “flash”, con el triple Mr. Universo.
 
          Escaseaba la luz y se derrochaba penumbra en aquel recinto donde uno se daba cuenta que el mundo andaría de otra manera si existiese aquella convivencia pacífica que allí se respiraba y patentizaba entre políticos, magnates, artistas, monarcas y otros afines, aunque, de vez en cuando, alguien, amparándose y agazapándose en las sombras, abofeteara, sin piedad, al mismísimo Hasam Hussein...
 
          Podría haber otras, pero nosotros sólo pudimos ver dos figuras españolas y un triste recuerdo, también hispano. Allí, erguido, aunque prematuramente avejentado, estaba el Rey Don Juan Carlos; y un poco más allá, en el mundo de las artes, se encontraba, casi mirando a Luciano Pavarotti, Pablo Picasso, que en su tiempo rehusó posar, ya que encontró que era innecesario luego de haber visto la figura de Rembrandt, hecha sin modelo. En Madame Tussaud's se esmeraron con el excepcional pintor malagueño: estaba increíblemente logrado. Daba, incluso, ganas de charlar con él y felicitarle por el clamoroso éxito que seguía teniendo su Guernica, que no comprendemos pero sí admiramos la adoración que profesa en los eruditos en la materia. El recuerdo español era el garrote vil, presente, claro está, en la ya citada Cámara de los Horrores, que se llamaba al principio "La Habitación Separada".
 
          Aparte de los esbozos "animatrónicos" ya descritos, había otra novedad en el museo: El Espíritu de Londres. Era un viaje espectacular, tenebroso, a través de su historia, donde éramos transportados en vehículos que se asemejaban a los famosos taxis negros de la capital británica. Los coches pasaban frente a la figura de William Shakespeare, sentado en su escritorio; luego, el terror de la plaga, que asoló Londres, con víctimas desparramadas en los carros fúnebres y cuerpos pálidos y sin vida. Y, a continuación, el Gran Incendio, que nos hacía pasar por rescoldos y altas temperaturas y que, en su apogeo, destruyó ochenta y siete iglesias y alrededor de trece mil casas. Menos mal que luego se nos ofrecía la cúpula de la catedral de San Pablo, donde Sir Christopher Wren dirigía su reconstrucción; las celebraciones que tuvieron lugar al terminarse la Columna de Nelson, en 1860 ("Cuanto más alta esté la figura, más alta estará mi Nivaria..."); La Revolución Industrial de Gran Bretaña; la figura transparente y minifaldera de Twiggy; aquel "punk" incordiando al coche del alcalde...
 
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