Ataques británicos contra las Islas Canarias. Charles Windham contra La Gomera (1743)

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima el 10 de mayo de 2020).
 
 
 
          En 1743 La Gomera era una isla frondosa, abundante en agua y tan quebrada y abrupta que, para ir de un pueblo a otro, hacía falta pasar primero por sus cumbres. En sus montes se criaban gran cantidad de ciervos, conejos, liebres, palomas torcaces, perdices y ganado doméstico de todo tipo. Además, era muy rica en plantaciones de viña, de la que se sacaban aguardientes que se exportaban a América, y producía también mucha seda, que servía para hacer tafetanes y otros tejidos.
 
          Para su gobierno, la Isla tenía un alcalde mayor, y para las cosas de la guerra, un sargento mayor. Contaba con 1.525 milicianos con fama de valerosos, que tenían entre 17 y 60 años, y estaban pertrechados, en gran parte, con picas y aperos de labranza.
 
          Su capital, la Villa de San Sebastián, estaba situada junto a un barranco que bajaba de la cumbre, tenía un puerto de buen fondo y abrigado de los vientos, una iglesia parroquial, dos conventos, y algunas ermitas; la más importante de las cuales, la de San Sebastián, era en ese momento la construcción más alejada de la línea de costa, a unos 900 metros. Para su defensa contaba con tres pobres emplazamientos estratégicamente dispuestos en su bahía, que se repartían quince cañones desfasados.
 
          La presencia de Charles Windham en Canarias formaba parte de un plan preconcebido. Este capitán inglés, junto al escocés George Cockburn, había sido requerido directamente por el Almirantazgo de su país mediante orden dada en mano el 2 de mayo de 1743, para estacionarse en el Archipiélago. Debían interceptar unos buques españoles que iban a regresar por aquellas fechas desde América y, si estaba a su alcance, hacer daño al enemigo por tierra. Para ello, después de una escala en la isla de Madeira, base de operaciones de los corsarios ingleses de la época, ubicarían sus barcos en Canarias.
 
          Los navíos partieron de Spithead (Inglaterra) el 9 de mayo de 1743 y el 12 de mayo, cuando llevaban sólo unos días de navegación, a unos 840 kilómetros al oeste del cabo Lizard -extremo suroeste de Inglaterra-, capturaron el corsario español Saint Michel, el tercero de los barcos que luego emplearían en el bombardeo de la villa canaria de San Sebastián de La Gomera.
 
          Entre el 21 y 26 de mayo hicieron la escala en Madeira y el 27 del mismo mes alcanzaron el archipiélago por el extremo noroeste de La Palma, doblando esta isla por el sur, para entrar en el espacio marino que la separa de La Gomera.
 
          Al anochecer del 29 de mayo, desde las partes altas de esta última isla, se pudieron divisar las figuras de los navíos anglosajones que, recortándose en la lejanía, se encaminaban hacia ella. Hecho que, ya esa misma noche, se conoció en la capital.
 
          Ese mismo día, la atalaya del Jorado, en la parte alta de San Sebastián dio la voz de alarma anunciando que las tres naves iban directas a esta plaza, dando vuelta a La Gomera por el noreste. Sin más demora, a las doce del día, se disparó una pieza de artillería desde el fuerte principal de los Remedios, con el fin de que acudiesen todas las compañías.
 
          Eran las tres de la tarde cuando el HMS Monmouth, capitaneado por Charles Windham, asomó por la punta de San Cristóbal y le presentó el costado al fuerte de Nuestra Señora de Buen Paso. Fue entonces cuando se hizo disparar un cañón sin bala para hacer ver al enemigo que la Villa estaba preparada para la lucha. Los buques izaron la insignia blanca de Francia, en una operación militar que se conoce como “bandera falsa”, y respondieron con otro cañonazo sin bala por el lado opuesto a tierra. Windham decidió abrirse a la mar, movimiento que diligentemente siguió toda la división.
 
          Ese día el océano estaba agitado, así que los ingleses dedicaron toda la jornada a hacer maniobras para entrar en el puerto. Pero la noche los alcanzó sin lograrlo.
 
          La falta de destreza benefició a los gomeros, que ganaron tiempo para seguir llegando desde todos los lugares de la Isla e ir tomando posiciones. De esta manera fueron presentándose todos los capitanes al frente de sus respectivas milicias.
 
          Al anochecer, los ingleses fondearon bastante lejos de la costa a la espera de una nueva tentativa al día siguiente. Pero ya habían perdido el factor sorpresa.
 
          El enemigo comenzó la mañana del 31 de mayo intentando de nuevo entrar en el puerto, cosa que no consiguieron hasta la una y media de la tarde. El HMS Monmouth y el corsario Saint Michel, vestidos ya con los colores ingleses, se mostraron en toda su magnificencia y soberbia ante los expectantes ojos de la población gomera.
 
          Advertidos del inminente peligro las milicias se prepararon para defender con su vida la capital si hubiera sido preciso, y desde los fuertes y puestos de guarda observaron sin perder detalle cada movimiento de la división inglesa.
 
          El comandante don Diego Bueno había ordenado al capitán de la Villa que cubriera la salida de la plaza mayor, mientras tenía dispuestas las compañías de los pueblos del interior detrás del largo parapeto de barro y piedra que estaba levantado a lo largo de la playa.
 
          Windham comenzó a formar una línea de batalla frente a San Sebastián a un cuarto de milla de la costa. Esta distancia era probablemente mayor de la que el comandante hubiera deseado, pero fue la que impusieron las dificultades técnicas.    
 
          La Saint Michel sería el primer barco en disparar, perdiendo por completo la primera carga por bajar demasiado los cañones, dando así todas las balas en el mar y levantando la arena de la playa.
 
          Después de estas primeras baterías se entró en lucha abierta con un cruce intenso de cañonazos entre las partes contendientes. Desde todos los fuertes y reductos se hacía fuego a discreción y la flota empezó a batir sin tregua sobre las trincheras de la playa, los castillos y las calles de la capital, “que parecía cosa infernal la multiplicidad de estruendos y zumbidos”. En total machacaban la Villa unos 80 cañones y pasaron de 4.000 los tiros y balazos.
 
          Por fin, al morir del día, el fuego cesó por ambas partes. Aquella larga noche, el comandante don Diego estuvo muy activo y de madrugada se reunió en consejo de guerra con sus oficiales, para trazar un plan que evitase una invasión.
 
          Al empezar a levantarse el sábado 1 de junio, cada capitán fue a ocupar su puesto y se dejaron dos cañones preparados con metralla, con la idea de abrir fuego contra la tropa enemiga si intentaba el desembarco.
 
          Muy pronto los ingleses volvieron a izar las banderas y gallardetes rojos de su país y comenzaron a bombardear de nuevo la Villa hasta las diez de la mañana.
 
          Al término de este espacio de tiempo, Windham ordenó parar el fuego y preparar nueve lanchas con unos 400 marines profesionales de asalto. Una de ellas, con bandera blanca de paz, llevó a tierra un mensaje exigiendo la inmediata rendición de la plaza y amenazando con su completa destrucción. A lo que don Diego Bueno respondió brava y escuetamente: “Por mi patria, por mi ley y por mi rey he de perder la vida; y así el que tuviere más fuerza vencerá”. Una frase que daría la vuelta a Europa.
 
          Recibida la respuesta, seguramente con asombro, Windham dispuso que se iniciara el desembarco. Pero las tropas gomeras estaban bien repartidas y parapetadas en las calles de su capital, con la idea de llegar hasta la playa y mostrarse con toda la fuerza de su número, sólo en el momento en el que los ingleses intentaran la invasión.
 
          Al constatar las intenciones enemigas, desde sus puestos los desafiaron a poner los pies en tierra, riéndose de ellos y mostrándoles sus ganas de pelea.
 
          No siendo esperada esta reacción sino quizá la de espanto, Windham adivinó el peligro que corrían sus hombres si desembarcaban y ordenó el aborto de la operación.
 
          Impedirles pisar la playa supuso aislar al león inglés en el mar. Las máquinas de acción anfibia, confinadas al elemento marino, jamás podrían desplegarse en tierra para ganar San Sebastián y sus fuertes, tal y como llegó a proclamar jactanciosamente Charles Windham en su carta de intimidación. ¡Gran Bretaña había perdido el combate!
 
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