Grandes epidemias en Tenerife. La epidemia de 1906. Tifus o Peste Bubónica

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 5 de abril de 2020).
 
 
          El año 1906 fue muy convulso y desgraciado para Santa Cruz de Tenerife -Capital del Archipiélago-, pues la provisionalidad en la alcaldía y en el gobierno civil, unos titulares y otros accidentales o interinos, darían lugar a un ambiente social enrarecido por la pobreza y el paro obrero, debido a la falta de inversiones.
 
          A todo esto se sumaría la dramática situación vivida en Santa Cruz en los últimos meses del citado año, a causa de la epidemia que para unos fue Tifus y para otros Peste Bubónica, volviendo a resurgir el dichoso “pleito insular”. 
 
          La discordia comenzó en octubre, cuando aparecieron gran cantidad de ratas muertas en la zona del muelle, barranquillos y alcantarillas de Santa Cruz, y fallecieron dos miembros de una humilde familia que vivía en una casucha de la cuesta de los Melones, junto a la finca de Ventoso -hoy Residencial Anaga-, los cuales fueron diagnosticados por los facultativos como “tifus petequial”, aislando al resto de los familiares en el Lazareto; sin embargo, como no se facilitó ningún comunicado oficial, ni se informó a la población, el hecho daría lugar a que cundiera la alarma y se recriminara a las autoridades por su silencio.
 
El Lazareto.1906 Personalizado
 
El Lazareto (1906) 
 
         
          Una vez confirmados los temores de epidemia, la situación llegó a ser tan caótica que la incertidumbre y el terror paralizaron la vida ciudadana, a lo que contribuiría la indecisión de las autoridades.
 
          Mucha gente, en su mayoría trabajadores del puerto y de pequeñas industrias que se habían quedado paradas, se encontraban en una situación tan angustiosa que a pesar de que se habían instalado cocinas económicas se produjeron grandes manifestaciones callejeras en protesta por el aislamiento, el hambre y la falta de trabajo. 
 
          El alcalde Pedro Schwartz se reincorporó a ocupar su cargo, creando la comisión de sanidad, encargada de llevar a cabo la limpieza e higiene en los barrios, desinfectar las aguas de consumo, proceder al arreglo de alcantarillas, quemar las viviendas donde habían aparecido los primeros enfermos, y llevarse los cerdos fuera de la población, aunque ellos no fueran los culpables.
 
         Debido a que comenzaron a escasear los artículos de primera necesidad y subieron los precios del azúcar, jabón, pescado salado, etcétera, el nuevo alcalde, Carlos Calzadilla, reconociendo su impotencia para resolver el problema, telegrafió al Ministerio de la Gobernación, exponiendo el estado crítico de la situación, a la vez que le pedía a los Ministerios de Fomento y Guerra que impulsaran las obras que estaban paralizadas, antes que la desesperación de los trabajadores  provocara serios disturbios al encontrarse sufriendo hambre y miseria. 
 
          Cuando parecía que todo estaba controlado, las autoridades de Las Palmas solicitaron a Madrid la incomunicación con Santa Cruz para evitar el contagio, adjuntando las declaraciones de dieciocho médicos que certificaban que la enfermedad existente en Tenerife no era tifus sino peste bubónica. El conde de Romanones, ministro de la Gobernación, les contestó que ni las leyes nacionales ni las sanitarias autorizaban el aislamiento de ciudades y regiones, porque sería condenarlas a muerte.
 
          También La Laguna solicitó a Madrid aislarse totalmente de Santa Cruz, lo que daría lugar a un clima de tensión e inseguridad, cuando los laguneros se echaron a la calle y destruyeron un tramo de las vías del tranvía y, en el kilómetro 8 de la carretera general, establecieron un puesto de control para fumigar y desinfectar las mercancías que llegaban de la capital, prohibiendo pasar todo aquello que ofrecía la menor duda. 
 
          De la misma manera, la isla de La Palma se unió a este despropósito, y una multitud armada con palos y piedras impidieron desembarcar a los pasajeros del vapor León y Castillo  que había llegado procedente del puerto de  Santa Cruz. 
 
          Debido a la inseguridad y tensión existente en las Islas, y ante la alarma que se había desatado, el Gobierno envió al doctor Luis Comenge, director de Higiene Urbana de Barcelona, para que se hiciera cargo de las medidas sanitarias e informara sobre la realidad de la epidemia; el cual, después de hacer un estudio detallado, comunicaría a Madrid que las noticias eran infundadas pues la enfermedad que se padecía en  Santa Cruz no era la peste. Incluso, en una reunión celebrada en el gobierno civil, al preguntarle si era partidario de los aislamientos y cordones sanitarios, contestó: "quién puede acordonar e incomunicar las ratas, pulgas y moscas, conductoras de las enfermedades".
 
          Consideramos que esta declaración respondía a razones políticas, pues de un estudio realizado por el Dr. Gumersindo Robayna Galván se desprende que la enfermedad era de naturaleza pestosa, ya que se propagó especialmente por la Xenospsylla cheopis, la pulga de la rata gris transmisora de la peste, que aparecía en el 80 por ciento de las personas estudiadas; por tanto se trataba de peste bubónica, no habiéndose constatado casos de la variedad neumónica.
 
          El doctor Comenge, ante el lamentable estado y la falta de higiene de muchas ciudadelas del barrio de El Toscal y cuevas del barranco de Santos, lograría que don Juan Febles Campos pusiera a disposición del Ayuntamiento los locales del manicomio para que se alojaron sus moradores, y el capitán general desalojara la batería del Bufadero para acoger a familias necesitadas.
 
          También, para que se atendiera a los más necesitados, entregó las 5.000 pesetas que el Gobierno le había concedido por realizar esta Comisión, creó el Instituto de Lactancia, en el ex convento de San Francisco, y donó su reloj de oro para una rifa que se había organizado para conseguir fondos.
 
          Por ello, el 9 de febrero de 1907, el Ayuntamiento le otorgó el título de Hijo Adoptivo y le puso su nombre a la calle de San Francisco, designación que afortunadamente se volvió a recobrar en 1936.
 
          Cuando la normalidad y la actividad de la población se fueron restableciendo, el alcalde publicó un edicto autorizando los carnavales, lo que ya era síntoma inequívoco de que la ciudad había rebasado la crisis y que los chicharreros no habían perdido su tradicional novelería, y el día 3 de Mayo se celebró la función religiosa de la festividad de La Cruz, patrona de la ciudad; aunque la población tardaría meses en recuperarse del daño moral y psicológico que había sufrido.
 
          Durante esta epidemia los médicos volvieron a dar ejemplo de espíritu de servicio a la comunidad, desarrollando una labor sacrificada, encomiable e impagable. De ellos vamos a destacar a don Agustín Pisaca Fernández, que al ser médico municipal quedó recluido en el Hospital de Aislamiento -Lazareto- durante los cinco meses que duró la epidemia, organizando, asistiendo y conviviendo con 83 enfermos, logrando reducir la mortalidad del 37 al 9%. Al regresar a su hogar, sus dos hijas salieron corriendo a abrazarlo, quedando contagiadas y falleciendo días más tarde. Durante este tiempo, el servicio domiciliario quedaría atendido por el doctor José Naveiras Zamorano y el doctor Luis García Ramos.
 
          De la misma manera que el doctor Diego Costa e Izquierdo, al enterarse de que en su tierra se padecía una enfermedad contagiosa, anticipó su regreso desde París y se puso a disposición de las autoridades. Como recordarán el doctor Costa había tenido un importante papel en la epidemia de cólera de 1893.
 
          En esta epidemia fallecieron cinco personas. 
 
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