Presentación del libro "Vivencias de un presbítero"

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Inédito hasta su publicación en nuestra página el 26 febrero de 2020).
 
 
          En el Salón Parroquial de la Iglesia del Sagrado Corazón de esta capital, se presentó el libro Vivencias de un Presbítero, del sacerdote y escritor Norberto Vicente García Díaz.
 
          Zenaido Hernández, que actuó de insuperable maestro de ceremonia, resaltó, en primer lugar, las bondades líricas y prosistas del autor, así como la atinada iniciativa en la edición del citado tomo llevada a cabo por el matrimonio formado por la laureada poeta tinerfeña Teresa de Jesús Rodríguez Lara y su esposo Valentín Yonte Coello.
 
          El libro, de elogiable impresión y cuya recaudación se ha destinado a fines benéficos, está profusamente ilustrado con fotografías pertenecientes al archivo de Manuel Díaz Febles, así como de otras fuentes.
 
          Amenizó la sencilla y selecta velada, a la que acudió una nutrida concurrencia, la profesora de Canto Esther  Wagenaar.
 
          Aceptando la amable invitación del clérigo y entrañable amigo, tuvimos el honor de prologar el aludido libro con el siguiente texto:
 
          “Hace un par de años, un acreditado escritor e investigador, Octavio Rodríguez Delgado, y atendiendo una sensible, cariñosa y atinada iniciativa, rescató de un injusto y prolongado anonimato la figura de un poeta y notable prosista, Juan Horacio Díaz y Díaz, integrante de aquella nutrida pléyade de destacados protagonistas del intelecto que el recordado Enrique Lite bautizó como los “Niños de la Guerra”, en la década de los 50 del pasado siglo.
 
          Y si en este prólogo hemos traído a colación el nombre de Juan Horacio, es que la sensibilidad de su prosa y la amenidad que emana de todos sus textos, los ha heredado, y con creces, su sobrino, Norberto Vicente García Díaz, como sobradamente lo hemos comprobado tras la lectura de este calidoscópico tomo Vivencias de un Presbítero, donde el actual cura párroco de la santacrucera parroquia del Sagrado Corazón de Jesús nos enriquece con una lección de pinceladas bucólicas cuando nos recuerda con un peculiar sentido de la observación su paso por un entrañable rincón lagunero, Valle Jiménez, donde celebró su primera misa como sacerdote en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, el 22 de julio de 1980.
 
          “En Valle Jiménez, nos relata el autor, sus casas pintadas de colores trepan monte arriba, tratando de tocar un cielo inalcanzable… En este Valle que duerme y se despereza entre las cumbres, merodean las perdices por los bordes del barranco; y se recrea la vista con el grácil balanceo de la alpispa; y despiertan los vecinos con el canto del canario y de los capirotes y llega el eco desde el acantilado cercano del “guaña-guaña” de las pardelas”.
 
          ¿Cómo olvidarse del entorno donde el referido sacerdote y amigo celebró su primera misa?
 
          “Aquí sorprende la explosión de los almendros y ciruelos al llegar la primavera; y se escucha el mugido de las vacas y bueyes agrupados en distintos puntos del Valle que se alfombra con el oro de las flores de trevina y los relinchones; y también, se perfuman las zigzagueantes veredas con el oloroso hinojo”.
 
          En este tomo, los interesantes textos del aludido sacerdote no pasarán al olvido porque las hojas volanderas periodísticas no atesoran la firmeza del libro. Seguiremos admirando y valorando su variada producción, su lírica de evidente sensibilidad y como clérigo (por cierto, muy estimado por sus numerosos feligreses) nos recuerda en estas líneas que “late en la Iglesia una preocupación honda y constante por anunciar el Evangelio”.
 
          En estas páginas, don Norberto, así se le conoce, muestra su orgullo, sus raíces isleñas, sus ancestros con el caudillo guanche Ichasagua.
 
          Y en el capítulo “La alegría del perdón” no sólo nos da pie para la reflexión sino que se nos otorga la historia susceptible de un original guion cinematográfico.
 
          Su plausible sentido de la minuciosa observación nos la ofrece en “La historia de una caja de cedro”, donde sus atinadas descripciones nos familiarizan con aquellas antañonas e inolvidables casas rurales de nuestros más recónditos pueblos.
 
          Don Norberto es consciente de que el conocimiento es un medio indispensable para la supervivencia y de que la recopilación del testimonio oral es vital si tenemos en cuenta la cita latina “Verba volant, scriptamanent”, o sea, que las palabras vuelan, pero el escrito permanece, como ya hemos apuntado anteriormente.
 
          Su afición por nuestra historia y por nuestra pintura se pone de manifiesto en el título “Retrato de una dama lagunera del siglo XIX” donde, con todo lujo de detalles, escruta el lienzo dedicado a Guillermina de Ossuna y Van den Heede, con un estilo muy peculiar.
 
          En definitiva, en estas páginas, don Norberto deja patente su denodado afán de querer transmitir, con sencillez y amenidad, lo que ha visto y lo que ha oído; se muestra como un agradecido trovador hacia aquellos lugares donde impartió su verbo evangelizador; sus homilías, breves y clarificadoras, desde diferentes atriles parroquiales.
 
          Y, por supuesto, no hay que olvidar sus diferentes colaboraciones, su fino humor y sonora y abierta carcajada que, si cabe, se incrementa cuando se acuerda de la primera vez que intentó publicar sus artículos en determinado medio de comunicación y el encargado del rotativo le interrogó al intermediario, pero ¿el artículo es un sermón?”
 
 
 
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