El Camino de Santiago (Vía de la Plata) por Salamanca y Zamora

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 21 de julio de 2012).
 
 
 Y visita a otras localidades representativas: ciudad Rodrigo, Béjar, Candelario, La Alberca y Toro.
 
 
          Recientemente, en una popular revista especializada en el tema, nos llamó la atención el espacio denominado “Los 10 Mandamientos del Camino” que, por su originalidad y por estar “ad hoc” con este reportaje, transcribimos como curioso prólogo. Los mandamientos dicen así: 1º.- Seguirás las flechas sobre todas las cosas. 2º.-No recorrerás kilómetros en vano. 3º.-No descansarás ni en fiestas. 4º.- Llamarás a tu madre, a tu padre, novia o esposa. 5º.- No pararás. 6º.-No  llevarás calcetines impuros. 7º.-No te quejarás. 8º.- No dirás falsas distancias al hablar. 9º.- No tendrás pensamientos ni deseos de irte; y 10º.- No codiciarás las ampollas ajenas. Estos mandamientos se cierran en dos: Andarás sobre todas las cosas y cuidarás la mochila del prójimo como la tuya misma.
 
Dos grupos arraigados
 
          Siguiendo una tradición ya cimentada desde hace algunos años , la Asociación Tinerfeña de Amigos del Camino de Santiago, que preside Enrique García  Melón, recorrió este año parte de la denominada Vía de la Plata, es decir el tramo de Castilla y León, concretamente las provincias de Salamanca y Zamora. En esta ocasión, y como en anteriores ediciones, los peregrinos tinerfeños se unieron con integrantes de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Facultad de Farmacia de Santiago de Compostela, donde José Ramón Mato Iglesias, destacado miembro de la aludida corporación, constituyó el órgano volitivo de los grupos citados que, en líneas generales, y aparte de las provincias señaladas, efectuaron otros itinerarios que pormenorizaremos más adelante.
 
Una sabiduría centenaria
 
          Y andando, con ilusión, vieira y bordón, nos cautivan, en tierras charras, aquellas extensísimas llanuras con grandes dehesas, de generosos encinares donde, indiferente, y convenientemente vallado, campea el toro de lidia y, cerca, la figura del mayoral, salmantino genuino, custodio de la sangre brava al que, incluso, le han erigido una erguida estatua, como señera representación de cuantos ejercieron este noble oficio en las ganaderías limítrofes .
 
          Terreno suave y de escasísimas ondulaciones donde, entre los mencionados encinares, algunos centenarios, pastan, hermanados con los morlacos, buena parte de los cerdos ibéricos, que aprovechan la bellota de estos frondosos ejemplares . Muchas especies,  hoy amenazadas, como la cigüeña negra, el milano real, el águila imperial o el lince utilizan este hábitat que, nosotros, con la cautela del peregrino, hollamos. Estas encinas, estos “árboles salvavidas”, heredados de nuestros antepasados, en algunos casos, de la Edad Media o anteriores, constituyen un Patrimonio de la Humanidad. Por todo esto, y como bien apuntan ecologistas bien intencionados, hay que poner freno a roturaciones y tratamientos silvícolas inadecuados, campos de golf, extracciones de áridos y carreteras que, sin piedad, y en pocos minutos, pueden acabar con la sabiduría de cientos de años.
 
Entre descomunales tractores y segadoras
 
          Seguimos entre matorrales de piornos y enebros y rebollos, por estas planicies, duras y fatigosas, de un espejismo lineal, sin horizontes; caminos apenas señalizados en este aludida Vía de la Plata, donde la peculiar flecha amarilla y la concha surgen , cuando surgen, de San Juan a Corpus. Pero no desanima tal penuria ante esta peculiar horizontalidad que, en determinadas ocasiones, resulta cómoda para caminar pero atosigante por el calor. Se recomienda estar acompañado. Los agorafóbicos deberían abstenerse. Para el tinerfeño estos contornos atesoran algo especial, pues acostumbrados a nuestros bancales y a nuestra singular orografía , donde la maquinaria agrícola es utopía y el ganado y el pasto, escaso, muy escaso, afloran ahora, como por encanto, estos mastodónticos tractores, que han sentenciado a muchísima mano de obra ; y ciclópeas segadoras, de insaciable voracidad, en estas sernas cerealistas de trigo, cebada, centeno y avena.
 
          Recorrer los caminos de Castilla es saborear el presente de un pueblo que se enorgullece de su pasado y que nos invita a disfrutar de su gastronomía, de sus paisajes, de sus colores, de su historia y de su luminoso cielo que en esta ocasión nos brindó un sol pertinaz pero soportable -ahora de costado, no de espalda, como en otras rutas más clásicas-, muy difícil de evitar dadas las peculiaridades de este itinerario jacobeo, donde castaños, robles y fresnos, nos quedan lejos, muy lejos, desde estos pueblecitos más amplios en denominación que en habitantes: San Pedro de Rozados, Morille, Aldeaseca de Armuña, Castellanos de Villiquera, Calzada de Valduciel…
 
La batalla de Arapiles
 
          Y en aquellas llanuras, con matorrales de jara,  lentisco, tomillo y romero, se nos abrieron, simbólicamente, nuestros libros de Historia del bachillerato donde el singular Padre Antonio, parecía explicarnos la Batalla de Arapiles. Y es que en Arapiles, municipio de la provincia de Salamanca y aledaño al Camino de Santiago, tuvo lugar, hace  doscientos años, la citada contienda, en la que las fuerzas anglo-españolas mandadas por el general Wellington vencieron a las francesas del mariscal Marmont. En la historia militar inglesa se conoce a esta victoria de Wellington como “La batalla de Salamanca”, dada la proximidad de Arapiles a la capital provincial (ocho kilómetros). Ahora, en aquella soledad, cuesta asimilar que dicha derrota gala tuviese este trágico balance: 1.800 muertos y 2.500 heridos, prisioneros y pérdida de bandera. Y, en la aludida soledad, pudimos leer, en un pequeño rótulo, esta inscripción: “Gracias por respetar este  lugar con poco valor material, pero con gran valor sentimental”.
 
          Por toda suerte de caminos vecinales, por los infinitos campos de cereales de Castilla  el peregrino busca las torres de las catedrales salmantinas en su caminar hacia el norte, pero no las verá hasta casi llegar a la ciudad universitaria más antigua de España. Por el puente romano sobre el río Tormes, entramos, por fin, en ella.
 
El hechizo de Salamanca
 
          Viajaremos, como decía Don Miguel de Unamuno, el ilustre paseante de “La Roma chica”, por la “intrahistoria” de la ciudad, para que uno mismo descubra su propia Salamanca. Y tal vez nos ocurra como a Miguel de Cervantes que dijo: “Salamanca, hechiza la voluntad de volver a ella”. No vamos a saturarnos de datos, fechas y tecnicismos de historia y arte al que, por cierto, muchos guías turísticos, nos atiborran sin piedad. Vamos a caminar por una “Salamanca para viajeros curiosos”. Vamos a caminar por la ciudad con más jóvenes por metro cuadrado de Europa pues por sus aulas pasan más de sesenta mil estudiantes al año entre dos universidades y otros centros de estudios. De sus clases salieron, en el Siglo de Oro español, alumnos insignes como Fernando de Rojas, Calderón de la Barca, Quevedo, Hernán Cortés y un largo etcétera.
 
La calavera y la rana
 
          Si como siempre me recuerda Luisa, que “las ciudades son como libros que se leen con los pies”, ahora estamos frente a la Casa de las Conchas, uno de los edificios más populares por la singularidad de su fachada a la que, por cierto, le haría falta una profunda restauración, como las que han  realizado, por ejemplo, y de forma admirable, en las  numerosas e impresionantes tablas pintadas del retablo de la catedral vieja. Sin lugar a dudas, el conjunto plateresco más popular de España está en la Universidad donde Fray Luis de León impartió su sabiduría y templanza, Cuenta la leyenda que, en su fachada, debemos encontrar la rana- que está ubicada sobre la cabeza de una calavera- pues será “augurio de buena suerte. Y de que volveremos a Salamanca”.
 
Cuando “las piedras se encienden” 
 
          La Plaza Mayor, de estilo churrigueresco, es el lujoso salón de estar de los salmantinos. Está considerada como la más hermosa de España. Por la noche, iluminada, es de ensueño. Bajo sus soportales está el Café Novelty, el más antiguo de la ciudad, donde figura una curiosa estatua de Gonzalo Torrente Ballester, con el que podemos “charlar” y fotografiarnos en el mismo velador donde está sentado el último gran escritor del siglo XX, que se inspiró en Salamanca. Y un milagro al atardecer: "Cuando el sol se pone, las piedras de Salamanca se encienden”. Y es que la típica  piedra dorada, las esculturas, la arquitectura y los tenues y postreros rayos del astro rey, entablan un juego de luces y sombras muy digno de ser contemplado, bajo el rumor del Tormes y alejándonos de ese insólito escaparate de ábsides, cimborrios, bóvedas, rejerías , insertos en estilos renacentistas, barrocos, góticos, flamígeros o isabelinos, entre otros múltiples.
 
          Conviene seguir recordando que el Camino de Santiago es un itinerario cultural con el máximo reconocimiento internacional: en la década de los años 70 del pasado siglo, el Estado español lo declaró, “in extenso”, Monumento Nacional, hoy clasificado como Bien de Interés Cultural; en 1987 fue reconocido por el Consejo de Europa como Primer Itinerario Cultural Europeo; en 1999 la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad. Pese a estos importantes reconocimientos, no es el arte y la historia lo que más valoran los peregrinos a lo largo del Camino, sino más bien es, con mayúscula, el paisaje. 
 
Viriato y el Cid Campeador
 
          Entre retamas, hinojos y amapolas, cruzamos por pueblos, aldeas y caseríos que apenas figuran en los mapas: Villanueva del Campeán, Perdigón, Entrala, Penausenda… Se nota la emigración. Y la gerontocracia de sus habitantes, que siempre nos saludan con mucha amabilidad. Estamos pisando una de las regiones más despobladas de España. En un largo deambular por diferentes caminos agrícolas y sendas, entre extensos cultivos de remolacha azucarera, llegamos hasta las puertas de Zamora, cruzamos su puente medieval, sus calles empedradas; admiramos su hermosa y vetusta catedral románica, “saludamos” a Viriato, con quien los guías turísticos no se ponen de acuerdo para decir donde nació este rústico héroe, si en España o en Portugal. Y en una de las incontables iglesias zamoranas , nos detenemos, por curiosidad, en una , Santiago de los Caballeros, porque allí fue armado caballero Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, que nos hizo recordar los versos de Manuel Machado: “El ciego sol, la sed y la fatiga…/por la terrible estepa castellana/ al destierro, con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro-,el Cid cabalga…"
 
          Decíamos en anteriores reportajes sobre el Camino que, de vez en cuando, el peregrino, apartándose de rutas  jacobeas y siguiendo atinadas iniciativas de la organización , dirige sus pasos, atraído por el citado y sugerente paisaje, por otros senderos que, obviamente, no se pueden dejar de visitar por múltiples razones. Por ejemplo, núcleos tan representativos como Ciudad Rodrigo, Béjar, Candelario y La Alberca, en Salamanca; y Toro, en Zamora.
 
Entre damas de abolengo y “hombres de musgo”
 
          Situada sobre un alto desde el que se contempla toda la ubérrima vega del río Agueda y, en un tajo de aquélla, está ubicado el castillo parador, posada de viajeros distinguidos desde 1929. En Ciudad Rodrigo, obviamente, no pasa desapercibido su rico patrimonio monumental. Declarada Conjunto Histórico Artístico desde 1944,  sus palacios y casas señoriales nos transportan hasta viejas historias de glorias y honor, de caballeros andantes y de damas de alto abolengo. ¡Ah! , su curioso Museo del Orinal ( tres mil ejemplares) estaba cerrado. Otra vez será.
 
          En Béjar escalofría pasar por esas inmensa naves industriales, otrora de enorme actividad textil y, ahora, silentes y vacías, muy vacías, bajo la presencia estática de sus “hombres de musgo” que, levantando sus miradas, concentran éstas en la plaza de toros más antigua de España(1711), con durísimos tendidos de piedra y, fuera, la enhiesta estatua del torero “El Salamanquino” y, cerca, un frondoso bosque de castaños donde se venera, en un singular santuario, y desde 1447, a la milagrosa imagen de la Virgen del Castañar.
 
“El pueblo más pintoresco de España”
 
          El escritor Juan Eslava Galán, en su ameno, exhaustivo  y recomendable tomo 1.000 sitios para ver en España, al menos una vez en la vida ,opina, y lo ratificamos plenamente , que  “La Alberca es el pueblo más pintoresco de España”. Y es que sus calles empedradas, fachadas entramadas de vigas oscuras y encalados blancos y su encantadora Plaza Mayor, vienen a demostrar que cada rincón, portón, bocallave, gatera, reja, balcón florido y alero saledizo, merece figurar en una postal. Se ufana de ser el primer pueblo español  al  que, en 1940, se le declaró Monumento Nacional (Conjunto Histórico Artístico). Esta localidad salmantina se muestra en perfecto estado de revista gracias a los desvelos de una Corporación que, incluso, en lo que es hoy su Oficina de Turismo, ha respetado el rótulo de lo que era antaño:”Cárcel pública”.
 
Las batipuertas, regaderas y el oasis de Castilla
 
          Candelario, otro Conjunto Histórico Artístico, es una villa que mantiene intacta su arquitectura típica de casas de tres plantas de piedra, madera de castaño y forja, construidas para la industria chacinera, que aquí tuvo enorme notoriedad desde el siglo XVIII hasta principios del XX. Uno de los elementos arquitectónicos más destacados y originales se concentran en sus batipuertas , situadas en la parte exterior de la entrada de las viviendas que, abiertas, daban claridad y evitaba la entrada de los numerosísimos animales- principalmente cerdos- que transitaban por las calles donde aún se conservan las regaderas, canales de agua cristalina que discurren por todos sus rincones y que antes servían para mantener limpios éstos después de las matanzas que, entre otras chacinas de renombre, producían el chorizo de Candelario, la cima de su gastronomía.
 
          Varios motivos para ir a Toro: Extasiarse ante la serena y grandiosa belleza del pórtico de la Majestad de la Colegiata; contemplar la Virgen de la Mosca, que está posada en su rodilla; tener la oportunidad de solazarnos con la simpatía y generosidad de doña Concha, farmacéutica de este enclave;  y gozar del paisaje que se disfruta desde el Mirador del Espolón; al pie de su peñasco se extiende una vega feraz a la que llaman “El oasis de Castilla”, que tanto contrasta con aquellas estepas, con aquellas planicies duras y fatigosas, que habíamos recorrido anteriormente siguiendo la ruta jacobea de la Vía de la Plata que, por cierto, era la  utilizada por los peregrinos que vivían en territorio islámico.
 
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