Vivencias de un peregrino tinerfeño en el Camino de Santiago.

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 24 de julio de 2010).
 
 
 
- José Ramón Mato y Enrique García Melón, firmes pilares en este itinerario.
 
- O Cebreiro , Do Poio y Monte do Gozo, tres cimas para el recuerdo.
 
- El Año Jubilar Compostelano se celebra desde la Edad  Media, cuando la festividad del Apóstol Santiago el Mayor, el  25 de julio, coincide en domingo, como mañana.
 
 
 
          Madrugón, desayuno adecuado a lo que se avecina y, a continuación: “Padre nuestro que estás en los Cielos...” Tras la preceptiva oración, José Ramón Mato, nuestro excepcional amigo, guía y tutor, y desde el interior del autobús que nos transporta, perfila nuestro primer objetivo que, en líneas generales, es la primera etapa a recorrer, de siete, a pie, en tierras gallegas. Nuestro cicerone nos recuerda, una vez más, que al Camino de Santiago, que requiere ciertas y determinadas dosis de sufrimiento y mortificación, “no se viene precisamente a través de una agencia de viajes...”
 
          Con mucha o poca fe, por deporte, afán de aventura o simple turismo, el tránsito por el itinerario que lleva a Santiago de Compostela acaba siendo una experiencia personal que escruta y define cada uno de los veintiocho tramos establecidos, desde Roncesvalles hasta el mismísimo Pórtico de la Gloria, donde el peregrino viene enriquecido con lo que le ha ofrecido el Camino en estas últimas etapas, en la Galicia de los helechos y los maizales; de los pinos oscuros y los eucaliptos de plata; de los castaños con frutos espinosos como erizos; con aquellos ascensos y descensos pronunciados; altiplanos, regatos, retamales, veredas y muros de piedra, enlazado con valles, minas de caliza; generosos prados con ganado bovino, ovino y porcino ; montes, caminos de herraduras, calzadas y duros repechos; y las pallozas de O Cebreiro, desde donde el panorama es único e irrepetible; y  la neblina, que tanto suaviza al caminante y convierte el entorno en bosque encantado.
 
          En 2010 se conmemora el Segundo Año Santo del siglo XXI; el primero tuvo lugar en 2004. El Año Jubilar Compostelano se celebra desde la Edad Media, cuando la festividad del Apóstol Santiago el Mayor, 25 de julio, coincide en domingo. Por lo tanto, no habrá otro Xacobeo hasta 2021.
 
          Por ese este año, el Camino, según los expertos, estará más concurrido que nunca. Y nosotros, particularmente, lo hemos comprobado a través de los diversos trechos  que nos ha ofrecido el Camino en esta Galicia verde y rubia; celta y románica; de caseríos, miradores, corredoiras,  calzadas, paseos peatonales a la vera de  ríos transparentes y sinuosos que adornan determinadas etapas: Miño, Ulla, Celeiro, Eireche, Pambre, Boente, Furelos Sarria; o arroyuelos como el de San Lázaro; hay otros humildes, resignados, casi anónimos. Y entre el suave rumor de estas corrientes de agua, surgen pazos y castros; puentes y viaductos; embalses y cruceiros, donde el trino de los pájaros es un lujo de sonido y el croar de las ranas un extraño contrapunto.
 
          Su declaración de Primer Itinerario Cultural Europeo( 1987) por parte del Consejo de Europa, y por la UNESCO, al declararlo Patrimonio de la Humanidad, y la concesión, en 2004, del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia al Camino de Santiago, ahonda, si cabe, en el mensaje más íntimo de la experiencia de la Ruta Jacobea: ofrecer un tiempo -lo que dure la peregrinación- y un lugar -el propio Camino, como espacio de peculiar significado- donde sea posible la solidaridad, la reflexión y el diálogo, a través de la riqueza histórica, monumental y paisajística que ambienta toda la Ruta, para recibir en la meta, muy satisfechos, la “Compostela” (“Campo de estrellas”) , el documento  que se otorga cuando la peregrinación se hace con carácter religioso y se realiza, por lo menos, los últimos cien kilómetros, a pie o a caballo; o doscientos, en bicicleta.
 
          Durante el peregrinaje se observa, y de una forma muy pronunciada, que los distintos lugareños llevan por bandera la amabilidad, la simpatía y el cariño, entre bosquecillos de espesa vegetación; entre sinfonías de colores con predominio del verde, que lucen aquellos frondosos abedules, hayas y acebos, en todo un banquete visual, donde las “flechas” no sólo amarillas sino azules y blancas, y las “conchas”,  siguen siendo referencias y compañeras inseparables del caminante . Y en los sitios más insospechados, puedes proveerte  de fresas, cerezas y bordones.
 
          Después de siglos de trochas casi abandonadas, recorridas por pocos y muy fervorosos caminantes, la Ruta Jacobea  retomó, a partir de 1993, Año Jubilar, el éxito y popularidad que durante los siglos medievales le convirtieron en una de las vías de fe  más intensas de Europa. Aunque el fenómeno del resurgimiento, debido sobre todo a una reinterpretación más turística y deportiva del tránsito, ha llenado el recorrido de romeros muy diversos y a menudo poco inspirados espiritualmente, lo cierto es que casi todos acaban “tocados” por la dimensión filosófica de la experiencia, como le ha sucedido, por ejemplo, a los  miembros de la Asociación Tinerfeña de Amigos del Camino de Santiago, que preside el entusiasta e infatigable Enrique García Melón, que ya llevan haciendo  el Camino por espacio  de varios años, habitualmente en épocas veraniegas. A todos ellos, obviamente, les ha captado no sólo la excelente convivencia, de salud mental y corporal, que se goza, sino la contemplación pormenorizada de lo que ofrece el caminar por estas tierras jacobeas: corredores arbolados, fuentes, hórreos de todos los estilos; casales, sendas, atajos y toboganes; reino de la piedra; losas de pizarra; iglesias, monasterios, templos, capillas, ermitas, con humedades en paredes y frescos, lugares donde se sellan las credenciales para la obtención de la aludida “Compostela”.
 
          Aunque el caminante del siglo XXI va mucho más pertrechado que el peregrino medieval, los atributos principales no han cambiado. Eso sí, y como se ha apuntado en la revista Muy Interesante, se han modificado. El bordón (simple “palo” o bastón) es hoy sustituido por un piolet, mientras que la calabaza, siempre llena de vino, ha evolucionado hasta la cantimplora con agua fresca. En la sencilla esportilla o zurrón -de piel de ciervo o vaca- se portaba el pan y alguna escasa vianda , mientras que el peregrino actual lleva una mochila cargada de ropa, esterilla y saco. La venera (concha), inalterable, sigue acompañando al caminante que, por cierto, también suele hacer el Camino muy cómodo en ropaje, sin mochila, ya que un autobús-escoba se encarga de la intendencia del grupo. Hay coches particulares y taxis que llevan este distintivo:”Traslado de mochilas y apoyo de peregrinos”.
 
          Hoy, el sombrero o gorro ha sustituido al sombrero de ala ancha; la chaqueta cortavientos( de tejido impermeable) o la ropa ligera transpirable, a la esclavina o capa; el pantalón deportivo al tabardo hasta las rodillas; y las botas de montaña y calcetines transpirables a las austeras sandalias de aquellos antiguos peregrinos que, sin embargo, también disfrutaron, en su época, de albergues, hostales, mesones y caminos de tierra; de aldeas minúsculas, ricas en piedra, de rincones  silenciosos, ejemplos vivos de la Galicia rural, con sus peculiares tabernas y pulperías; con sus durísimas rampas como la del alto Do Poio, donde el Santo Apóstol refuerza nuestras piernas y nuestros pulmones para llegar a tan emblemática cima, donde se lee: “Sin dolor no hay gloria. El dolor es algo temporal. La gloria es para siempre”. Y esta otra frase en inglés: “The greatest achivement is fitness” (El mejor logro es estar en forma).
 
          En los lugares más recónditos surge una tienda-bar que ofrece sidra, bizcochos, cerveza y bebidas isotónicas y, más allá, en el umbral de una vivienda particular, y encima de una pequeña mesa, un porrón, manises, plátanos y manzanas, con algunas monedas y esta tarjeta: “Agua fresca y reposo, para hacer bien el Camino .Gracias. Fina y Daniel”.
 
          Extraña que ningún ciclista de los numerosos que encontramos en el Camino llevase timbre para anunciar sus respectivas presencias. “Así llevamos menos peso”, manifiestan con cierta ironía .Una serie  de peregrinos-caballistas nos desearon, desde elevados lomos, el clásico “Buen Camino, peregrinos”. En medio del bosque, un lugar muy apropiado para hacer un alto en el Camino, con este ruego escrito:”Por favor, descanse, sí, pero no ensucie”. Un poco más alejado del citado lugar, una cruz, una fotografía y unas flores, para el que dejó, allí mismo, su vida, en esta Ruta Jacobea, donde ahora nosotros tuvimos fina posmilla pero nunca tormentas, relámpagos, truenos y rayos.
 
          El Camino de Santiago, donde el sol siempre nos da en la espalda,  permite al peregrino fundirse con una naturaleza espectacular, de una forma muy especial, en Galicia, que está llena de rincones donde el agua, la piedra y la vegetación, como hemos visto, son protagonistas. El Camino es un encuentro consigo mismo, pero también, con otros peregrinos con los que uno se encuentra y se reencuentra antes y durante el viaje.
 
          El último tramo del Camino está comprendido entre el mítico  Monte do Gozo y Santiago de Compostela. Menos de cinco kilómetros, que discurren sobre el asfalto, en suave descenso y pisando las avenidas, rúas y plazas de la capital de la comunidad autónoma de Galicia. Tras la  barroca  fachada del Obradoiro, el Pórtico de la Gloria, el más acabado monumento de la escultura medieval que, como apuntó Miguel de Unamuno, “respira la eterna juventud del granito”. Y después del debido recogimiento, reflexión y fervor, la irrupción del botafumeiro, el primer ambientador de la historia, cuyo incienso hace llorar a más de un feligrés. Contemplar el balanceo del incensario gallego -literalmente, “echador de humo”- sobrecoge a quien tiene la oportunidad de admirar su recorrido, en el que llega a alcanzar los cincuenta  k/h de velocidad. Ayudados por una polea, unos ocho “tiraboleiros” son los encargados de mover casi los cuarenta kilos de este botafumeiro de metal revestido de plata. El original del siglo XVI, desapareció durante la Guerra de la Independencia, por lo que el actual data de 1851.
 
          Cuando se ha llegado al final del Camino; cuando se concluye y retornamos a la normalidad de la vida, se siente un vacío muy  característico. Se echan de menos los madrugones, los desayunos mirando al reloj; el caminar casi en grupo; los cantos de los pájaros y de los grillos; el olor a lavanda, a romero, a clavel y a rosa; el aroma de los eucaliptos y de los pinos recién bañados con el sereno matinal; se echan en falta las ampollas, las rozaduras , los resbalones y el “compeed” y, por supuesto, la exquisita gastronomía gallega y los céntricos y cómodos hoteles que disfrutamos. Se echan de menos muchas cosas. Y lo notarán, por ejemplo, nuestros afectuosos acompañantes, adscritos a la Asociación de Antiguos Alumnos de la Facultad  de Farmacia de Santiago de Compostela, uno de cuyos destacados directivos es el ya mencionado José Ramón Mato. Y claro que también lo notarán los integrantes de la Asociación Tinerfeña de Amigos del Camino  de  Santiago que ahora hicieron el Camino: Alejandra, Alida, Ana, Araceli, Carmencita, Claudia, Conchita, Cristina, Elviro, Enrique, José Luis , Jorge, Manolo, Minerva, Tata, Luisa y quien suscribe.
 
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