Esa "amenaza" llamada Auditor Interno
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Por Antonio Salgado Pérez* (Publicado por primera vez en esta página el 26 de diciembre de 2019).
* Ex-Auditor Interno de Unión Eléctrica de Canarias (UNELCO) (1986-1998)
En cierta ocasión , uno de los profesores más competentes y veteranos que tuvimos en nuestra ya distante época del bachillerato, nos dijo: "En tu etapa de auditor interno, tuviste que pasarlas muy amargas, ¿verdad?"
Estimo que aquel carismático y estimado docente seguía confundiendo aquella “enigmática palabra” que respondía por auditor al emparentarla con aquella otra de amenaza, posiblemente porque, en sus tiempos mozos , se quedó con aquella irónica y descarnada definición, que había leído, atribuida a Elbert Hubbard:”El auditor tipo es un hombre más allá de la edad madura, flaco, arrugado, inteligente, frío, pasivo, reacio a comprometerse, con ojos de bacalao, cortés en el trato, pero al mismo tiempo antipático, calmado y endiabladamente como un poste de concreto o un vaciado de yeso; una petrificación humana con corazón de feldepasto y sin pizca de la amistad; sin entrañas, pasión o humorismo. Por fortuna nunca se reproducen y finalmente todos ellos van a parar al infierno”.
Tras la citada pregunta, inmediatamente me asaltaron dos pensamientos: uno, que el recordado profesor había confundido mi habitual carácter e idiosincrasia y, otro, que me daba la oportunidad de explicarle lo que me había formulado que, por otro lado, era un tema por el que siempre había sentido una especial predilección.
En aquellos tiempos, con el brote de asunto tan controvertido, apasionante e intenso, como resultó ser la expropiación de un holding privado de una gran notoriedad, se puso muy de moda el concepto auditoría; vocablo que, por diferentes razones, y antes de seguir adelante, merece para nosotros tratamientos y capítulos aparte:
William Shakespeare(1564-1616), en siete obras de su prolífica bibliografía, utiliza las palabras “audit.” y “auditors”. Una minuciosa búsqueda nos ha permitido seleccionar a dos de éstas; la primera, Julio César, donde Flavio, mayordomo fiel, le dice a su amo, Timón de Atenas: “If you suspect my husbandry of falsehood call me before the exactest auditors and set me on the proof” (Si sospecháis de mí como despilfarrador o defraudador, hacedme citar ante los más rigurosos auditores y obligadme a rendir mis cuentas).
En otra de sus obras, Hamlet, se dice: “He took my father grossly, full of bread, with all this crimes broad blown, as flush as May! And how his audit stands, who knows, save Heaven?( ¡Él sorprendió a mi padre en la grosera hartura de hinchado de pan: con todas sus culpas en plena flor, tan lozanas como una planta en mayo! Y ¿quién, salvo Dios, sabe cómo saldó su cuenta?)
En estos párrafos se pone de manifiesto no sólo la existencia de auditores, sino que unos son más rigurosos que otros, como sucede en toda clase de profesiones, y no ahora, sino desde que el mundo es mundo.
En los citados escritos, y en su versión española, el autor, como se ha comprobado, otorga diferentes acepciones a los vocablos de “auditoría” y “auditor”.
Si hojeamos el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua y nos detenemos en el vocablo “auditoría” , posiblemente quedemos como al principio, ya que nada aporta lo de “empleo de auditor” o “tribunal o despacho del auditor”. Y si vamos en busca del significado de “auditor”, pues menos, ya que resulta aséptico y mezquino lo de “revisor de cuentas colegiado”, que se pierde entre otros auditores de carácter militar y eclesiástico, de textos más opulentos.
En el Vademécum del español urgente, obra que, entre otras cosas, recopila la mayor parte de los informes que realiza el “Departamento de Español Urgente de la Agencia Efe”, se ordenan y analizan errores léxicos, gramaticales y ortográficos, por un equipo de expertos filólogos que estudian diariamente un buen número de noticias.
Entre los muchos- e interesantes- apartados que nos ofrece el citado libro, nos ha llamado la atención el relativo a los vocablos de “auditor” , “auditoría” y “auditar” que, en cierto modo, viene ya a paliar la mencionada avaricia que le otorga en la actualidad el DRAE. En el citado Vademécum del español urgente, este trío preferencial tiene el siguiente tratamiento:
“Estos tres términos no son de uso corriente en la jerga de la economía y la administración. Los dos primeros constan en los diccionarios, no ocurre lo mismo con el verbo auditar.
La voz”auditor” no siempre se ha empleado con el mismo significado, y la acepción relativa a la economía es bastante reciente. Veamos su definición, y la de “auditoría” en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia.
Auditor.( Del lat. Auditor, oris) oyente// 2. Cada uno de los siete sacerdotes magistrados que forman el tribunal colegiado que ha de recibir las apelaciones contra las sentencias eclesiásticas pronunciadas en el territorio español. // 3. Revisor de cuentas colegiado. // de guerra. Funcionario del cuerpo jurídico militar que informa sobre la interpretación o aplicación de las leyes y propone la resolución correspondiente en los procedimientos judiciales y otros instruidos en el ejército o región militar donde tiene su destino.// de la nunciatura. Asesor del nuncio de España. // de la Rota. Cada uno de los doce prelados que en el tribunal romano llamado Rota tiene jurisdicción para conocer en apelación de las causas eclesiásticas de todo el orbe católico. // de marina. Juez letrado de alta categoría que entiende en las causas del fuero de mar. Auditoría. Empleo de auditor.// Tribunal o despacho del auditor”.
Algo cortas se quedan estas definiciones con respecto al significado que hoy en día se les está dando a las voces en cuestión. Para encontrar algo más cercano al uso actual, hay que buscar en el Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española de la Real Academia, donde se incluyen, precedidas de un corchete, voces y acepciones aún no incluidas en el diccionario general. De auditor no añade ninguna nueva acepción, pero sí lo hace con auditoría:
Auditoría. Empleo de auditor// Tribunal o despacho del auditor.// contable. Proceso realizado por un auditor, que recurre al examen de libros, cuentas y registros de una empresa para precisar si es correcto el estado financiero de la misma, y si los comprobantes están debidamente presentados.
En cuanto al neologismo auditar, de uso corriente entre los profesionales de las auditorías, todavía no consta en ningún diccionario. De todas formas, y a pesar de ser un claro anglicismo, creemos que terminará imponiéndose sobre otros verbos españoles que si bien significan lo mismo, no son tan específicos. Sin embargo no es ocioso recordar la advertencia al respecto que aparece en el Diccionario de Anglicismos , de Ricardo J. Alfaro:
Auditar. Este barbarismo ha sido tomado del verbo inglés “to audit”( pronunc. To ódit) que significa examinar, revisar, rever o intervenir cuentas.
El verbo Intervenir, intransitivo las más veces, se hace transitivo cuando se refiere a cuentas, como puede verse en la siguiente definición que da la Academia Española al término “Contralor”:
“Oficio honorífico de la Casa Real, según la etiqueta de Borgoña, equivalente a lo que según la de Castilla, llamaban Veedor. Intervenía las cuentas, los gastos, las libranzas, los cargos de alhajas y muebles, y ejercía otras funciones importantes”.
Ahora, cuando ya las voces auditor y auditoría se han impuesto en ciertos círculos con sus nuevas acepciones, puede resultar poco realista recomendar que se usen términos tan sonoros como veedor, y tan españoles como revisor, interventor o revisor de cuentas y que en lugar del neologismo auditar se empleen nuestros verbos examinar, revisar, rever o intervenir cuentas; pero algunas veces es saludable ser poco realistas.
Pues bien, tras la otrora y mencionada al principio expropiación del holding privado, la acepción auditoría, sin pretenderlo, y a nivel popular, se emparejó con vocablos de amenaza, de persecución, de acoso y de derribo...
Y en nuestra recién estrenada faceta de auditor interno, nos preguntábamos con ciertas y determinadas cautelas: ¿Persigue, acosa, amenaza el auditor interno? ¿Quién es, en realidad, el personaje que estoy interpretando?
De una forma un tanto superficial, y en términos coloquiales, se nos decía, con cierta frecuencia, en los diferentes cursillos a los que acudíamos para nuestro reciclaje y actualización, que el auditor interno era como un médico, ya que su función consistía en examinar una empresa para diagnosticar sus debilidades y sus errores.
Y más adelante se enriquecían nuestros conocimientos cuando escuchábamos de eruditos en la materia que la auditoría era una función de control, de gestión y de consulta, que se realizaba dentro de una organización bajo la dependencia de la alta dirección (Consejo de Administración, Comité de Auditoría, Gerencia) y que tal profesión ejercía su actividad según las Normas para el Ejercicio Profesional de la Auditoría del IIA. Nos congratulaba comprobar que la misión que estábamos desempeñando, con no disimulado orgullo, era tratar de asegurar la eficacia del sistema de control interno de la organización a la que servíamos, por un sistema establecido por la dirección de ésta, y en dedicar especial atención a la evaluación y prevención de los posibles riesgos que pudieran afectar a los objetivos de la aludida organización.
Estas directrices fortalecían nuestro espíritu, que se acentuaba cuando también nos recordaban que el auditor interno no era un inquisidor, ni una amenaza, ni un juez, ni un acusador sino, sencillamente, un colaborador más dentro de la empresa, “que no nos hacía dependientes” por el vínculo de una nómina, y que se nos aconsejaba “ser más confesionarios que púlpitos”; y que nos teníamos que acostumbrar a ser “terriblemente coherentes, lógicos y racionales”, y que esgrimiendo el lema de los auditores internos “El progreso de la participación” (Progress through sharing), profesión que había nacido en los albores de la década los 40 del siglo XX, teníamos que tener presente , a cada momento, que nuestro Patrón era el apóstol Santo Tomás, el incrédulo, el de la llaga...
Nos recordaban, igualmente, que el auditor interno era, por encima de todo, un especialista, que analizaba los libros que le presentaban; interpretaba los balances y realizaba gestiones e investigaciones por cuenta de varias canalizaciones y, según los casos, supervisaba también las existencias en almacenes de todo tipo, calculando los precios de coste, introduciéndose en esa auditoría de gestión de amplísima casuística. Al final, el informe correspondiente, donde daba cuenta de sus observaciones y recomendaciones, proponiendo fórmulas para mejorar la gestión de lo examinado.
Recuerdo que por aquellas fechas, aquí, en mi tierra, en Canarias, existían continuas ofertas desde el sector hotelero. Ciertas empresas tenían contratado, de forma permanente, a un auditor interno, al que previamente se le había exigido estos “simples requisitos”: sentido de la organización, atención, vigilancia, precisión, reflejos rápidos, intuición, vivacidad, honradez, escrupulosidad, persuasión, paciencia, ponderación, calma, sangre fría...
Cuando empezamos a desarrollar la profesión de auditor interno e “irrumpíamos” en diferentes áreas de la empresa, los ojos de los consultados, de mis propios compañeros de trabajo, no llegaban a desorbitarse pero sí a escrutarme con una mirada especial e inolvidable, con aquel sinuoso hilillo de humo, gestado del pitillo que temblaba entre sus dedos . Y cuando les empezaba a preguntar, y a oírles, por eso lo de auditor, comprobaba que sus respectivas respuestas, aunque relativamente convincentes, tenían una cadencia de nerviosismo y de balbuceo.
¿Éramos prepotentes? ¿Éramos dictadores en el diálogo? ¿Por qué se nos ofrecía aquella evidente excitación y aquel comprobado desequilibrio emocional? Sin lugar a dudas, el auditor interno, de momento, era sinónimo de amenaza .Se convertía, sin pretenderlo, en un ser casi intocable al que había que temer. Era una pesadilla que podía surgir en cualquier momento dentro de la empresa...
Con el tiempo y poniendo en práctica nuestras normas de comportamiento profesional que deben estar impregnadas de honestidad, objetividad y diligencia; recordando a cada instante nuestro Código de Ética; basándonos en que nuestro fundamento estaba en la veracidad de los hechos y en el principio de la prudencia y, sobre todo y por encima de todo, con auténtico espíritu de colaboración; con todo este acopio de experiencias, insistimos, aquella amenaza se fue convirtiendo el algo totalmente distinto. Más adelante, cuando “irrumpía” el auditor interno, se interpretaba su visita como una ayuda y, también, como un estímulo. En mis compañeros de trabajo había cundido lo que podríamos denominar “cultura auditora”, porque, con el tiempo, se habían percatado de que el auditor les ayudaba; tenía que ayudar a que comprendieran la necesidad de un control de controles; lo necesario que resultaba una vigilancia para evitar descuidos, para que no se repitiera, por ejemplo, aunque en otros niveles, que un intruso penetre en la mismísima alcoba de la Reina Isabel a pesar de las rígidas escoltas en el Palacio de Buckingham, o que una simple avioneta de aficionado aterrice en la “vigiladísima” Plaza Roja de Moscú...
En esta profesión, y en una sinopsis de exposiciones de aptitudes, tuvimos que inclinarnos por el gusto a tomar parte, a colaborar, frente al talante individualista y solitario. Ello hizo en el futuro asequible la labor en equipo, muy importante en la auditoría interna; un difícil trabajo porque entraña ciertos riesgos; uno de éstos, es decir siempre la verdad sobre nuestros hallazgos e investigaciones; comprobamos que casi nunca gusta oír una verdad que no fuese totalmente positiva para quien la oyese; otro de estos riesgos era que cualquiera que fuese la filosofía de la auditoría, al finalizar se terminaba por descubrir la deficiencia: en los controles, en los métodos, en los sistemas.
Con el paso del tiempo, en efecto, nuestra visita, la visita del auditor interno, se llegó a interpretar, incluso, como un estímulo para el auditado porque cuando el trabajo solicitado presentaba el sello de la normalidad y de la aprobación, había que expresarlo, había que pregonarlo, y había que decirlo. Y manifestándolo de forma oral y luego plasmándolo en el correspondiente informe, aquel compañero de trabajo, que la mayoría de las veces estaba acostumbrado al varapalo y casi nunca al verbo y al gesto de aprobación, se veía ahora compensado y analizaba que su labor diaria- muchas veces se bautiza como rutinaria- que intuía anónima e insignificante, recobraba para él un enorme y positivo sentido , porque era algo susceptible de aliento, algo que levantaba su alicaída moral.
Aquel regocijo lo exponía -nos consta- ese mismo día, en su casa, a su mujer, posiblemente a sus hijos, como una conquista, pues eso, laboral y personal. Y le mantenía motivado, estimulado, optimista y preparado para la nueva visita del auditor interno, otro compañero más de trabajo, otro colaborador dentro de la empresa, que al finalizar su tarea en el departamento asignado, el auditado, con sosiego y equidad, le decía: “Nos gustaría que nos visitara con más frecuencia”. Ante aquella petición, quien suscribe, inevitablemente, tenía que recordar la “radiografía” que del auditor moderno emitió en su día el británico Williams G. Phillips, al decir: “El auditor tipo es una bella persona, inteligente, cordial, considerado, con habilidad para ponerse en el lugar de otros y comprender sus problemas; educado en su trato con los demás y servicial, pero al mismo tiempo objetivo, sereno y compuesto como Stravinsky en noche de estreno; humano y con corazón de oro, amistoso como un encantador caniche; cerebral y agudo para los negocios y con un gran sentido del humor. Felizmente crea otros a su imagen y semejanza y todos ellos van al cielo...”
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