Ermita de la Virgen de Regla
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 8 de septiembre de 2019)
Ermita de Nuestra Señora de Regla
En 1643, terminada la construcción del Castillo de San Juan -Castillo Negro-, el Cabildo consideró conveniente dotar a su guarnición de una capilla para la oración, puesto que aquellos parajes quedaban muy alejados del centro de la población.
Aunque ya figura en el plano de Santa Cruz de 1669, elaborado por López de Mendoza y Salazar, el Libro de Fábrica que se conserva en el archivo de la parroquia de la Concepción expresa que comenzó a construirse en 1674.
La Ermita fue edificada en el barrio de Los Llanos, cercana al mar, en el camino de las Cruces o del Calvario, llamado así por el Vía Crucis de madera que existía a lo largo de su recorrido. Está dedicada a la Virgen de Regla, traída de Méjico por don Domingo Díaz Virtudes, marino de la carrera de Indias, vecino de Santa Cruz, quien además dejo 4.000 reales en su testamento para su mantenimiento.
Nuestra Señora de Regla
Los vecinos siempre le han profesado gran devoción, llegando a colaborar en su arreglo, limpieza, adornos y decoración. En 1675, el capitán Francisco de la Cova Ocampo le regaló dos lámparas de plata, y doña Luisa Antonia Navarro, viuda del capitán Pascual Ferrera, dos pares de candelabros de plata y dos vinajeras; En 1714, el primer mayordomo de la Ermita, el escultor Lázaro González de Ocampo, le donó dos lámparas de plata para el altar mayor que le costaron 1.500 reales. En 1785, la camarera de la Virgen, doña María Candelaria Gosado, donó el Cáliz y las vinajeras, realizadas por el platero don José García de Paredes.
Sin embargo, su mayor benefactor sería el comerciante y naviero don Matías Rodríguez Carta, quien en 1724 le regaló a la Virgen un vestido de lampazo, azul y blanco, con franjas de oro, que le costó 860 reales, y sufragó la remodelación de la Ermita, la más importante de cuantas se habían llevado a cabo, pues agrandó la capilla y la sacristía con sillares de piedra viva y cantos de tosca, cubrió el techo con tejas, le puso losetas al suelo, y la dotó de altar, gradas, retablo estofado y dorado, y ornamentos sagrados.
Ese mismo año, el obispo de Canarias, Félix Bernuy Zapata y Mendoza, le ordenó a don Matías Rodriguez Carta que le entregara a don Ignacio Logman los candelabros de plata que habían en la Ermita para fundirlos y hacer el frontal del altar de la parroquia de la Concepción.
Su festividad se viene celebrando con gran suntuosidad desde su creación, y a ella se sumaban los soldados del Castillo, saludándola con salvas cuando la procesión pasaba por sus inmediaciones. A partir del siglo XVIII, la fiesta era muy animada y con mucha concurrencia pues, cada 8 de septiembre, todo Santa Cruz asistía a los bailes populares, donde habían parrandas, ventorrillos y neverías. A ella también concurrían las “tapadas”, damas y damitas de la sociedad santacrucera con el rostro cubierto y lujosamente vestidas con manto y saya. Por si llovía, existía una gran carpa donde se celebraban los actos.
Desde 1714 en las procesiones la acompañaba la cofradía de la Virgen, cuya medalla fue encargada a Barcelona.
Durante los años 1810 a 1814, la ceremonia religiosa no se pudo realizar en el interior de la Ermita, debido a la cantidad de enterramientos efectuados en ella durante la epidemia de fiebre amarilla, y en 1889 la fiesta no se celebró por falta de fondos.
En el siglo XIX, la Ermita comenzó a utilizarse para otras funciones ajenas al culto. Cuando la epidemia de fiebre amarilla ocurrida el año 1810, en su interior se enterraron a los fallecidos por la enfermedad, al no haber más espacio disponible en las iglesias. Allí, junto a numerosos vecinos de Santa Cruz, fueron sepultados don Juan Primo de la Guerra, Vizconde del Buen Paso; don José María de Carvajal, Capitán del batallón de Infantería de Canarias; don José de Arriaga, Mariscal de Campo, Caballero de Santiago y segundo Comandante General de Canarias; dos hijos de don Ramón de Carvajal, Comandante General de Canarias; don Carlos Lujan, antiguo Comandante General; don Marcelino Pratt, administrador del Hospital de los Desamparados; don José Verdugo Tapelo, Excorregidor de Gran Canaria; don Valentín Noguera, administrador de las Rentas Reales (Aduana); etc.
Pocos años después, una nueva epidemia de difteria y sarampión haría que el obispo le ofreciera el recinto al Ayuntamiento para que fuera utilizado como hospitalillo de aislamiento, al no existir espacio en el Hospital de los Desamparados.
La Ermita de Regla en 1888
En 1899 fue utilizada como depósito militar, cuando hubo que repatriar las tropas de Cuba, y en 1918 se habilitó como escuela, al fracasar por falta de dinero el proyecto de un Grupo Escolar para el barrio de El Cabo.
En 1943, cuando un incendio destruyó el techo a cuatro aguas, de madera y tejas árabes, el maestro Jerónimo Cruz lo restauró, dejándolo tal como se encuentra en la actualidad. También sustituyó la puerta de entrada, eliminó las “esquinas coloradas” de las paredes exteriores; añadió un despacho parroquial, anexo a la sacristía; eliminó la espadaña original de la fachada, sustituyéndola por otra, según el dibujo del arquitecto Enrique Rumeu de Armas. Para complementar la obra, las alumnas del Colegio Pureza de María de Santa Cruz de Tenerife, encargaron a Manuel Rojano la fundición de las campanas.
El citado año, el obispo Fray Albino González Menéndez-Reigada le otorgó la categoría de parroquia, segregándola de la iglesia Matriz de la Concepción -iniciativa que al final no llegaría a prosperar-.
La ermita guarda en su interior interesantes cuadros, como San Cristóbal, pintado al óleo en 1744 por Juan de Miranda; San Lázaro, que se encontraba en la capilla del Lazareto; San Roque, etc.
Además de la adulteración casi total que ha sufrido, la Ermita ha quedado a más bajo nivel que las rasantes de las vías colindantes y, por ello, cuando llueve con intensidad se inunda, tal como ocurrió en la riada del 1 de febrero de 2010, en la que hubo que repararla totalmente, obras que fueron realizadas por la Agrupación de Voluntarios de Protección Civil del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, de la que es su Patrona.
Debido al plan urbanístico del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife de 1958, que contemplaba mejorar la avenida marítima y su entorno, fueron demolidas las casas terreras y ciudadelas de los barrios de Los Llanos y El Cabo, en las que vivían 800 familias de clase trabajadora, siendo sus moradores realojados en las barriadas recién construidas en la periferia de la ciudad: San Pío X, La Salud, Cuesta Piedra, Somosierra, Santa Clara, Juan XXII, Ofra y Chimisay, situadas muy lejos del entorno que había sido su hogar.
Aunque se argumentó que las nuevas viviendas tenían mejores condiciones de vida para los vecinos expulsados y expropiados, lo cierto es que el desplazamiento de su primitivo hogar les ocasionó un enorme desarraigo, acostumbrados como estaban a la convivencia y concordia entre ellos.
Pero, esta armonía ha pervivido a lo largo de los años y, por eso, cada 8 de septiembre, muchos Llaneros reivindican lo que consideran su espacio dentro de su antiguo barrio, reencontrándose en los alrededores del Templo para celebrar todos juntos la festividad de la Virgen de Regla, siendo las señoras las encargadas de que cada año la Virgen luzca un precioso manto y lujosas joyas, regalos de sus fervientes devotos, y la Ermita se encuentre en perfectas condiciones.
Con el Plan General de 1992, que incluía el convenio del Ayuntamiento con Cepsa para urbanizar los terrenos de la refinería, en todo este sector, que hoy se denomina Cabo-Llanos, se generó una activa dinámica inmobiliaria, construyéndose edificios de gran altura, que daría lugar a la conocida “milla de oro” de Santa Cruz.
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