Thomas Troubridge, el amigo "cenizo" que Nelson se trajo a Santa Cruz
Por Jesús Villanueva Jiménez (Publicado en El Día el 20 de junio de 2019).
Nos acercamos al 222º aniversario de nuestra Gesta del 25 de Julio de 1797. Por si estas líneas fueran visitadas por algún "despistado", recordemos que aquel día Santa Cruz, a las órdenes del veterano general don Antonio Gutiérrez de Otero, Capitán General y Gobernador de Canarias, derrotó a la escuadra británica que, a las órdenes del contralmirante Horatio Nelson, atacó la plaza con la intención de tomarla, como primer paso para hacerse con todo el Archipiélago. Gesta porque los británicos se nos llegaron con nueve buques de guerra y 2.000 hombres, entre marinería e infantería de marina, guerreros experimentados, bien instruidos y bien armados y pertrechados; mientras la defensa isleña la conformaban, redondeando, 300 soldados profesionales entre artilleros y los del Batallón de Infantería de Canarias, más los 1.500 campesinos de los Regimientos de Milicias (armados con aperos y chuzos la mayoría, solo el 20% disponía de mosquetes), los de La Laguna, La Orotava, Garachico y Abona (este último no entró en combate, pues dada la distancia, llegó el regimiento a las cercanías de Santa Cruz ya rendidos los invasores), los 60 hombres de las Banderas de la Habana y Cuba, y los 110 marineros de La Mutine. No eran las defensas tinerfeñas un ejército compacto como el británico, absolutamente profesional, que se nos echaría encima, y, para colmo de males, las islas no podrían contar con el auxilio de nuestra Armada.
Recordemos también que es irrefutable -por el contrario a lo que dicen en la Gran Bretaña y algunos, ya pocos, por estos lares- la intención de Nelson de hacerse con nuestras siete islas, luego de tomar su plaza fuerte más importante, sede de su Comandancia Militar. La intención lo acredita, entre otras circunstancias, el contenido de las misivas cruzadas las fechas previas al asalto, durante los preparativos de la expedición, entre Nelson y su jefe inmediato, el almirante John Jervis, comandante de la Royal Navy en el Mediterráneo. Preguntó el contralmirante a su jefe: "¿Es su opinión que la intimidación sea dirigida a la isla de Tenerife en su conjunto, o únicamente a la población de Santa Cruz, y al distrito que le pertenece?" A lo que éste le contestó: "A la totalidad de la isla". Nelson volvía a preguntar: "¿Qué contribución desea que solicite para la preservación de la propiedad privada, con la excepción anteriormente expuesta (se refería a los alimentos y enseres que necesitasen los isleños para la supervivencia y progreso), con lo que respecta a Gran Canaria?" Respondió Jervis: "Palma, Gomera, Ferro, Ventura, Lanzarote". No cabe duda alguna.
Una vez organizada la expedición, partió la escuadra de cuatro navíos de línea, tres fragatas, un cúter y una bombarda (artillados con 393 bocas de fuego), el 15 de julio desde aguas gaditanas (menos el navío Leander que lo hizo de Lisboa) con rumbo a Tenerife. Entre los oficiales de la flota se hallaba el capitán de navío Thomas Troubridge, comandante del Culloden, amigo personal de Nelson, ambos nacidos en 1758, por tanto coincidían en los 39 años de existencia, por entonces (quizá tuviera 40 Troubridge, pues no se conoce ni día ni mes de nacimiento; Nelson vio la luz el 29 de septiembre). Fue Troubridge en primera instancia quien motivó a Nelson para abordar la empresa del ataque a Santa Cruz -puerta de las Canarias-, al informarle de la presencia del virrey de Méjico en la plaza fuerte española, donde se había descargado para su custodia una formidable partida de oro valorada entre 6 y 7 millones de libras, una fortuna inmensa en aquellos tiempos, aunque tal circunstancia resultó ser falsa. ¿De dónde había sacado Troubridge aquella incierta información? En Troubridge confió el contralmirante el mando de las fuerzas de desembarco en los dos intentos fallidos del 22 de julio, y fue su segundo en el asalto de la madrugada del 25.
Sin duda, fueron un conjunto de factores los que determinaron la victoria española sobre los británicos en aquella batalla, tales como: El avistamiento de la flota intrusa la madrugada del 19 desde la atalaya de Anaga, fruto del Plan de Defensa anticipado por Gutiérrez; la providencial alerta clamada por la "agreste" de San Andrés -anónima heroína-, que desbarató la sorpresa del desembarco inglés en la aún oscura madrugada, con la consiguiente media vuelta de las lanchas hacia sus buques; el también providencial posicionamiento de El Tigre, asomado a la playa de la Alameda por la tronera abierta el 24, por iniciativa del teniente de Milicia de Artillería, el lagunero Francisco Grandi Giraud, comandante del baluarte de Santo Domingo, cuyo fuego hirió gravemente a Nelson (ya sabemos que perdió el brazo derecho), lo que causó una gran incertidumbre en los británicos en tierra, especialmente en el segundo al mando, Troubridge; la eficacia de la artillería española, que evitó gran parte del desembarco pretendido por el enemigo, hundiendo además el cúter Fox, lo que causó muchas bajas a los ingleses y llevó al fondo del mar pertrechos, armas y munición previstos para asaltar el castillo de San Cristóbal; la acción decisiva del Batallón de Infantería al mando del teniente coronel Juan Guinther, que en la zona de la desembocadura del barranco de Santos repelió sucesivas veces intentos de desembarco; las acciones conjuntas del mismo batallón acompañado de la milicia, reorganizados en cuatro destacamentos posicionados por el propio general Gutiérrez en lugares claves de Santa Cruz, cuyos hombres no dieron cuartel al enemigo en tierra, en combate feroz, a fuego de mosquete y cuerpo a cuerpo en plazas y calles chicharreras; y las mareas contrarias, que también estuvieron de nuestro lado, que digo yo, por algo este cachito de Atlántico son nuestras aguas. Lo cierto es que Nelson -y Jervis, que no consideró necesario ni más buques ni más hombres para el éxito de tal empresa- menospreció la defensa isleña y creyó alcanzar la victoria cual paseo militar, pues así lo expresó en carta dirigida a Jervis: "Pero ahora viene mi plan, que no puede fallar, que inmortalizaría a quienes lo pusieran en ejecución, arruinaría a España y tiene todas las probabilidades de elevar a nuestra Nación al mayor grado de riqueza que nunca haya logrado aún". Su decisión final de encabezar el desembarco del 25, siendo el comandante de la flota, fue un disparate fruto de su insaciable sed de gloria. Tomemos estas circunstancias sólo como parte de un hecho histórico de trascendencia universal, pues no fue baladí aquella victoria rotunda contra el idolatrado marino británico, sin duda el más enconado enemigo que tuvo en el mar el tirano Napoleón Bonaparte.
Hecho este análisis recordatorio, volvamos a Troubridge. ¿Por qué he titulado este artículo Thomas Troubridge, el amigo "cenizo" que Nelson se trajo a Santa Cruz? Hablemos de sus intervenciones en la isla. En mi opinión y en la de expertos militares con quien en comentado la actuación del comandante del Culloden, éste tomó algunas decisiones que nos favorecieron notablemente. La primera fue abortar el avance y ordenar dar media vuelta hacia los buques cuando se vio frustrado el primer intento de desembarco la madrugada del sábado 22, antes mencionado. De haber seguido su avance, los defensores, que no sabían por qué parte de la costa serían atacados en un primer intento, no hubieran podido oponer la misma resistencia esa madrugada -Santa Cruz dormía-, que una vez tuvieron la certeza de la presencia enemiga y de parte de su estrategia. Por lo que un segundo intento de desembarco encontraría más dificultades. ¿O acaso pretendía Troubridge tomar tierra sin una baja? ¿Acaso creyó el inglés hallar mejor ocasión que aquella para desembarcar, aun bajo fuego español, ya Santa Cruz en pie de guerra? Nelson, muy enfadado y desconcertado, ordenó un inmediato nuevo desembarco, de manera que desde las fragatas más cercanas a tierra -cubiertas por la potente artillería de los navío de línea-, a las 9 de la mañana del mismo 22, partieron cerca de 40 botes con entre 900 y mil hombres, con la misma intención del primer intento, poner pie en tierra en la playa del Bufadero, la desembocadura del barranco de Valleseco. Aunque recibieron fuego desde el castillo de Paso Alto, pudo desembarcar toda la expedición. A la izquierda de los que tomaron tierra se hallaba la Altura de Paso Alto, donde Gutiérrez había situado 200 defensores al mando del teniente coronel del Regimiento de Milicias de La Laguna, don Juan Bautista de Castro. Los ingleses se fueron hacia el Ramonal, encaramándose a lo largo de su perfil, para protegerse tras el macizo montañoso del fuego español con el que fueron recibidos en cuanto trataron de cruzar Valleseco. Era intención británica asaltar el castillo de Paso Alto y dirigir sus cañones hacia el de San Cristóbal, cuyo fuego cubriría el avance hacia éste de la tropa invasora. Troubridge no optó por una penetración rápida de sus hombres, asumiendo las bajas inevitables, sino que los mantuvo desde mediodía, bajo un sol abrasador, sin agua ni alimentos, hasta el atardecer en aquella cordillera, sin siquiera hacer un intento de cruzar el valle. Ordenó la retirada luego de más de ocho horas mareando la perdiz. ¿Lo hubiera conseguido? Nunca lo sabremos, pero al menos un intento creo que debió hacer. Si no, ¿a qué estaban allí?
En el ataque en tromba, la madrugada del 25, Troubridge logró desembarcar -luego de ser rechazados por los del Batallón de Infantería de Canaria y los del cuerpo de Cazadores de milicia, en sus intentos de desembarco por la desembocadura del barranco de Santos- por la caleta de la Aduana, por donde también lo hicieron la mayoría de los británicos. Después de varias horas de combate, una vez se vieron los ingleses rebasados por los isleños, ya encerrados en el convento de Santo Domingo, ante la ausencia de noticias de Nelson y la posibilidad de haber caído bajo el fuego español durante el desembarco, Troubridge cayó en el mayor de los desánimos. Tan alto tuvo que ser su abatimiento, que siendo él el segundo en el mando, no fue en persona a negociar con el general Gutiérrez una rendición en las mejores condiciones, sino que envió a un oficial, y luego, a la firma de la capitulación, al capitán de navío Samuel Hood, comandante del Zealous. Troubridge no estaba herido -no más que un rasguño en un brazo- y seguía siendo el comandante de las fuerzas de desembarco, en ausencia de Nelson, como se indica en el documento de capitulación más abajo de la firma de Hood:
Dado bajo mi firma y sobre mi palabra de honor, Samuel Hood.
Ratificado por T. Troubridge Comandante de las tropas Británicas.
Thomas Troubridge
Pero, ¿quién era Thomas Troubridge? ¿de dónde venía su amistad con Nelson? ¿hasta qué punto eran amigos? ¿qué fue del capitán del Culloden después de la rotunda derrota sufrida en Tenerife? Repasemos su vida.
Thomas Troubridge nació en Londres, de ascendencia irlandesa, fue hijo único, su madre se llamaba Elizabeth Squinch y su padre, panadero, Richard. Fue admitido en la fundación de la escuela de St. Paul de Londres, el 22 de febrero de 1768, a los 10 años. A principios de 1773 se embarcó en un mercante con destino a las Indias Occidentales y en octubre de ese mismo año ingresó como marinero en la Royal Navy, a bordo de la fragata Seahorse (curiosamente, este buque formó parte de la escuadra que atacó Santa Cruz, al mando del capitán Thomas Francis Fremantle). Y fue precisamente en la Seahorse donde fraguó su amistad con el por entonces adolescente de su misma edad Horatio Nelson, en larga singladura por las aguas de las Indias Orientales. Sin duda, la amistad que nace en la adolescencia -ambos contaban por entonces 15 años-, más aun compartiendo tan intensas vivencias, se estrecha con fuerza. Ya sabemos pues que Nelson confió a quien consideraba amigo fiel la segunda jefatura de la expedición a Tenerife.
Troubridge fue calificado como guardiamarina el 21 de marzo de 1774 y ascendido a teniente el 1 de enero de 1781. Combatió en diferentes contiendas -entre ellas en la guerra de Independencia de los EE.UU.-, sin nada importante que destacar, salvo que su barco (la fragata Castoren) y tripulación fueron hechos prisioneros por los franceses en mayo de 1794, durante la custodia de una flota, siendo liberados al poco tiempo. A principios de 1795 fue nombrado capitán del navío de línea Culloden, de 74 cañones, con el que participó en algunas reyertas de baja trascendencia, hasta que el 14 de febrero de 1797 formó parte de la escuadra al mando del almirante Jervis -como también lo hizo Nelson-, en la batalla de San Vicente, recibiendo al término la felicitación de su jefe. A partir de aquí conocemos los avatares de Troubridge, hasta su marcha de Santa Cruz, luego de la derrota sufrida.
Pasaría un año hasta que Troubridge apareciera en una escena bélica de relevancia. Y lo hizo en una de gran trascendencia, además, otra vez, a las órdenes de Nelson. Fue en la importante batalla de Abukir. Después de meses de dolorosa y complicada recuperación, Nelson se hizo a la mar en el navío de línea Vanguard de 74 cañones, comandando la escuadra de 14 navíos, a la caza de la flota francesa al mando del vicealmirante François-Paul Brueys d'Aigalliers, en la que el mismísimo Bonaparte navegaba, en su campaña de invasión mediterránea. Luego de meses de búsqueda, la escuadra francesa -de 13 navíos de línea y 4 fragatas-, fue descubierta fondeada en la bahía de Abukir, en la desembocadura del Nilo. La acción británica fue vertiginosa, favorecida, todo hay que decirlo, por el encadenamiento de los buques franceses entre sí -orden directa del pequeño corso-, que les impidió la movilidad en la batalla. Sintetizando muchísimo, Nelson ordenó el posicionamiento de sus navíos paralelos a la línea enemiga, parte entre ésta y tierra, y parte por el exterior, por lo que los franceses recibieron fuego por ambas bandas. Conocemos el resultado: la escuadra francesa fue destruida y Bonaparte quedó en Alejandría sin el apoyo de sus buques. ¿Pero cómo fue la actuación de Thomas Troubridge en aquel combate? Muy poco afortunada, diría que nula, pues no pudo entrar en combate, dado que el buque a su mando, que seguía siendo el Culloden, al adentrarse en la bahía, encalló en un banco de arena, lo que le inmovilizó durante toda la refriega. Con el timón arrancado y daños en el casco, al día siguiente del combate, Troubridge logró enmendar lo necesario para conducirlo hasta Nápoles, donde fue reparado. De 14 navíos, precisamente el de Troubridge quedó fuera de combate antes de hacer un solo disparo. Por cierto, curiosamente, Nelson supo de la presencia de la escuadra de François-Paul Brueys en la bahía de Abukir, por la información que le dieron desde la corbeta La Mutine -aquella francesa que apresaron en la rada santacrucera la madrugada del 28 de mayo, dos meses antes del ataque británico a la plaza-, que había capturado un bajel egipcio, procedente de Alejandría.
A pesar de la nula participación en combate de Troubridge, Nelson consiguió que el Almirantazgo -que en principio se la había negado- concediese la misma condecoración -una medalla de oro conmemorativa- que fue otorgada a los comandantes de los navíos que destruyeron la flota francesa en Abukir. Muestra más de la amistad que les unía.
A finales de 1798, comandó una pequeña escuadra cuyo fin era vigilar la costa de Egipto, y en marzo de 1799 se volvió a unir a la flota de Nelson. No participó en combate relevante durante ese tiempo, hasta que en marzo de 1801 fue nombrado comisionado del Almirantazgo por el mismísimo almirante John Jervis, conde de Saint Vincent -con quien Nelson tenía también gran amistad-, al ser éste designado Primer Lord del Almirantazgo ese mismo marzo. Como comisionado hizo buenos servicios a Jervis, mediando en algunos conflictos con la marinería, incluso en algunos amotinamientos acaecidos en Plymouth y en Westminster, por lo que fue reconocido por su jefe. El 23 de abril de 1804, el londinense fue ascendido a contralmirante, y en mayo de ese mismo año dejaba el Almirantazgo. En abril de 1805 fue designado comandante en jefe conjunto de las Indias Orientales, siéndole asignado un territorio al este de Point de Galle, en Ceilán. Aquel empleo asignado por el nuevo Gobierno sorprendió a Troubridge, puesto que él había apoyado al Gobierno caído. Y aquí se da una circunstancia, al menos, no fácil de entender. Troubridge tuvo que enarbolar su insignia en un viejo navío, más apto ya para el desguace, el Blenheim -al mando del capitán Austen Bissell-, que construido en los astilleros de Woolwich fue botado el 5 de julio de 1761 -sumando casi 44 años-, no considerado ya por entonces apto para la navegación. Aclararé que el Blenheim fue construido con tres cubiertas y artillado con 90 piezas, pero en 1801 fue literalmente serrado, quedando con dos cubiertas y 74 cañones. De esta circunstancia se quejó nuestro conocido marino, pero de nada le sirvió. ¿Era esa manera de tratar a un contralmirante de la Royal Navy?
En su nuevo destino sufrió un encontronazo con el hasta ese momento único comandante en jefe de toda la estación de las Indias Orientales, el también contralmirante Edward Pellew, quien desde un principio manifestó su desacuerdo con el primer ministro entrante, William Pitt, quien, según su criterio, le había otorgado a Troubridge la parte más lucrativa del este de la estación ahora dividida en dos. Tal fue el enfrentamiento entre ambos, que a punto estuvieron de resolver sus diferencias en un duelo.
Volvamos al porqué del calificativo de "cenizo" que impongo a Troubridge. Como consecuencia del conflicto entre éste y Pellew, circunstancia que había llegado al Almirantazgo, éste resolvió ordenar a Troubridge que asumiera el mando en Ciudad del Cabo, y en consecuencia Pellew reanudara el mando de toda la estación del este de las Indias Orientales. Troubridge, muy contrariado, decidió partir de inmediato hacia su nuevo destino. Sin embargo, el comandante del Blenheim, el capitán Bissell, le advirtió que el buque no estaba en condiciones de navegar, después de haber pasado en tierra una temporada para arreglar graves desperfectos, y menos emprender tan larga travesía entre Madrás, al sur de la India, hasta el Cabo, al sur del continente africano. Así y todo, empecinado Troubridge, desoyendo la opinión de Bissell, el Blenheim zarpó el 12 de enero de 1807 con rumbo al sur de África, acompañado de la fragata Java, al mando del capitán George Pigot y del balandro Harrier, comandado por el capitán Justice Finlay. Fue tal la determinación de Troubridge, que algunos pasajeros embarcaron en el viejo buque, considerando más experta la opinión del contralmirante. ¡Mortal error! El 1 de febrero, cerca del extremo sureste de Madagascar, la pequeña escuadra se encontró con un ciclón. Los barcos quedaron a merced de la naturaleza desatada. De aquella tempestad sólo salió el Harrier. Se especuló más tarde, según informó Finlay, que la Java trató de auxiliar al vetusto Blenheim, que se hundía irremediablemente, y que aquella maniobra le costó ser también engullida por las aguas embravecidas. Casi 280 hombres de la fragata y 590 del Blenheim perdieron la vida. Contaba Thomas Troubridge 49 años, un "cenizo" de consideración.
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