Poca cama, poco plato y mucha suela de zapato

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 13 de septiembre de 1990). 
 
 
 
          ¿Qué era para el hombre de las cavernas -que se pasaba la vida corriendo, cazando en busca de alimentos, luchando contra la intemperie contra los hombres de una tribu rival- el infarto? Aquellos seres con taparrabos y hachas de sílex fueron pioneros del deporte; fueron los que descubrieron el vigor que proporciona el ejercicio y la actividad al aire libre. Los que no tenían fibras de atleta naturales tenían que serlo por imperativa constancia.
 
          Los médicos norteamericanos han demostrado que sólo pasan los cien años los que al ejercicio unen una ilusión, comprensión y profundas creencias, como nos lo ratificaron Matusalén, Abraham y, sobre todo, Moisés, que estuvo cuarenta años deambulando por el desierto con una pesada creencia sobre los hombros, y vivió un empacho de años.
 
          El esfuerzo físico del hombre moderno, en su trabajo, ha descendido de forma alarmante ya que evidentemente, aún fatigándose cerebralmente el contable, el ingeniero, el cajero, el secretario o la secretaria, el auditor, sin hablar de otros empleados, no realizan mucho ejercicio físico.
 
          ¿Para qué seguir escalofriándonos intentando reflejar imagen de nuestro comportamiento deficitario de nuestro organismo civilizado? Nos derribamos estrepitosamente; no existe una espita de esperanza para esta legión de directivos, empleados y obreros, trilogía que ya comparten idéntica pesadilla que esos ejecutivos atiborrados de responsabilidad y trabajo; de rica alimentación; vida sedentaria; coche, ningún deporte, mucho alcohol y tabaco…?
¡Claro que existe la esperanza!
 
          Al ya primitivo eslogan del “Contamos contigo” y aquel otro de “Mantente en forma” podríamos aportar el de “Camina, por favor”, porque ¿Quién se ha atrevido a decir que para hacer deporte hace falta una pelota, unos remos, unos esquíes o quizá un caballo? ¿Quién es capaz de negarle la condición de deportista al que también camina? No hay que olvidar lo que dice aquella máxima “Poca cama, poco plato y mucha suela de zapato”. El que camina, el que de verdad camina, se pueden cansar igual que los más encopetados atletas. Y no digamos nada si se trata de batir récords, ya que, si tiene habilidad para caminar, primero, con los talones, pueden tomar parte incluso en las mismísimas olimpiadas. Pero aquí no se trata de pedir medallas a nadie. Se trata, pura y exclusivamente, de hacer deporte para, entre otras cosas, evitar anquilosamiento, pesadez y colesterol.
 
          Los que se encuentran más cerca o lejos de la jubilación laboral no necesitan de instalaciones especiales para mejorar sus condiciones fisiológicas. El campo de acción está ahí, en el suelo: tierra, piedras o asfalto. En cualquiera de estas parcelas se podría, con más o menos facilidades, caminar, que esto es lo que interesa.
 
          Para lograr tal objetivo deja a un lado tu habitual pereza, tu abandono o tu desánimo. Y, por supuesto, esta máquina infernal, acomodaticia y que está limitando vida y acumulando grasas en anatomías; deja a un lado esa máquina que responde por coche, la televisión, los buenos sillones etcétera. La fórmula no puede ser más sencilla: Por la mañana, cuando te dispongas a ir al trabajo, si éste te queda a quince minutos de caminata, no sigas sentenciando tu salud poniéndote al volante del automóvil. Desplázate, camina, respira hondo y profundo por esas calles no martirizadas y estigmatizadas por la contaminación matinal. Verás como a los días te recordarás de aquella agilidad que luciste en épocas escolares. Si el puesto laboral te queda distante y conviene las revoluciones del motor, no te acalores si no encuentras aparcamiento a la puerta de tu oficina, porque eso de lograr ubicación a pocos metros del despacho ya va cobrando caracteres auténticamente patológicos.
 
          Deja el dichoso carburador y accesorios donde encuentres el primer hueco; si lo descubres algo retirado, mejor, mucho mejor, ya que así tendrás oportunidad de estirar piernas y darles ritmo a esos músculos antes de introducirte en esa especie de silla eléctrica -lenta y despiadada- que constituye tu nido de trabajo.
 
          No te des por vencido. No te desanimes. No pierdas las esperanzas. Ni te ruborices, que es síntoma muy frecuente cuando el español intenta hacer cualquier ejercicio deportivo. Puedes destruir sedentarismo y motorización. Puedes acabar con estas plagas que vienen agravando nuestra ecología. La única defensa que tenemos está en cambiar, rápida y radicalmente, nuestra moderna forma de existencia. Camina, anda, desplázate, por favor, es una forma, como otra cualquiera, de hacer deporte. Ya has podido comprobar que no necesita de especiales instalaciones.
 
          Camina, anda, desplázate. Si lo haces estarás autorecetándote lo que ya muchos doctores vienen prodigando en sus consultas como milagroso remedio a tanta pesadilla de muerte repentina: “Sería muy conveniente que usted hiciese cuarenta minutos de deporte, o de cultura física, cada día; y una hora el sábado y el domingo” Y es que caminando ayudas a tu aparato circulatorio. Los músculos de las piernas y de la cintura al caminar favorecen el regreso de la sangre al corazón. Decía un gran cardiólogo que de cintura para abajo tenemos otro corazón que, cuando se ejercita, ayuda mucho al que tenemos metido en el pecho.
 
          Haz vibrar tus pulmones; dosifica calorías y procura cambiar, combatir y resarcirte de tus habituales y nefastos asientos, descubriendo de paso a este saludable y cómodo deporte que responde por caminar. Y no te olvides de aquella sabia máxima que dice: “Poca cama, poco plato y mucha suela de zapato”.
 
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