Bibury, el pueblo más bonito de Inglaterra

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 28 de mayo de 2016)
 
          Se ha afirmado, y con sobradas razones, que el Viejo Continente está repleto de pueblos variopintos y bellos, desde los caseríos alemanes, pasando por las hermosas y coloridas aldeas de los países nórdicos, las coquetas villas costeras de Italia, los impresionantes lugares de montaña de Suiza, los poblados medievales de España o los pueblos de cuentos de Francia.
 
          Y en Inglaterra, concretamente, hay numerosos rincones que merecen conocerse por el encanto medieval de sus calles y sus casitas de piedra con tejado de paja o de pizarra, que se nos antojan retratos fotográficos de algunos de los enclaves más pintorescos, porque más allá de sus grandes ciudades hay otros rincones esencialmente rurales y aislados que nada más verlos apetece escaparse.
 
“Lo que debería verse”
 
          Siempre han surgido candidatos para ostentar títulos que brindaran privilegios, popularidad o fama. Siempre se han confeccionado listas y relaciones que, inevitablemente, han tenido sus discrepancias porque la unanimidad ha sido imposible. Sin embargo parece ser que en el Reino Unido, y por mediación de un acreditado y recordado poeta, el preciado título de “pueblo más bonito de Inglaterra” se lo ha ganado, con creces y sin apenas discusiones, Bibury, ubicado en el condado de Gloucestershire, junto al río Coln y muy cerca de la ciudad de Cirencester, uno de los asentamientos romanos más importantes. El pueblo de Bibury es una atracción turística muy popular en Gran Bretaña y está en la lista de los “must see” (lo que debería verse).
 
Un poeta, William Morris (1834-1896)
 
          Quien etiquetó a Bibury de esa forma tan magnánima fue William Morris (1834-1896), arquitecto, escritor y, sobre todo, poeta, fundador del movimiento llamado “Arts and Crafts”, que rechazaba la producción industrial de las artes decorativas y la arquitectura y propugnaba un retorno a la artesanía medieval, considerando que los artesanos merecían el rango de auténticos artistas. Frente al trabajador industrial, que no tenia ningún contacto personal con sus materiales, el artesano medieval sentía, según Morris, “el trabajo como alegría y como belleza”. Por todo ello, nuestro personaje fue calificado de utópico y visionario.
 
          Pero, insistimos, William Morris bautizó a Bibury como “el pueblo más bonito de Inglaterra”. Y cuando hemos hollado tal enclave hay que darle toda la razón al poeta. Y hemos comprendido su apego a este pueblo. Y es que el secreto del encanto de Bibury está basado en sus casas de fachadas de piedra; en sus tejados inclinados; en el verde de todo su entorno; en sus estanques; en ese río que lo atraviesa, Coln, de aguas pero que muy transparentes. En medio de una enorme tranquilidad aquí se respira a cada instante ese vocablo tan difícil de encontrar que responde por paz. Recorrer Bibury al atardecer con los colores de sus piedras, enredaderas y flores que las cubren es realmente evocador.
 
          Estas vivencias nos transportan a otras épocas. Y es lo que, al poeta inglés, intuimos, le captó desde que visitó este pueblo, cuya prosperidad se inició en el siglo XVII debido al comercio de la lana de oveja, considerada como “la más exquisita de Europa” y, más tarde, con la extracción de piedra local, muy demandada para trabajos de construcción. Muchos de los edificios que se aprecian hoy en día son de ese periodo, cuando se construyeron para reemplazar a los de madera.
 
Ni los perros ladran
 
          Aquí, en Bibury, sobresale la limpieza; no existen aceras, pero sí muchas hierbas festoneando el entorno de sus casas, algunas diminutas, como extraídas de un cuento. Aseguran que lo único negativo, por así decirlo, es que el pueblo es muy turístico y se encuentra gente en cualquier rincón. Pero nosotros tuvimos la suerte de visitarlo casi desierto, fantasma en algunos recovecos, donde ni los perros se atrevían a ladrar, en esos parajes tan vetustos como virginales donde la irrupción de una grúa de construcción resultaría una ofensa; y donde aún se conservan pórticos con medidas bastante inusuales.
 
No se ha movido ni una piedra
 
          En Bibury no se ha movido ni una sola piedra. Observen, por ejemplo, las fotos que le ofrecemos de 1938 y 2016. Nos costó Dios y ayuda descubrir el letrero del restaurante que nos atendió. Y en una coqueta y surtida tienda de souvenirs nos ofrecían la trucha, aun coleando, que habían extraído del río que nos rodeaba. Y nos invitaban a que presenciáramos -y de lo que estaban los lugareños muy orgullosos -un peculiar hotel para patos que podíamos ver desde un antiquísimo puente de piedra. Antes de la construcción de éste, todo el mundo tenía que caminara través de un helado río.
 
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El trabajo, alegría y belleza
 
          Aquí siempre se repudió al avance de la maquinaria en las granjas porque aumentaba la pobreza de los agricultores y, en una ocasión, incluso se llegó a quemar una máquina trilladora automática cuyos autores fueron arrestados y enviados nada menos que a una penitenciaría de la lejana Australia. Ese fue el movimiento que prendó en el poeta ya mencionado, que desestimaba al trabajador industrial, que no tenía ningún contacto personal con sus materiales y, por el contrario, el artesano medieval “sentía el trabajo como alegría y como belleza”.
 
          Por eso Bibury, vetusta y virginal, tranquila e impoluta, alérgica a todo progreso, ostenta, por iniciativa de William Morris ese título de “pueblo más bonito”, porque cada piedra parece tener y guardar su historia y quizás sea este sentimiento el que haga única a Bibury, impregnada por la naturaleza de la pródiga campiña británica.
 
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