Al aire libre, con Bernard Shaw
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 23 de junio de 2018).
Ann Ducat, con su proverbial y enriquecedora persuasión, nos lo recordaba cada año: “No se pierdan la representación teatral que, al aire libre, en el mes de julio, lleva a cabo The Nacional Trust, en Ayot St. Lawrence, en los jardines de la mansión donde durante sus últimos cincuenta años residió Bernard Shaw”.
Y allá, en el ubérrimo condado británico de Hertfordshire, en un bucólico paraje, recóndito, denominado Shaw’s Corner, comprobamos, al atardecer, un peculiar y distinguido desfile de personas que, tras aparcar, a cierta distancia, sus respectivos vehículos, venían portando toda clase de sillas y mesas plegables para acudir a una cita que resultaría inolvidable. Las sillas, para sentarse; las mesas, para ubicar toda aquella clase de viandas que, igualmente, llevaban consigo. Y amplios manteles que luego se extenderían sobre el verde y generoso césped del jardín para instalar una gran variedad de “tupperwares”, vasos, botellas, termos, pequeñas neveras y, en fin, los mejores y más extraños manjares que habíamos visto en aquella Inglaterra, donde en un día como el que intentamos descubrir parecía que aquellos británicos “habían tirado la casa por la ventana” y quedaba muy en entredicho su pregonada frugalidad en la mesa. ¿Y por qué este, a simple vista, fenómeno gastronómico, donde parecía prevalecer el régimen vegetariano? Pues porque allá, en aquellos amplísimos jardines, impecablemente cuidados, que orlaban la extraordinaria residencia de aquel insigne Premio Nobel de Literatura que respondía por George Bernard Shaw (1856-1950); allá, decíamos, todos los años, en el citado mes de julio, la mencionada The Nacional Trust, hada madrina en preservar campiñas, costas, museos, casas de renombre y jardines, concita a un determinado sector de público a presenciar, en un marco único e irrepetible, una pieza teatral de aquel prolífico autor que aunque nació en Dublín, cuando descubrió la paz y tranquilidad de Herfordshire vivió aquí hasta su muerte, junto a su esposa, la aristócrata irlandesa Charlotte Payne-Towsend.
Mansión donde vivió hasta su muerte el dramturgo
Dos violines, una viola y un violonchelo, se encargaban previamente de ir preparando el acto estelar. Azafatas uniformadas, sonrientes y muy amables, ya habían dado las órdenes para que aquella peculiar “cola” fuera desplazándose y tomando sitio en el jardín, con sus sillas de tijeras, sus hamacas, sus prendas de abrigo, sus paraguas, sombrillas y algún que otro sombrero, jamás un cigarrillo humeante, todo ello bajo un cielo que amenazaba una lluvia que, afortunadamente, nunca surgió en aquel Reino Unido, de variable clima, donde ese había creado una raza de personas isotérmicas, incapaces de sudar en verano o pasar frío en invierno; en un ambigú, bebidas y refrescos; en otro, un surtido bufé para tapar algún hueco de última hora…
El cuarteto musical, muy disciplinado, siguió dándole ojeadas a sus partituras mientras, a pocos metros, aquel señor imbuido en un “smoking”, daba buena cuenta a su variadísima ensalada, y su señora, en traje de fiesta, acabada sirviéndole, en una sofisticada copa, el espumoso champán. Seguía entrando el público, previa visita a la correspondiente taquilla. Se notaba distinción y estilo en sus atuendos, aunque, de vez en cuando, se veían unos “shorts” del acalorado, o la bufanda del friolero. A simple vista, parecía una reunión de intelectuales, ejecutivos, hombres de empresas, médicos y auditores retirados. Los frondosos árboles, el cromatismo de las flores, aquella inmensa alfombra esmeralda del “green-grass” y la visión de aquella mansión típicamente británica, cubierta de enredaderas, le otorgaba al entorno un sabor muy especial.
Los violines, la viola y el violonchelo dejaron de tocar. El numeroso público les brindó una sincera ovación. Luego, el silencio, el respeto, la corrección.
Bernard Shaw
Michael Holroyd, el más destacado biógrafo de Bernard Shaw, hizo un encendido elogio de éste y, a continuación, presentó a Dulcie Gray, una especie de porcelana china que, con delicadeza, recordó a aquel autor que en su teatro esgrimió el espíritu de crítica a las instituciones inglesas, llevando al límite el escándalo, que ella, sobre el escenario, como actriz, tantas veces había representado. Y luego, entre golondrinas y palomas, muy vivaces ante aquel ambiente primaveral, la anunciada pieza teatral “The inca of Perusalem”, donde los intérpretes, a viva voz, sin micrófonos, fueron desgranándonos sus respectivos parlamentos de espaldas a aquel singular edificio, que ahora hacía de decorado, donde el pensador, el novelista, había recibido las visitas de Pandhi Nehru, H.G. Wells, Nancy Astor y Vivien Leigh, entre otros famosos. Allí, en aquella mansión, entre 1906 y 1950, año de su óbito, este genio nunca se cansó de escribir y de imaginar historias. Creó, en realidad, un teatro de contenido social, vestido de un humorismo desbordante. En el Cincuentenario de su nacimiento para la muerte, sus incondicionales le habían vuelto a recordar en aquel marco de quietud y vitola pastoril. En aquel señalado aniversario, actores, directores, empresarios teatrales y público en general, se volvió a decir que, después de William Shakespeare, “Bernard Shaw fue el más grande de los dramaturgos británicos”.
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