250 años de la estancia de Claret de Fleurieu en Santa Cruz de Tenerife

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en La Opinión el 4 de noviembre de 2018).
 
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Claret de Fleurieu
 
 
          Charles-Pierre d´Eveux Claret de Fleurieu, nació en Lyon en1738 y falleció en París en 1810, siendo honrado por Napoleón con un funeral de Estado. Dos años antes de morir le había nombrado Conde de Fleurieu.
 
          A los trece años ingresó en la Marina francesa y a los 21 ya era teniente, participando en la Guerra de los Siete Años y en las batallas de Mahón, Lagos y Sabletes. En 1762, siendo alférez de navío, fue nombrado inspector del Departamento de mapas y planos de Francia, comenzando a interesarse por las ciencias náuticas, la construcción de barcos y por los relojes marinos, con el objetivo de perfeccionar el cálculo de longitudes en la mar. En 1776, al ser ascendido a capitán, sería nombrado Director general de puertos y arsenales de Francia  y Ministro de Marina (1778-1883).
 
          Ocuparía los cargos de Consejero de Estado, Senador, Ministro plenipotenciario, Gobernador del Palacio de las Tullerías y del Louvre. Miembro del Instituto de Francia. Intendente General de la Casa del Emperador, Gran Oficial de la Legión de Honor…
 
          Cuando a Fleurieu le fue encomendado comprobar la eficacia de los relojes marinos de M. Ferdinand Berthoud, que medían y fijaban los tiempos y las distancias en la mar, zarpa del puerto de Aix (Francia), el 12 de diciembre de 1768, en la fragata ligera L´Isis, de 20 cañones, con 60 marineros a bordo, 4 alféreces de navío, un  capellán, un cirujano, un grupo de oficiales instruidos que jugarían un activo papel en la parte científica del viaje, y Alexandre Guy Pingre, como delegado de la Academia de Ciencias de Francia.
 
          Hicieron escala en los puertos de Cádiz (24 de febrero de 1768), Tenerife (24 de marzo de 1769), Senegal (5 abril de 1769), Cabo Verde, Martinica, Santo Domingo, Haití (23 de julio de 1769),Terranova (Canadá), Azores (23 de julio de 1769), Madeira, Tenerife (15 de agosto de 1769), Cádiz (15 de septiembre), y regresaron a Rochefort, el 15 de noviembre de 1769.
 
          Para poder probar el funcionamiento de los relojes a diferentes temperaturas y eliminar posibles errores en los cálculos, cruzó el Atlántico por latitudes diferentes, a la ida y a la vuelta, incluso pasó dos veces por Tenerife.
 
          También fijó determinaciones astronómicas, motivo por el que le acompañaba el astrónomo Alexandre Guy Pingre. Las medidas de longitud que obtuvo fueron tan certeras que existe muy poco margen de error con respecto a las actuales. 
 
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Santa Cruz en 1776
 
 
          Durante su estancia en Santa Cruz de Tenerife, del 24 al 28 de marzo de 1769, recibieron la hospitalidad del comandante general Miguel López Fernández de Heredia y del cónsul francés Sr. Cazalón, en cuya casa emplazaron el observatorio. El día 27, fijaron  la posición de Santa Cruz, en 28º 9´45´´ latitud norte, y 18º 36´ 0´´ longitud occidental con respecto al observatorio de París.
 
          Durante la segunda escala en Tenerife, el 15 de agosto de 1769, observaron una emersión de primer satélite de Júpiter.
 
          Gracias al éxito de la expedición, Berthoud consiguió del Rey el privilegio del suministro de relojes marinos a los barcos reales así como el título de inspector de relojes marinos. Por su calidad, sus relojes pasaron a la posteridad.
 
          Los resultados de su viaje los publicó en 1773, en una obra titulada Viaje realizado por orden del Rey en 1768 y 1769, a diferentes partes del mundo para poner a prueba los relojes marinos inventados por M. Ferdinand Berthoud.
 
          En el primer capítulo aparece la Descripción de Santa Cruz.
 
          “… Hay cuatro radas en toda la isla: Santa Cruz, La Orotava, Garachico y Adeje. 
 
           El puerto de Santa Cruz es el más frecuentado, pues es la única rada situada en la costa oriental. Esta rada está formada por una cadena de montañas muy elevadas que se extienden de  este a oeste. La ciudad está situada al pie de estas montañas.
 
           Hay un pequeño muelle o desembarcadero, construido con mucha solidez; pero la resaca del mar, que es permanente en la costa, hace que los botes de remos sufran mucho y el desembarco sea, a veces, difícil. 
 
          Se hace aguada en una fuente que está a sólo cien pasos del muelle, por encima del fuerte de la ciudad, pero, como el terreno es accidentado y está mal pavimentado, se corre el riesgo de romper las barricas al hacerlas rodar. 
 
          Don Miguel López Fernández de Heredia, Gobernador General de las Islas Canarias, siempre pendiente de todo aquello que pueda ser de alguna utilidad a la colonia confiada a su cargo, y de dar facilidades a los extranjeros que llegan allí atraídos por el comercio, ha concebido, desde hace tiempo, el proyecto de construir canales que lleven el agua hasta una fuente que será levantada en el muelle, donde las chalupas podrán abastecerse, sin tener siquiera que descargar las barricas.
 
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Chorro del muelle
 
          La rada de Santa Cruz está abierta a todos los vientos, del sudoeste y los del sudeste, hasta los del nordeste incluido; por este motivo el mar está muy agitado pero, mientras los cabos resistan, se está seguro. El fondo va disminuyendo, desde alta mar hasta la costa, con tal rapidez que no permite el anclaje, por lo que a veces se fondea a cinco o seis cables de tierra sin encontrar el fondo. Pero si uno se pone en un mal fondeadero, al poco tiempo las rocas cortan los cabos y la embarcación se pierde sin remedio.
 
          Afortunadamente, apenas soplan vientos desde el mar y nunca por mucho tiempo. Los vientos que vienen de la tierra son más fuertes y más frecuentes y, como el fondo desaparece muy rápidamente, a menudo su violencia saca fuera de la rada las embarcaciones arrastrando consigo las anclas. Se viran las anclas hacia alta mar, siempre que el estado del mar permita hacer esta maniobra sin correr el riesgo de partir el barco.
 
          Las embarcaciones que necesitan provisiones encontrarían poco surtido en Santa Cruz. Los alimentos son caros y escasos y todos proceden del interior de la isla. Se comercia principalmente con vino, aguardiente y cacao que traen las embarcaciones de retorno de Caracas, con la que la colonia tiene un privilegio especial, así como con  La Habana.”
 
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