La isla de El Hierro, faro en las travesías atlánticas (Relatos del ayer - 28)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez   (Publicado en la revista NT de Binter en su número de octubre de 2018).
 
 
          En la escuela de doña Reyes, en la capital herreña de Valverde, la maestra impartía clases a niños y niñas del pueblo. Hacía frío aquella mañana de mediados de octubre de 1893, el otoño parecía invierno, y, para colmo de males, justo cuando iban las criaturas a salir al recreo, el cielo tronaba y caía un chaparrón. Todos con caritas regañadas se resignaban a lo inevitable. No habría recreo. 
 
          Doña Reyes decidió entretener a los churumbeles. "En octubre de hace cuatrocientos años, allá por 1493, Cristóbal Colón pasó por Canarias en su segundo viaje al Nuevo Mundo; las Indias le llamaban", empezó a contarles. Les habló de la importancia del Archipiélago español en aquellas singladuras del descubridor, y las de Magallanes y Elcano, y de la imponente Flota de Indias y de que aquellas expediciones arribaron a puertos isleños, antes de cruzar el Atlántico. Un chiquillo preguntó si lo habían hecho alguna vez en El Hierro. La maestra contestó que no se tenía constancia de ello, pero que El Hierro suponía la isla que más imprescindible servicio había prestado a tan importantes navegantes. Los niños se quedaron boquiabiertos ante aquella afirmación de doña Reyes. Ella los miró, sonriendo, satisfecha de haberles despertado tanta expectación. ¿Qué tan alto servicio sería?
 
          —Aquellas flotas, en su singladura camino del Nuevo Mundo, atravesaban el mar que separa las islas de Tenerife y Gran Canaria —explicaba, señalando con el puntero el espacio marino en el mapa que colgaba de la pared—. Arribaban a los puertos de Santa Cruz, de Las Palmas o de San Sebastián de la Gomera, para luego —hizo un silencio calculado—… continuar la travesía bordeando por el sur nuestra isla… Y es entonces cuando El Hierro tomaba gran protagonismo.
 
          Los chiquillos parecían estatuas, expectantes ante lo que aún faltaba por desvelar de aquella extraordinaria historia que les narraba la maestra. Si no tacaban la isla, ¿qué servicio se les podía prestar a tan importantes expediciones? La maestra, con un movimiento enérgico, señaló la costa más al sur de El Hierro. La tropa menuda dio un respingo al unísono.
 
          —Porque aquellos grandes navegantes tomaban como punto de referencia para sus cálculos de navegación, nada más dejar las Canarias, o la Punta de Orchilla, la tierra más occidental de nuestro archipiélago, o la de los Saltos, la más al sur, ésta pegadita a la Restinga —indicaba en el mapa—. Para que me entendáis —dijo, consciente de que lo último era algo complejo para criaturas de esa edad—. Nuestra isla de El Hierro era el faro que señalaba a los grandes navegantes el camino que debían tomar para llegar al Nuevo Mundo, el enorme continente que descubrimos los españoles y que hoy llamamos América. Ojos como platos pusieron todos.
 
          Jamás habían imaginado aquellos niños que su isla chiquita había alcanzado tanta importancia en aquellos siglos, tiempos de los que tanto gustaba hablarles la única maestra de Valverde. 
 
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